Irena Montera como metáfora de la que se nos viene encima

Irena Montera como metáfora de la que se nos viene encima

Hubo un tiempo en España en el que se estilaban los gobiernos de los mejores al más puro estilo kennedyano. Fueron todos los de Adolfo Suárez, compuestos por tipos que venían a servir y no a servirse y que con su presencia en el Ejecutivo ponían colofón a unas ya de por sí brillantes trayectorias. Lo fue también el primero de Felipe González, con personajes de la talla de Boyer, Solchaga, Solana, Paco Ordóñez o ese Alfonso Guerra que como el buen vino mejora con los años. Indiscutiblemente fue el “Gobierno de los mejores” el primero de José María Aznar, en el que había desde un Álvarez-Cascos hasta un Abel Matutes pasando por Esperanza Aguirre, el propio Rajoy, Mayor Oreja, Arias-Salgado, Isabel Tocino o Margarita Mariscal de Gante. La senda de la excelencia se recuperó de la mano de un Rajoy que tiró de ADNs indiscutiblemente brillantes como Luis de Guindos, García-Margallo, Jorge Fernández o, por mucho que no nos guste, Soraya Sáenz de Santamaría.

Ahora, en una actuación teatral de libro, el presidente del Gobierno ha pasado del “Pablo Iglesias no cree en la democracia y no da el perfil requerido para ser ministro” a aceptar meter podemitas en su Gabinete. Aquí el asunto no es otro que hacer ministra a Irene Montero, más conocida por su alias feminista, Irena Montera. Que es la solución modelo mal menor al “yo-mí-me-conmigo” de un Pablo Iglesias que ha convertido podemos en una Sociedad Limitada. Al punto que yo les aconsejaría que metan al antaño partido, ahora S.L., en el Instituto de Empresa Familiar para compartir debates con los Roig, los Entrecanales, los Barceló o los Gallardo.

Que Irena Montera no tiene nivel para ser ministra no lo digo yo. Lo confirma día tras día su discurso, infantil a más no poder y más propio de una charleta de instituto que del Gobierno de España. Su formación deja mucho que desear. Una simple licenciatura en Psicología y un máster de todo a 100 no es desde luego bagaje para ocupar un sillón en el Consejo de Ministros ni para portar una cartera con la leyenda “ministra de Sanidad” o “ministra de Trabajo”. Por no hablar de lo más perogrullesco: que para ser ministro se requieren mucho más de los 31 años y medio que tiene la compañera sentimental de Pablo Iglesias. Eso sí: si suena la flauta, podrá presumir de ser la segunda ministra más joven de la historia de España tras Bibiana Aído, que lo fue con 31 raspados superando el récord de un Joaquín Almunia que lo fue con 34 pero, eso sí, tras haber pasado por la Comercial de Deusto, la Universidad de París y la John Fitzgerald Kennedy School de Harvard.

O mucho ha cambiado Pedro Sánchez o nuevamente está tomando el pelo a Pablo Iglesias. El presidente del Gobierno se ha jartado de hacerle dialécticamente la cobra a un coletudo que cada vez que se sienta con él pasa del programa y sólo recita, cual letanía, la lista de los ministerios sociales que desea: “Una vicepresidencia, Hacienda, Trabajo y la Portavocía”. Ansía Hacienda para freírnos a impuestos y para saber cuánto ganamos y qué tenemos los que nos considera sus enemigos. Trabajo para inspeccionar estalinianamente las empresas de todos aquéllos a los que nos desea la muerte civil y no sé si la física. Y la Portavocía para ser la cara y los ojos del Gobierno de España, es decir, el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. Que a él, con su ego infinito, eso le mola mucho.

No ha sido tan bestia como en 2016 cuando, rodeado de una guardia de corps de la que han desaparecido dos tercios de sus integrantes “hartos de la parejita”, exigió una Vicepresidencia y ministerios tan sociales como Economía, Defensa e Interior. También reclamó con su chulería y patanería habituales el CNI y Radiotelevisión Española. Departamentos todos ellos muy necesarios para acabar con esa situación de “emergencia social” que, según su demagogia basuresca habitual, sufre este país todavía llamado España al que deben confundir con la Venezuela de su baranda Maduro.

