Gracias, Majestad

Gracias, Majestad
  • Xavier Rius
  • Periodista y cofundador del diario E-notícies. He sido redactor en La Vanguardia y jefe de sección del diario El Mundo. Escribo sobre política catalana.

El 3 de octubre, cuando salió el Rey por la tele en pleno apogeo del proceso, pensé que iba a hacer un discurso más suave. En plan: catalanes no os vayáis. Incluso en catalán porque el monarca lo habla.

De hecho su hija, la Princesa Leonor, también habla un catalán mejor que Rufián. Lo he comprobado en persona en algún acto oficial. Lo que viviendo en Madrid y con su repleta agenda oficial tiene mérito.

Aunque tampoco es que el nivel del diputado republicano en el Congreso sea muy alto. Tengo la sensación de que ahora que se ha aprobado el uso de todas las lenguas oficiales en el Congreso le han hecho una putada. Sufre cada vez que interviene.

Pero a medida que pasa el tiempo hay que reconocer que el Rey le puso cojones. Fue de las pocas instituciones del Estado que estuvo a la altura de las circunstancias. Algunas estaban en la zozobra.

Por primera vez los catalanes críticos, escépticos, tibios, moderados o incrédulos no nos sentimos solos. No digo los “constitucionalistas” porque me parece una palabra horrible. Hasta difícil de pronunciar. Me refiero a los catalanes con los pies en el suelo.

Los que sabíamos que todo aquello no conduciría a nada. Bueno, al final ha llevado a la amnistía. Pero cuando un conflicto político acaba en una amnistía es que el bando que lo impulsó ha perdido. La amnistía no es la independencia, que es lo que querían. Es el reconocimiento de una derrota.

El Rey, en efecto, no tuvo pelos en la lengua: “han venido incumpliendo la Constitución y el Estatuto”, “han vulnerado” la ley, “han quebrantado los principios democráticos”, “han socavado la convivencia”. Fueron apenas seis minutos, pero estaba todo.

Quizá la frase más punzante es cuando denunció la “deslealtad inadmisible” de las instituciones catalanas. Fue, ciertamente, un ejercicio de deslealtad institucional como un templo: aprovechar los resortes del Estado para ir contra el Estado y más de la mitad de los catalanes.

Pasamos de Jordi Pujol, que reivindicaba ser el primer representante del Estado en Cataluña, a Artur Mas, que defendía que había que “engañar” al Estado. Se creía David contra Goliat. Nunca supe a qué se refería. Parece que publicar tarde las resoluciones del Parlament en el DOGC para pillar al TC de fin de semana.

El proceso fue eso: un caso “tremendo” de deslealtad institucional. Un día vi al alcalde de Vigo, Abel Caballero, diciendo esto por la tele, creo que en La Sexta, y pensé: tiene toda la razón del mundo.

No lo había visto desde que era ministro de Transportes en uno de los primeros gobiernos de Felipe González. Sector guerrista. Ahora se había afeitado la barba. Nadie podía imaginar que dirigentes políticos con sueldos superiores a 100.000 euros, secretaria, escolta y coche oficial pudiesen liar la que liaron.

Al final fueron condenados por sedición y malversación, pero, en realidad, cometieron casi media docena de delitos: declarar la independencia, abolir la monarquía, proclamar la república, derogar la Constitución, derogar el Estatut y pasarse por el forro las notificaciones del Tribunal Constitucional. El propio Puigdemont posaba con ellas como si fueran trofeos de caza.

Si para cada delito hubiese contempladas penas de diez a quince años, les caían cien a cada uno, no a todos en su conjunto.

Ni que decir que al Rey le costó cara su firme actitud. Torra, cuando era presidente, anunció que no asistiría nunca a un acto oficial en Cataluña cuando viniera. Como si al monarca le importara mucho su ausencia. El Parlament llegó a declarar que Cataluña era republicana. Suerte que era un mes de agosto y la cosa pareció una boutade de verano. Y tuvieron que trasladar los actos de la Fundación Princesa de Girona porque en esta ciudad no los querían. Los próximos serán en Lloret. Un puntazo para esta localidad turística.

Incluso recuerdo hace años unas declaraciones de Pere Aragonès que, en un aniversario del discurso, se quejaba de que el rey no había sido “equidistante”. ¿Cómo iba a ser equidistante si proclamaron la república y abolieron la monarquía?

El Supremo tenía razón: todo fue una “ensoñación”. Pero me imagino a los venerables miembros del alto tribunal teniendo que lidiar, durante el juicio, más con un estado mental que con una causa penal. Por todo ello, gracias, Majestad, por estar aquel día en su sitio.

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