Lenguaje black y otras perversiones populistas

Lenguaje black y otras perversiones populistas

Nada es banal en el lenguaje. Para bien o para mal, siempre se ha usado para construir realidades convenientes a la causa en cuestión. La Roma de los Papas, tomando apuntes de la polis ateniense, llegó en plena Contrarreforma a elaborar la Congregatio de Propaganda Fidei con objeto de difundir la fe católica frente a protestantes, calvinistas y otros heterodoxos. En el Antiguo Egipto, hace cuarenta siglos, el dios Tot seleccionó a un grupo de amanuenses para que contaran las verdades de su reinado a las futuras generaciones, dando por sentado que al estar escritas tenían procedencia divina y, por tanto, eran incuestionables e irrefutables. Ya en época contemporánea, la propaganda como lenguaje black o preverdad se convirtió en patrimonio de quienes tienen una concepción defectuosa o utilitarista de la democracia, y deforman las palabras hasta convertirlas en verdaderas armas de destrucción masiva. Münzenberg entendió en la Rusia soviética, como luego hiciera el comunista Gramsci o el nazi Goebbels, que las ideas sin difusión eran como la gaseosa sin gas. Nada es casual en el tratamiento de la información y penetración del lenguaje en nuestras mentes. Decisiones perversas tienen como causa realidades pervertidas. 

Los embates de Trump contra la prensa libre no pasan de desacatos intelectuales que trascienden cuanto más foco se pone sobre la mancha. Con el Brexit ya disipado de los titulares informativos, en España el populismo ya no lo patrimonializa Podemos, sino quien ha sido siempre su guardián más ferviente, su Cerbero de cabecera: el nacionalismo periférico, hoy desatado en Cataluña. Y aquí, el lenguaje deviene determinante para la dermocracia —relato epidérmico— de afectos y efectos.

Mi opinión es que la batalla de las palabras no debe estar en el todo o la nada del prusés, sino en las razones que pervierten la democracia que lo posibilita. La apelación a la justicia, ética o legal, carga de razones a los independentistas, quienes alimentan el rencor victimista cuando no se les deja hacer. Apenas sí se ha probado por la vía de los hechos la estrategia persuasiva de las razones. Éstas evidencian que, por encima de ley, está el egoísmo de quienes no le importa cualquier órdago del adiós, porque tienen el colchón de su cuenta corriente con calefacción central en vete tú a saber qué paraíso. La perversión populista construye un lenguaje que no admite matices y se sitúa en un plano binario de contraste tramposo. Ese que obliga a elegir sin grises que contaminen la pureza: mi libertad de votar o su justicia universal, mi derecho a preguntar contra su azote judicial. Y quienes deben mantenerse firmes en la defensa de la ley no exploran más vías que ley o muerte, lo que incentiva precisamente el dolor plañidero y ficticio del delincuente.

Frente a los gurús del diálogo, que creen que vale con todo y con todos, apelo siempre al sosiego que desprenden las lecturas y reflexiones de Victoria Camps, quien escribe en su recomendable ‘Elogio de la duda’ sobre la necesidad de crecer mediante el escepticismo sin que ello suponga que ciertas ideas no seas incuestionables. La libertad es ponderable cuando la justicia es igual para todos, aunque Camus hablará de que la justicia absoluta es una forma de negar la libertad. Hoy, en Madrid, de camino al Supremo, Homs ha paseado su indecencia acompañado de quienes realmente han fracturado para siempre una sociedad valiente, emprendedora y cordial. Hoy, han repartido sonrisas los dueños del chiringuito más corrupto de Europa, cantando himnos y proclamas con total libertad, la misma que ellos niegan en su Cataluña de ficción. Su lenguaje black, sin embargo, sigue siendo potente y permeable en muchos catalanes. Porque han entendido que mientras ganen en la percepción —sensaciones— ninguna realidad —ley, justicia, sentido común— será posible. Toda guerra se empieza a perder en esa batalla.

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