La izquierda en la boda de Almeida
En un acto de generosidad sin precedentes, el alcalde de Madrid ha decidido otorgarle largas horas de infelicidad incombustible a la izquierda para el pleno deleite y disfrute de la derecha. No voy a repetir el tópico tan manido de que la envidia es deporte nacional en España porque no es verdad, hay personas que han adquirido la sana costumbre de tener vida propia y hasta disfrutan alegrándose de la felicidad ajena, pero otros siguen empeñados en que la tristeza de los demás servirá para apaciguar la amargura propia. A pesar de que descubran con cierta periodicidad que el efecto es el contrario, los envidiosos crónicos son así: masocas de la ira y adictos al «me enfado y no respiro» como forma de conseguir que igual así alguien les haga casito.
Pepito, que dirían sus amigos, se ha casado con Teresa. Si quieren verlo de otra forma, el alcalde de Madrid ha tomado en matrimonio a una sobrina lejana del Rey. En el primero de los casos, un señor extremadamente divertido, que se había resignado a convivir con los sobres de ketchup de McDonald’s, encontró por casualidad a una chica joven que se enamoró de él y ya no quiso saber nada más de lo que le quedaba por descubrir de la vida. En el segundo, hemos tenido una suerte de Bridgerton en versión castiza en el que los dos mundos más importantes de la alta sociedad española, esto es el del poder político y el de la tradición aristocrática, se han unido en un evento que no se repetirá hasta que la princesa Leonor se case con un kuwaití de ascendencia marroquí. Ya hablaremos de esto.
En ambos casos, una pareja se ha casado. Motivo suficiente para alegrarse por ellos o subsidiariamente ignorarlos. Punto y final para cualquiera que disfrute de unos estándares éticos compatibles con no ser un idiota integral, pero al parecer esto es pedir demasiado en este universo en el que se apela a la salud mental de Pablo Iglesias porque alguien escriba «coletas, rata» a un kilómetro de su residencia de verano, pero en el que es perfectamente normal denigrar a las hermanas de Almeida porque se han vestido como les ha dado la real gana el día en el que han conseguido colocar al pequeño de la casa con una mujer ideal.
Los chistecitos fáciles de los ofendiditos habituales sobre el aspecto físico del uno y el traje de la otra son como para que alguno de estos que tuitea con 40 palos desde el sofá de su mamá se plantee hacer un viaje al espejo, pero es que da igual: la pura realidad es que si Almeida y Teresa Urquijo hubieran parecido Brad Pitt y Angelina Jolie les habrían insultado igual, porque esto no es un debate estético, es una lucha ideológica.
Y es que el problema que tiene la izquierda con la boda del alcalde de Madrid es que les da una rabia inconmensurable que en el bando de enfrente seamos felices. Y sí, hablo en primera persona del plural, porque con este enlace han sido felices ellos, han sido felices sus familias, han sido felices sus amigos y también todos los que no tienen nada que ver con ellos, pero empatizan con que un tipo que hacía de la soltería su modo de vida haya descubierto que después de todo este tiempo resultaba que la vida empezaba con 48 años. Es muy importante ser feliz con las alegrías que le suceden a uno, pero emocionarse con la felicidad de los demás es una sensación indescriptible.
Los sospechosos habituales de las manifestaciones feministas criticando a una mujer de 27 años por casarse con quien le ha dado la real gana, los gañanes de la defensa de Begoña Gómez lanzados al cuello de una hermana cualquiera de Almeida porque su traje no les convence, los que defienden el chaletón de Galapagar alarmados porque una familia se gaste dinero en la boda de su hija, los abanderados de la lucha contra el bullying ridiculizando el baile nupcial de dos personas que han tenido la fortuna de quererse.
La envidia no es deporte nacional, pero sí es disciplina olímpica en la izquierda. El odio mata y el rencor vivifica. Circulen, que aquí sólo hay dos que se han casado y miles que les han envidiado.