Galicia rueda, España duele, Sánchez fracasa

Rueda Sánchez

Se acaban las elecciones más importantes para el PP y Feijóo desde que éste tomó Génova como salvador in pectore de consenso. La victoria del candidato Rueda se puso en solfa durante semanas por el sanchismo mediático y político, que urdió todo tipo de estrategias narrativas para discutir lo que importa de verdad al ciudadano cuando es llamado a las urnas.

Ni la penosa estrategia de las bolitas de plástico, ni el off the record con el que Moncloa vio la luz que oscurecía su previsible debacle, ni todo el aparato gubernamental a disposición de los candidatos de PSG y Sumar, han sido suficientes para anegar la realidad con falsas esperanzas. Sánchez es el gran perdedor de estas elecciones, un fracaso que se añaden a los que ya ha consumado en otros territorios desde que el personalismo de su ego venció a la historia de su sigla.

Galicia es para los populares lo mismo que Andalucía para los socialistas, algo más que un predio sociológico clave desde la óptica electoral y de poder. Es un bastión simbólico, emocional y representativo del poder territorial que unos y otros han creado, sostenido y mantenido en la España de minifundio desde que el turnismo se implantó tras la dictadura franquista. Aún andan los socialistas supurando las heridas de perder las ocho provincias sureñas gobernadas desde San Telmo y en el PP sabían que no podían ofrecer a Sánchez el tributo de una región indispensable para armar un futuro estratégico de asalto a la Moncloa.

Con el BNG gobernando Galicia, el plan de Sánchez se habría consumado y la deconstrucción de la nación sería ya un hecho irreversible, ahormado en sólo tres meses de legislatura. Y eso que, desde el equipo nacional de opinión sincronizada, con sus enviados especiales en el Congreso, la célebre APP (Asociación de Propagandistas Pedretes) se han afanado en convencernos de que, con Sánchez, el independentismo pasaría a la historia del desafuero facha, que lo necesita para justificar su resistencia a los cambios y al progreso que Su Sanchidad nos traía con generosidad y misericordia.

La realidad es que, desde que Pedro ocupa con felonía el poder, el separatismo anda desatado, indultado y amnistiado, sabedor de que, sin correa legal que lo ate, puede conseguir lo que su mente privilegiada (no brillante, sino tendente al privilegio) desee.

Con la victoria de Rueda, se confirma otra verdad: el socialismo no deja de perder fuelle y feudos, votos y apoyos, hecho que no extraña cuando su líder, a la sazón Presidente del Gobierno, prefiere el triunfo de una formación nacionalista antes de que gobierne un partido de Estado, por muy opositor que sea este en Madrid. Sánchez (y Díaz), insisto, porque aquí es donde hay que poner el foco, es el gran perdedor de las elecciones gallegas. Se ha querido explicar estos comicios como un plebiscito a Feijóo, poniendo en juego su liderazgo en caso de debacle.

El relato es al revés. La salida del líder popular reforzaba lo hecho en Galicia y si no se conseguía revalidar la Xunta no era tanto por la marca de partido como por una cuestión de carisma y predicamento social del nuevo candidato. Sensu contrario, en Génova tienen que insistir en que Sánchez ha destruido territorialmente al PSOE para sustituirlo por franquicias nacionalistas, que le han comido voto y terreno hasta convertirlo en un satélite filial de aquellos. Nada les distingue ya.

Y eso es lo más preocupante, la constante e imparable interacción servil de otrora partidos de Estado con sucursales aldeanas que sólo saben chapurrear el quéhaydelomío. Caminamos hacia una progresiva desnaturalización del país y destrucción de lo común, para ser sustituido por un nuevo Estado de taifas donde se persigne como sagrado todo lo que signifique atacar España y lo español. Ese será el peor legado de Sánchez, el tipo que gobierna perdiendo elecciones y duerme soñando en cómo seguir vendiendo a plazos la nación que mal preside.

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