Irena Montera es la epítome de la pesadilla diaria que vivirá Pedro Sánchez si perpetra la irresponsabilidad de meter a esta banda en el sancta sanctórum más importante de la cuarta economía de la zona euro y la duodécima del planeta. Los podemitas tienen tal afán de protagonismo que les faltará tiempo para liarla a las mínimas de cambio. Son como los niños: o haces lo que ellos quieren o se ponen a patalear. Todo lo cual augura un escenario de desencuentros que se iniciará a las tres o cuatro semanas de que tomen posesión los ministros podemitas. No tardarán mucho más en montar el cristo padre.

“No son de fiar, lo contarán todo y encima con esas medias verdades que son las peores de las mentiras”, reflexionaba hace bien poco un ministro pata negra. Las posibilidades de que estos tipejos salgan cada viernes y larguen por medio podemita interpuesto lo que allí se ha hablado oscilan entre el 90% y el 95%. Son los políticos menos de fiar que ha habido en la historia de la democracia. A su lado, los convergentes de Jordi Pujol o los peneuvistas que traicionaron a Rajoy 24 horas después de regalarle miles de miles de millones en los Presupuestos son la orden de las monjas clarisas.

Pero mucho más importante que todo es el futuro de nuestra gran nación. Allá Sánchez si quiere jugársela con estos impresentables de tomo y lomo. Lo que no es de recibo es que nos embarque a todos los españoles en el marrón de un Gobierno con representantes de un partido de extrema izquierda comunista que son los machacas de quienes les financian: las dictaduras venezolana e iraní. Los ultimátums serán moneda de uso corriente. Y la economía, que ha pasado de crecer casi al 3% cuando aterrizó Don Pedro moción de censura mediante a hacerlo al 2,3%, se irá definitivamente al carajo. El déficit lo seguiremos incumpliendo sistemáticamente, máxime con el aumento exponencial del gasto público que supondrá meter a estos pájaros en el Ejecutivo. La creación de empleo neta será el sueño de una noche de verano y la reforma laboral, papel mojado.

La desintegración territorial será el tercer o cuarto capítulo de este cuento para no dormir. No olvidemos que nadie da nada gratis. El apoyo activo o pasivo a la investidura de proetarras, golpistas y demás gentuza tiene un precio que se cobrarán en forma de acercamiento de terroristas, indulto encubierto o descubierto a los tejeritos del 1-O y aceleración del proceso de conversión definitiva en un Estado de esa Cataluña que ni siquiera fue jamás reino.

Ni Pedro Sánchez es António Costa, el premier portugués, ni Podemos es el Partido Comunista vecino o el Bloco. Nuestro presidente es bastante menos de fiar que el primer ministro luso y la extrema izquierda del otro trozo de Península Ibérica es más pragmática, más Errejón, que los podemitas que nos han caído en desgracia. Allí han bajado los impuestos y aquí nos van a deleitar con una subida salvaje que hurtará 26.000 millones de nuestros bolsillos en los próximos cuatro años. Aquí van a desmantelar una reforma laboral que ha creado 2 millones largos de puestos de trabajo y allá nos copiaron la fórmula Báñez sin cortarse un pelo. Por estos pagos el déficit está en el 2,5%, por aquellos lares en el 0,5%. Y, al final, como suele suceder cuando no hay mayoría absoluta, mandarán las minorías. Esto es, Podemos, ERC, Bildu y PNV. Menudo panorama. Se cargarán la economía, la unidad de España y lo que es peor, ese Pacto del 78 que nos ha proporcionado la mejor etapa en los últimos dos siglos. Lo primero tiene solución, basta con que vuelva el PP al poder, las dos últimas cuestiones, no. Que Dios o quien sea que esté ahí arriba nos coja confesados.

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