Garzón, ¿de qué se sorprenden?

Garzón, ¿de qué se sorprenden?
Garzón, ¿de qué se sorprenden?

Resulta enternecedor el afán de algunos creadores de opinión -especialmente en RTVE, of course- por salvar el inexportable pellejo del ministro (sic) Alberto Garzón, el de las mil cagadas, que diría un militante progre del PCE.

Al menos, sus declaraciones han tenido la virtualidad de hacer ver a los recalcitrantes sobrevenidos que en España hay dos presidentes, dos gobiernos distintos y un ex vicepresidente que, desde los micrófonos de la cadena Ser, marca el rumbo.

Las declaraciones del ministro (sic) de Consumo han levantado las faldas del teórico primer ministro y enseñar sus vergüenzas. Los comunistas del Gobierno han tomado el número al que preside el consejo de ministros y hacen chachota con él. Preside, sí, pero no manda. Saben los de UP que tragará con eso y más. Le echan pulsos a diario y los pierde. Es entendible el nerviosismo que cunde en las filas socialistas, antes reconocidas como socialdemócratas, ante el tamaño espectáculo que se televisa cada veinticuatro horas.

Garzón es lo que siempre fue. Un aparachick leninista, incluso hasta estalinista, al que le gustan las sociedades levantadas en Cuba (preferentemente), Venezuela, Nicaragua y hasta Corea del Norte. Tampoco lo oculta, oiga. El personaje tiene lo que persigue: notoriedad, centro de polémica, agitador por antonomasia. Da la impresión de que, en efecto, piensa lo que pregona. Y se conduce con lógica. Si le gusta Cuba y Venezuela, donde no hay carne para el común, ¿cómo le va a gustar la carne que se vende en las tiendas y supermercados de un país de la Unión Europea? Es que no le parece bien que haya carne. Punto.

Tampoco le gusta el aceite de oliva, ni la bollería, ni el turismo, ni ná. Cuba, por ejemplo, es un país que sólo vive (sic) del turismo (incluso del sexual a gran escala) y después de 62 años de régimen comunista la isla está peor que nunca.

Concluyendo: yo observo coherencia en el susodicho personaje. La incoherencia pasa porque pueda sentarse en el Consejo de Ministros de la nación (en la que no cree) y que todavía es la cuarta potencia de la Unión Europea.

El resto, sobra.

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