Ingeniería social podemita

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La izquierda histórica y el marxismo cultural de hoy han vivido y viven siempre del conflicto, antes entre las clases —la lucha de clases— y ahora, conscientes de su fracaso tras la caída del muro de Berlín para poder huir del «paraíso» comunista a Occidente, han mutado en la lucha de géneros mediante la ideología neomarxista de género.

A su vez, y cual toda herejía religiosa, esta ideología se ha subdividido innumerablemente, según cuáles sean los géneros considerados existentes. Todo ello no pasaría de ser algo propio de elucubraciones de pensadores doctrinarios  seguidores de la Escuela de Frankfurt y destinados a revolucionarios de salón, de no ser porque han conseguido la fuerza del Estado para convertir sus  teorías en experimentos de ingeniería social mediante acciones de Gobierno. Es el caso de los diversos países donde ya hay Gobiernos con seguidores de esa ideología, desde Canadá a Suecia, pasando por España con Podemos, cuyos dirigentes son comunistas formados en la Venezuela bolivariana actual, bajo la dirección de la Cuba castrista.

Obviamente, no es casual que el Ministerio de Igualdad esté controlado por ellos y por la pareja del líder podemita Pablo Iglesias, para poder tener visibilidad política dentro de la coalición de Gobierno. Su marxismo cultural es expresado como conflicto entre formas de Estado —Monarquía o República— o entre géneros, convertidos por ellos en su particular programa político. El bien común o el interés general no existen para su formación política, transmutados en bien particular.

Muestra hasta dónde hemos llegado, que un partido con 35 diputados —ahora en caída libre en todas las encuestas y elecciones celebradas desde su acceso al Gobierno— tenga la posibilidad, convertida por ellos en mandato, de transformar la sociedad española hasta el punto de que tengamos que pasar por el aro doctrinario y ridículo de que la biología no determina ni condiciona nuestro género o sexo, porque eso es una decisión propia del derecho que tenemos a la autodeterminación personal. «Los experimentos, con gaseosa», como dijera el filósofo y escritor Eugenio d’Ors, cuando un camarero, sin duda neófito en la profesión, intentando abrir la botella de champán —hoy cava—, vertió su contenido sobre su chaqueta.

La filtración intencionada del borrador de su enésimo Proyecto de Ley de Igualdad Sexual, muestra en manos de quién estamos. Que el mismo sector feminista del PSOE se oponga a ese texto, ya da pistas al respecto. En efecto, si el ser hombre o mujer es una sumisión al «heteropatriarcado machista propio del modelo binario» y, por tanto, el ser femenino no existe, ¿qué vas a reivindicar para algo inexistente? Para ese texto de Podemos, sencillamente no existe condicionalidad alguna de la identidad sexual de la persona respecto a su biología. Cuando una mujer embarazada vaya al ginecólogo para hacerse una ecografía y quiera saber si su bebé es niño o niña, la respuesta legalmente correcta deberá ser: «Presenta atributos sexuales masculinos (o femeninos), pero su sexo ya lo determinará él en su momento…». Aunque esa respuesta también sería incorrecta por limitada, ya que debería añadir: «…En función de su orientación y deseo sexual, que puede ir variando con el tiempo, como saben».

Añadámosle a este absurdo para cerrar el círculo, que en relación a la actual Ley de 2007 sobre la Transexualidad, ahora se permitiría cambiar el sexo en el DNI con una mera declaración de voluntad del interesado(a). Imagínense a un hombre condenado por violencia de género que decide ser mujer: ¿cómo se le aplicaría la ley, y en qué tipo de prisión cumpliría condena? Debe tenerse en cuenta que, además, ese cambio de sexo no debe ir acompañado necesariamente de cambio alguno morfológico o exterior, para comprender que un Gobierno que plantea cosas así, sea en Canadá, en Suecia o en España, está atentado contra la naturaleza y el sentido común.

Al respecto, conviene no olvidar el proverbio que dice que «Dios perdona siempre, el hombre perdona algunas veces, y la naturaleza no perdona nunca».Ir contra el sentido común y la ley natural tiene consecuencias. D’Ors les diría a los Podemitas: «Los experimentos, en su casa».

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