El hombre que susurra a los tiranos

tiranos
  • Pedro Corral
  • Escritor, historiador y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

A Cake Minuesa:

Hasta los presidentes de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y de Chile, Gabriel Boric, han reconocido que sintieron un escalofrío cuando oyeron al dictador Nicolás Maduro augurar un «baño de sangre» y la «guerra civil» en caso de que perdiera las elecciones presidenciales de Venezuela.

Todo indica que Maduro ha perdido efectivamente en las urnas, según los datos recabados directamente por la oposición en las mesas electorales, ante una histórica respuesta de los venezolanos a favor de la libertad.

Ha sido una firme contestación democrática frente a las violaciones de los derechos humanos, la persecución de la oposición, el empobrecimiento de la población, la corrupción masiva y la demolición institucional que han caracterizado estos veinticinco años de dictadura de izquierdas en el país hermano.

La comunidad internacional está exigiendo al régimen de Maduro las verificaciones necesarias para calibrar el alcance de su derrota ante Edmundo González Urrutia, que el sátrapa no está ni mucho menos dispuesto a reconocer. Una parte del Gobierno de España se ha sumado indignamente, a través de su vicepresidenta Yolanda Díaz, al incalificable grupo de Rusia, China, Irán, Cuba o Nicaragua a la hora de dar por buenos unos resultados que no están acreditados.

En relación con la apelación del tirano al guerracivilismo, es razonable que las especulaciones sobre quién ha podido ser su inspirador no descarten a un funesto personaje que parece haber hecho de su servilismo al sátrapa –así ha llamado Felipe González a Maduro– un modus vivendi de insondable repelencia moral. Su papel de bufón en la corte chavista es el de tratar de minimizar, para prolongarlo, el sufrimiento de millones de venezolanos, dentro y fuera de su país, por culpa del yugo bolivariano. Esta siniestra figura no es otra que José Luis Rodríguez Zapatero, ahora aplaudido y reivindicado por el partido de Sánchez, su alumno más aventajado. ZP es conocido por el efecto devastador de sus dos mandatos como jefe del Gobierno en La Moncloa: uno dedicado a dividir y enfrentar a los españoles, otro destinado a arruinarlos.

Con él comenzó el proceso de erosión de la arquitectura constitucional española desde sus mismos cimientos: los de la concordia y la reconciliación, a través de la estrategia guerracivilista más disolvente política y socialmente de cuantas ha padecido nuestra sociedad en el último medio siglo.

No extrañaría, por tanto, que Zapatero, el hombre que susurra a los tiranos, hubiera deslizado en el oído de Maduro la frase amenazadora de un conflicto fratricida, pues ésta pertenece al trágico legado de uno de los peores PSOE del pasado, del que tanto ZP como Sánchez se han convertido en valedores. Es aquel PSOE de los años 30 del siglo XX, atraído por la bolchevización, dispuesto a llevarse por delante la Segunda República por no ser la democracia constitucional más que un medio desechable en el camino hacia la dictadura socialista.

El mismo líder del PSOE y de UGT que apostó por la vía bolchevique, Francisco Largo Caballero, fue quien pronunció en un mitin en Alicante el 26 enero de 1936 aquellas terribles palabras, idénticas a las recientes de Maduro. «Si triunfan las derechas, no habrá remisión: tendremos que ir a la Guerra Civil declarada», exclamó.

Sería deseable que el PSOE de Sánchez se recostara en el diván para psicoanalizar sus contradicciones. No se puede alertar por la mañana de la amenaza totalitaria que pende sobre España y por la tarde refrendar a la dictadura de Maduro después de que acosara y finalmente expulsara de Venezuela a unos compatriotas, como le sucedió a la delegación del PP invitada por el candidato González Urrutia con Cayetana Álvarez de Toledo, Miguel Tellado, Alfonso Serrano y Esteban González Pons a la cabeza.

No se puede tampoco situar diariamente a Franco como un amuleto en la puerta de La Moncloa para decir que así ahuyentas los fantasmas de una dictadura de hace medio siglo, y a la vez partirse servilmente los meniscos en actitud genuflexa y adorante ante un tirano en carne mortal que mantiene como rehén a su pueblo bajo todo tipo de violencias y miserias.

Habría sido bueno que algún dirigente socialista se acercara el pasado domingo a la madrileña plaza de Colón para compartir con miles y miles de venezolanos la ilusión y la expectación ante la jornada electoral en su país. Entre canciones alegres, esperanzadoras y nostálgicas, aquella emocionante Venezuela nos mostró de una manera vibrante, a los españoles que quisimos acompañarlos, el sentido de nuestra propia Historia reciente.

Los venezolanos allí congregados nos enseñaron el valor de la libertad, la trascendencia de sentirnos unidos los diferentes, el compromiso esencial con las instituciones que nos representan a todos, el legado de la concordia que ha de renovarse a diario contra los que intentan sepultarnos a todos en trincheras sin escapatoria.

Ante aquellos miles y miles de venezolanos de todos los rincones del país hermano perseguidos y atropellados en sus derechos por la dictadura chavista, forzados al exilio, a la separación de sus familias y amigos, a la muerte de sus seres queridos sin posibilidad de despedida, sentí que tenía delante de mí un capítulo trágico de aquella Historia de España que, como escribía Gil de Biedma, siempre acaba mal. Un capítulo que nuestras generaciones tuvieron la suerte de no haber vivido, pero ante el que parece que no nos hemos instruido lo suficiente.

Allí estaban, bajo la gran bandera de España y las moles del monumento del Descubrimiento, esas páginas tristes del diario de nuestra nación que nunca debemos arrancar ni tampoco utilizar para atizarnos los unos a los otros. Porque sólo sirven, como nos enseñaron nuestros mayores, como aviso de lo que vergonzosa, humillante y sangrientamente ellos tuvieron que vivir, para que no lo tengamos que vivir nunca más nosotros ni nadie.

En las voces, los gestos y las ilusiones de los venezolanos arracimados bajo el brillante crepúsculo madrileño, a las puertas de una noche incierta se reflejaban nuestro pasado, presente y futuro con todas las consecuencias, a modo de advertencia, promesa o celebración, sin que nada sea descartable en el horizonte español.

De toda aquella algarabía, emotivamente conducida por la periodista Goizeder Azúa, con actuaciones de artistas como Madridcaibo o El Cardenalito, emergía una sola verdad que los madrileños de Caracas, Maracaibo, Valencia o Maracay, de Los Llanos, Guayana, Capital, Los Andes o Zuliana, tenían grabada en sus miradas: la sublime y elevada, la simple y humilde certeza de que nunca se debe renunciar a la libertad porque es la única vía para vivir y engrandecer tu propia vida y la de los demás.

Hoy los venezolanos que aman la libertad son ejemplo y guía de todos los que compartimos esa certidumbre. Hoy el destino de Venezuela es el destino de todos. Como escribía José Agustín Goytisolo en su poema Palabras para Julia, que es también el nombre de ese rostro pleno y sereno de Jaume Plensa que corona la plaza de Colón:  «Tu destino está en los demás, / Tu futuro es tu propia vida, / Tu dignidad es la de todos.”

¡Viva Venezuela Libre!

Lo último en Opinión

Últimas noticias