Gobernar bien es que te hagan una huelga

Estos días ha celebrado el Partido Popular una Convención Nacional para reagrupar las huestes y robustecer su mensaje. De todos los encuentros celebrados el que me ha parecido más interesante es el del ex presidente del Gobierno Mariano Rajoy, que le dijo a Casado en Santiago de Compostela “hay que reformar las pensiones aunque te hagan una huelga”. Un viejo amigo solía decirme que gobernar es asumir riesgos. Yo pienso lo mismo. Rajoy aprovechó el acto en Galicia para reivindicarse e hizo bien, aunque su trayectoria es muy discutible y su actitud general ante la adversidad poco digna de ser imitada. Me refiero a su legendaria indolencia, su aversión a los conflictos y su falta de compromiso con las ideas liberales o de cualquier clase. Todo en la vida le ha parecido de un aburrimiento colosal, menos ver el Tour de Francia y leer el Marca, y quizá no le falte razón. Pero si Casado desea gobernar bien deberá jugar otra partida sin desatender este consejo crucial de Rajoy: haz todo lo que tengas que hacer para que te hagan una huelga, que es, irónicamente, la que él trató de evitar siempre.
Los méritos de Rajoy son indudables. Consiguió detener la intervención completa de la economía española como sucedió en Irlanda, Grecia y Portugal a cambio de un rescate limitado del sistema financiero. Un rescate que era condicionado, y que resultó providencial porque nos obligó a reformar el mercado laboral y a sanear el modelo de pensiones al que él se refería en Santiago y que quiere sacudir como un calcetín en la dirección equivocada el inefable ministro Escrivá. Aparte de esto, sus errores fueron mayúsculos. Aplicó el artículo 155 en Cataluña arrastrado por el Rey Felipe VI -bien es verdad que superando la deslealtad de Sánchez-, pero luego fue incapaz de impedir la debacle posterior, de evitar el referéndum de independencia, de detectar y apropiarse de las urnas -que finalmente hubo, aunque prometió lo contrario- y no tuvo interés alguno en reformar decididamente la educación ni mucho menos en derogar las leyes ideológicas socialistas relacionadas con la memoria histórica, o con el aborto o con las cuestiones de género. Todo esto siempre le parecieron empeños mayúsculos, líos, por utilizar su expresión más genuina, desafíos más arriscados que coronar el Alpe D’Huez.
Si quiere ganar las elecciones, Casado deberá dedicar la mayor parte de su tiempo a persuadir a la opinión pública de que el país necesita un cambio radical de políticas para aprovechar el potencial de crecimiento innato de una nación necesitada de seguridad jurídica, de un marco legal estable y sobre todo de incentivos. En el terreno económico, la derecha ha dado muestras sobradas de su competencia para reparar todos los desórdenes causados secularmente por el socialismo desde los tiempos de Felipe González. Ha demostrado que bajar impuestos despliega la potencia para generar riqueza de los individuos y de las empresas, que la lucha por la estabilidad presupuestaria y que la contención del gasto y del déficit impulsan la actividad privada creadora de empleo. Ha demostrado que las ayudas y subvenciones empobrecen a largo plazo a la gente, y que la apuesta por la dependencia en menoscabo de la libertad acaba limitando la prosperidad de los pueblos.
Todas estas ideas son por completo ajenas a la izquierda y desde luego a los sindicatos, que contra lo que predican a diario sólo trabajan en favor de sus afiliados y en España se han comportado legendariamente como una rémora para el progreso general de la sociedad, en gran parte porque no hay país en Europa que haya proporcionado más recursos públicos para su comensalismo diario aún a sabiendas de que este dispendio general iba a ser una fuente de corrupción permanente como la que acecha todavía judicialmente a la UGT que dirige este personaje inefable llamado Pepe Álvarez -al servicio siempre de Sánchez- y la que merodea a la Comisiones Obreras de Unai Sordo.
Nada se puede esperar de los sindicatos al servicio del bien común -ya que están comprados generosamente-, sólo su disposición a servir al mandarín de la Moncloa. Por mucho que los escuchen quejarse de la mediocridad de la subida del salario mínimo, no se lo crean. Están encantados. Lo peor sin embargo es que están junto a la vicepresidenta comunista Yolanda Díaz en la cruzada para revertir la reforma laboral de Rajoy, para consolidar el cambio del modelo de pensiones y para todo aquello que sea capaz de minar el bienestar general.
Todas estas son las razones por las que el programa de Gobierno que el PP ha intentado perfilar durante estos días de Convención tendrá que ser lo suficientemente potente como para provocar una huelga. Pero no una huelga cualquiera, sino una huelga general en toda regla, que sea el fruto de la conjura de los enemigos de la patria, que son los sindicatos, el sanchismo y el comunismo con el que gobierna. Una huelga general como la que le hicieron a Felipe González el 14 de diciembre de 1988 a cuenta de la introducción de los contratos temporales para los jóvenes, a la que él sentimentalmente atendió cambiando de política económica y socavando la prosperidad del país, como no podía ser de otra manera siempre que cedes ante unos personajes venales ayunos de ciencia y empapados de demagogia.
Todos los líderes que ha habido en la historia, y citemos aquí a los últimos -Reagan y Thatcher, porque ni llegaron a serlo Aznar, Blair o la propia Merkel, aunque lo intentaron con denuedo- se han propuesto cambiar unos países moralmente mediocres dominados por la izquierda intelectual a partir de principios sagrados, de convicciones sólidas y de una determinación granítica en favor de la libertad, que es la única bandera posible. Con esto quiero decir que la tarea de Casado es verdaderamente titánica. Primero consiste en ganar las elecciones, y luego en gobernar bien, hacer la catarsis pendiente de la nación, las reformas propositivas urgentes y promover la cancelación de todos los mecanismos del odio colectivo instigado por Zapatero y avivado por Sánchez. Y todo esto lo debe hacer en busca de la inevitable y necesaria huelga general a la que no debería prestar atención alguna. Entonces habrá comenzado a demostrar que quiere ser un líder como Dios manda.