La Ley Mordaza que urde ‘Romeo’ Sánchez
La Ley de Seguridad de Mariano Rajoy, mal llamada Ley Mordaza, ha servido básicamente para que policías, guardias civiles, ertzainas, mossos y agentes municipales puedan ejercer su trabajo sin el riesgo que supone para su integridad personal la distribución de fotografías e imágenes suyas a través de las redes sociales. También para que en Madrid no se produzcan episodios como esos asaltos a la sede de la soberanía popular que se produjeron en el Capitolio de Washington en 2021 y en la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia en 2023. Ergo, la norma sacada adelante por ese gran ministro de Justicia que fue mi paisano Rafael Catalá ha servido para evitar agresiones a quienes defienden nuestros derechos y para salvaguardar la integridad física del Congreso, el Senado y los diferentes parlamentos de las comunidades autónomas. Ni tan mal, digo yo.
Ley Mordaza, de verdad, sin comillas ni cursivas, es la que urde ese autócrata que es Pedro Sánchez, harto de que la prensa libre haga su trabajo, de que cuente las verdades del barquero, le gusten a él o a su porquero. El viernes pasado dejó entrever su voluntad censora al despacharse con una frase en Al Rojo Vivo que mete miedo al miedo: «Libertad de información no es libertad de difamación».
Con un par, el émulo de Erdogan y Putin llamó «a abrir un debate sobre qué es libertad de información», un derecho fundamental recogido en el artículo 20 de esa Constitución que lleva funcionando maravillosamente bien estos últimos 46 años. En cualquier democracia como Dios manda quienes resuelven los límites de la libre expresión, que como cualquier otro no es un derecho infinito, son los jueces, no los políticos. Pedro Sánchez quiere usurpar este principio fundamental de cualquier Estado de Derecho serio para cocinárselo a su gusto, de tal suerte que las informaciones de medios ideológicamente antagónicos como OKDIARIO serán sistemáticamente falsas y las que publiquen los Escolares, Pepas Buenos y demás periodistas de cámara monclovitas eternamente ciertas.
En democracia quienes resuelven los límites de la libre expresión, que obviamente no es un derecho infinito, son los jueces, no los políticos
El presidente enamorado intenta acallar las informaciones sobre los negocietes de su mujer y su hermano, olvidando, necio de él, que lo que ha salido hasta el momento carece de relevancia penal. Vamos, que está abocado al archivo. Tal vez es que haya cosas más gordas, con más chicha, notablemente más enjundia y tema que salgan a la luz. No lo sé. Lo que sí tengo meridianamente claro es que con lo de Air Europa, la recomendación de Barrabés, la cátedra fake y demás no hay materia para sentar en el banquillo a Begoña Gómez ni de lejos.
En su afán por hacer un tres en uno con los poderes del Estado, subsumiendo en el Ejecutivo el ya sometido Legislativo y el Judicial, o en un cuatro en uno si añadimos a ese cuarto poder que es la prensa, quiere decidir qué es verdad y qué es mentira. Uno pensaba que en una democracia eso lo resolvían los magistrados, que son los que multan a los periodistas que calumnian, difaman o injurian. Sánchez quiere ser juez y parte, lo cual nos conduce irremediablemente a una democracia a la turca o a la rusa, es decir, a democracias que sólo tienen de democracias el nombre.
La legislación actual sirve perfectamente para sancionar las mentiras a sabiendas, los jueces no se cortan cuando alguien se inventa un delito
Ni siquiera hay que relegislar para darles su merecido a farloperos fakers a sueldo, cobran en sobres, que denigran y destrozan reputaciones con embustes que desmontaría hasta un niño de teta. La legislación actual sirve perfectamente para sancionar las mentiras a sabiendas. Los jueces no se cortan un pelo, y me parece bien, cuando alguien se inventa un delito sobre un tercero, cuando invade su intimidad o cuando se falsifican documentos para atribuirle hechos que no se corresponden con la realidad. Estos delincuentes ya tienen quien les haga justicia y son sus señorías.
Éramos pocos y apareció en escena Podemos. El partido de ese delincuente llamado Pablo Iglesias al que ya no votan ni sus compañeros de piso ni por supuesto sus familiares. Esta chusma comunista, nacida al amparo del narcodólar venezolano y el rial de la asesina teocracia iraní, propone ahora dos cosas: que sólo un tercio de la oferta televisiva esté en manos privadas y que directores de medios y presentadores tengan la obligación de desnudar su patrimonio en un registro que gestionaría el Ministerio de la Presidencia. A esto en mi pueblo se le llama dictadura.
Uno de los objetivos del uno y de los otros es obviamente el arriba firmante. El sucio Iglesias, sucio por fuera —¡esa duchita, Pablo!—, sucio por dentro, me llamó «mafioso» y «mentiroso» en el programa de un Jon Sistiaga que, por supuesto, asintió sin reconvenirle en ningún momento. Ayer me volvió a señalar ese malnacido que es Juan Carlos Monedero, un tipo que da lecciones morales después de habérsele olvidado declarar al fisco los 400.000 euros que le regalaron dictaduras comunistas centro y sudamericanas y que recibió personalmente varios millones de euros manchados de sangre de la narcodictadura venezolana.
Está cantado que Sánchez, como hicieron Chávez o Maduro, parirá una Ley Mordaza más pronto que tarde para ir contra los medios disidentes
Sánchez, que ya es un presidente de extrema izquierda —por sus hechos y por sus socios le conoceréis— va a saco contra nosotros. Yo soy una de sus grandes obsesiones. Y OKDIARIO una de sus piezas de la caza mayor que ha emprendido contra la prensa libre. Está cantado que parirá una Ley Mordaza más pronto que tarde para actuar contra los medios disidentes. Lo mismito, por cierto, que han hecho esos grandes ladrones y asesinos llamados Hugo Chávez y Nicolás Maduro: bajo el amparo de una norma arremeten contra el periodismo independiente. Lo de menos es que la norma sea injusta, eso le otorga el amparo argumental para decidir qué es verdad, qué no y qué medios hay que cerrar. «Es legal», se justifican siempre. Acá no nos clausurarán a las bravas como allá. Lo que van a hacer es meter sicilianamente el miedo en el cuerpo a nuestros anunciantes. Igual de efectivo pero tanto más sutil. Mi respuesta al presidente es una frase mía y otra ajena e infinitamente más brillante:
La mía:
—Pedro, te estamos esperando, con lo único que sabemos hacer, con noticias, noticias y más noticias, con argumentos, argumentos y más argumentos, con la verdad en resumidas cuentas—.
La ajena, del tercer presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson:
—Prefiero periódicos sin Gobierno a un Gobierno sin periódicos—.
Pues eso, Romeíto, que no pasarás. Que te sobreviviremos. Torres más altas cayeron.