Un Gobierno perjudicial y en descomposición
Si Pedro Sánchez tuviese algo de sentido de Estado, debería convocar elecciones para que los españoles pudiesen pronunciarse y tuviesen la oportunidad de elegir a otro Gobierno que sea serio, disciplinado y preparado, además de que no se encuentre en guerra permanente, con una suerte de oposición dentro del Gobierno, que a su vez hace oposición a la oposición en lugar de atender los asuntos de gestión.
El Ejecutivo del presidente Sánchez nunca estuvo sobradamente preparado, pero el nivel de desidia que ahora se deja ver era inimaginable incluso para un Gabinete con una composición tan poco ortodoxa en cuanto a la preparación mínima necesaria para ocupar tan elevadas responsabilidades. Al banalizar tanto el cargo de ministro con sorprendentes nombramientos -si en la función pública está perfectamente tasada la exigencia de estudios necesarios para poder optar a la oposición de cada Cuerpo, no parece de recibo que pueda acceder al puesto de ministro una persona no ya sólo sin experiencia, sino sin estudios suficientes para ello- la sociedad empieza a perder de vista la importancia de dicho puesto, al ser ocupado por personas que no están a la altura de dicha exigencia, pero ser ministro es algo importantísimo, por la responsabilidad que conlleva y debería recuperarse su importancia con personas adecuadas en su formación para dicho desempeño. De esa ausencia de preparación actual vienen muchos de los problemas que sufrimos.
Así, el Gobierno no tiene política económica, sino que va poniendo parches, con el talonario del gasto público, siempre a mano para tratar de conseguir réditos electorales o de mantener el apoyo de sus socios de esa coalición funesta conocida como Frankenstein. Va dando tumbos, con guiños demagógicos, como los impuestos a la banca, las energéticas y las grandes fortunas, que tienen serio riesgo de ser anulados por sus múltiples defectos, ya sea por doble imposición, por inconstitucionalidad, por invasión de competencias o por todo ello junto.
En la ley conocida como sólo sí es sí, antiguos miembros del Ejecutivo, como Carmen Calvo, han reconocido que existían informes que advertían del problema que generaría, al tiempo que ha dicho que varios miembros del gabinete, entre ellos el entonces ministro de Justicia, se sumaron a dicha advertencia. Sin embargo, salió adelante, causó el dolor de ver cómo se beneficiaban muchos violadores de la reducción de penas que posibilitaba la ley, se negaron, después, a reconocer el error, y ahora, los socialistas, quieren enmendarla, en plena guerra con Podemos, pero el daño irreparable ya está hecho, todo por una mezcla de soberbia, desconocimiento y tic autoritario, que es el que sobresale cuando se culpa a los jueces de la aplicación de la ley, cuando ellos sólo hacen su trabajo, ya que, de lo contrario, prevaricarían: el problema es de origen, de quien la impulsó, y ese responsable es todo el Gobierno, todo, pues nadie impidió que saliese adelante y el anteproyecto de ley fue aprobado por el órgano colegiado que es el Consejo de Ministros, de manera que todos ellos tienen la responsabilidad del disparate cometido, empezando por el jefe del Ejecutivo.
Tampoco aciertan en las infraestructuras, viendo el espectáculo vivido en Extremadura con los trenes, donde llegaron a llamar AVE -recordemos que ese acrónimo significa Alta Velocidad Española- a un tren que tardaba casi más que un tren correo, y completado con el esperpento de los trenes que no caben por los túneles en el trayecto a Asturias y a Cantabria, donde sus respectivos presidentes regionales, tan amigos del Gobierno, deberían pedir explicaciones más allá de los espectáculos televisivos a los que nos tiene acostumbrado el pasajero del taxi cargado de anchoas.
En Educación, el empeño constante en rebajar la formación es terrible, hasta el punto de querer realizar unos cambios en las pruebas de acceso a la universidad, que constituían una barra libre para el desconocimiento, a modo de coladero. Tal esperpento era, que incluso ellos han tenido que dar marcha atrás.
Y en Trabajo, han oscurecido las estadísticas, haciendo incomparable cualquier comparación en la serie histórica del paro registrado, pues ya no sabemos cuántos parados realmente habría de no operar el artificio normativo de convertir a lo que eran -y realmente siguen siendo- temporales en fijos-discontinuos.
Mientras se vive todo este esperpento, con la escenificación, ahora, de un Gobierno golpeándose entre sus facciones, España tiene sin resolver la sostenibilidad de las pensiones, con palos de ciego que va proporcionando el ministro del ramo, enfrascado, en muchas ocasiones, en discusiones en las redes sociales sobre sus datos en lugar de ocuparse de sus obligaciones con dicha reforma. Al tiempo, el gasto no cesa, de manera que no se reduce suficientemente el déficit ni con la extraordinaria recaudación que la inflación les está permitiendo obtener a costa de la asfixia de los ciudadanos, mientras que el déficit estructural se dispara, que supondrá un grave problema en cuanto los ingresos caigan. Asimismo, los precios no cesan en su incremento, al que se unen las subidas de tipos que van a empezar a asfixiar todavía más a familias y a empresas. Y en medio de ello, el oprobio del acercamiento de los presos terroristas de ETA, acrecentando el dolor de sus víctimas y de toda España.
Se llaman el Gobierno de la gente y viven de espaldas a la gente, tanto cuando afirman que los precios bajan como cuando quieren hacernos ver que todo es idílico. Más que el Gobierno de la gente, podría decirse que se les puede aplicar el lema del despotismo ilustrado, «todo para el pueblo, pero sin el pueblo», sólo que, en esta ocasión, ni siquiera hay mucha ilustración en el banco azul, aunque sí que parece haber reflejos de absolutismo. Es imprescindible que haya elecciones cuanto antes para evitarnos diez meses más de descomposición y aumento del gasto que compliquen más la situación, que ya va a ser de por sí complicada con todos los problemas estructurales -económicos y políticos- que va a legar Sánchez.