Entre La Mareta y Doñana

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Es costumbre se indique dónde, cuándo y cómo veranean nuestros gobernantes y, sin entrar en detalles excesivos  —que violarian el irrenunciable derecho a la intimidad personal—, se informa a la opinión pública de sus vacaciones. Algo tan normal, como que las mismas deben guardar el decoro y la adecuada proporcionalidad a la dignidad de la responsabilidad pública ejercida. Y dada la situación de excepcionalidad que atravesamos, también sería de desear una cierta contención. No porque el descenso del PIB se vea sensiblemente afectado, sino por ejemplaridad. Así lo aconsejan la logística de tener a pleno funcionamiento residencias como la de La Mareta —donada por el Rey Hussein a D. Juan Carlos, y de él a Patrimonio Nacional— y la de Doñana. Solo le falta a Sánchez una estancia en Quintos de Mora para culminar su presidencial y palaciega itinerancia estival.

Ironías aparte, no es posible una «doble vida», que contraponga una pública con una privada disonante con la primera. El Presidente del Gobierno lo es las 24 horas al día y también un Magistrado del TC, por ejemplo. De hecho, la opinión pública y publicada no aceptaría determinadas situaciones, incluso en una sociedad tan «tolerante» como la nuestra.

También hay sorpresas y no me cuesta imaginar la cacería que hubieran padecido los señores Casado o Abascal de haber vivido un episodio de presunta violencia de género como estos días ha protagonizado un progresista defensor de la igualdad de género. Es llamativa —es un decir— la ética de situación que se aplica en función de quién sea el afectado. No hemos escuchado ni una sola palabra del Gobierno progresista ni, en particular, de la Ministra Montero —Irene— ni de ninguna asociación lobista de género exigiendo la dimisión del interesado de su elevada y sensible responsabilidad  institucional, que sería razonable en este caso. Aquí, como en otras ocasiones, no es que se lleve una doble vida, es que se aplica una doble moral, según el «afectado» sea «de los nuestros» o «de los otros».

Pero hasta las feministas de «carnet, oficiales y subvencionadas» deberían no olvidar que esta doble moral deja al aire sus vergüenzas, cuando recordamos ataques descarnados en aplicación de una presunción de culpabilidad por no ser de los suyos el agresor y no haberse levantado acta escrita de que solo «sí es sí».

Precisamente, este episodio ha coincidido con la retirada del anteproyecto de ley sobre Garantía de la Libertad Sexual remitido por el Consejo de Ministros para informe a los órganos constitucionales correspondientes, y ello debido a su descriptible calidad jurídica. Espero que esta coincidencia permita aterrizar en la realidad a ese colectivo LGTBI etc., que se atreve a pontificar, tras el asalto al cielo de los lobistas empoderados, que la biología no condiciona el sexo. Y dicen que van a garantizar nuestra libertad sexual, espero enterarme pronto de qué se trata.

Lo que tampoco tiene ninguna gracia es la situación de España, con un porcentaje de contagios por el maldito virus solo superado en la UE por Luxemburgo, y a enorme distancia de Italia, Francia y Alemania. Tenemos 110,6 contagios por cada 100.000 habitantes; lo que significa poco más de 1 por cada 1.000, con un índice de mortalidad muy limitado, como refleja el bajo nivel de ocupación de nuestro parque de camas hospitalarias. Pese a ello, seguimos sin conocer el número real de  fallecidos en la oleada pandémica de primavera —que debe ser el oficial—. Para «aclararlo», el Ministerio de Sanidad, publica en su web una estadística de cifras oficiales de defunciones en España a 29 de julio, un total de  181.777; número que, en siete meses, es inferior en más de 40.000 a los fallecidos en un periodo similar en cada uno de los cinco años anteriores. Transparencia progresista: no hay como sufrir una pandemia con Sánchez e Iglesias para que se reduzca la mortalidad.

Del turismo y del comienzo del curso escolar hablaremos tras las vacaciones, al parecer.

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