Apuntes Incorrectos

Filigranas arriesgadas para derrotar a un tramposo

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Filigranas arriesgadas para derrotar a un tramposo

Les pregunto a los amigos economistas que me ayudan a entender el mundo y a tratar de explicarlo por el plan de Feijóo y están razonablemente satisfechos. Para empezar, destacan la recuperación de la fortaleza institucional del partido. Se nota que estamos en presencia de una persona que ha ganado cuatro elecciones por mayoría absoluta, que tiene una enorme experiencia en la gestión pública y los nuevos objetivos claros, sin que le distraigan asuntos pueriles como la persecución de Díaz Ayuso o la fecha del Congreso en que será entronizada presidenta del PP de Madrid, esas obsesiones infantiles que acabaron con la carrera de Casado.

La propuesta de deflactar la tarifa del Impuesto de la Renta es inobjetable, aunque no tiene sentido excluir de esta medida general a los más ricos, a los que no cabe estigmatizar más de lo que lo hace el Gobierno sectario que dirige la nación. La idea de dar un cheque extra para subvencionar a las familias más perjudicadas por la crisis puede ser aceptable, sobre todo si como es el caso es temporal, aunque siempre es preferible una rebaja de impuestos que una ayuda, que te inclina a la genuflexión ante quien la concede graciosamente buscando la recompensa electoral.

Hay aspectos más controvertidos como la idea de una tarifa única para la electricidad. No se debe ocultar los precios reales de los bienes y servicios ni mucho menos ignorar las señales que envían sobre la abundancia o la escasez, abocando a los contribuyentes a adoptar como consumidores el comportamiento económico más racional posible.
Me parece estupendo que Feijóo se acerque a los empresarios y atienda sus anhelos, que se convierta en un abanderado de la comunidad de los negocios, pero este mundo, que tan mal lo está pasando, y que está poblado de autónomos y de gente corriente enormemente sacrificada no es lo mismo que la CEOE. La patronal no deja de ser una suerte de sindicato, por supuesto que más ilustrado y razonable, pero haría mal el señor Feijóo en ceder a su pretensión de que dé el visto bueno a la reforma laboral, igual que no parece recomendable aprobar el plan del Gobierno contra los efectos de la invasión de Ucrania, que incluye ocurrencias disparatadas como la prohibición de los despidos o subidas como las del ingreso mínimo vital onerosas en términos estructurales para las cuentas del Estado.

Se echa en falta en el plan de Feijóo un diagnóstico previo y consistente de la situación de la economía española. Ésta sigue teniendo activos importantes como un sector financiero entre los mejores de Europa y unas empresas todavía competitivas, como refleja el superávit por cuenta corriente. Pero al mismo tiempo arrastra unos problemas que son casi endémicos: un déficit fiscal y una deuda pública entre los más elevados, una de las tasas de inflación más altas -que puede erosionar a medio plazo la solvencia de las compañías e ir dañando la salud de la banca- y un gasto estructural imposible de sostener si el Gobierno se empeña en revalorizar las pensiones, cede ante las reivindicaciones salariales de los funcionarios o no tiene, como es el caso, interés alguno en reducir la administración ministerial más desorbitada de todos los tiempos.

Por resumirlo de alguna manera, el plan de Feijóo representa la cara más amable y popular de lo posible con aquello que coyunturalmente podría oxigenar fiscalmente a las familias y hacer más llevadero este tiempo de crisis. Pero esconde lo inevitable: el ajuste de caballo que tendrá que aplicarse para corregir el eslabón ininterrumpido de desequilibrios que azotan el país. Estos van a ser más evidentes cuando el Banco Central Europeo deje de apoyarnos financieramente comprando deuda, y se complicarán si, producto del conflicto de Ucrania, la presión política consigue doblegar la resistencia de algunos estados, y sobre todo Alemania, para dejar de comprar gas ruso. El Bundesbank ya ha advertido de que tal medida hundiría a Alemania en la recesión, y esto tendría consecuencias catastróficas para España, que tanto exporta allí, así como para el destino de los fondos europeos de ayuda a los estados, que podrían quedar inmediatamente suspendidos, dadas las condiciones perentorias de sus principales financiadores, que son también los alemanes y que pasarían a tener otra clase de prioridades.

El gasto público en España ha alcanzado ya el 51% del PIB. Es una auténtica salvajada que pasan por alto los desalmados intelectuales de izquierda. Es una cota inaceptable, ya sea por los compromisos contraídos por la pandemia, o por los que ahora vienen, producto del aumento del presupuesto de Defensa o del coste de acogida de la inmigración llegada de Ucrania. El país necesita una cirugía de urgencia para recortar los pagos públicos, pero Feijóo solo se atreve a sugerirla, hablando ligeramente de la grasa que sobra en la burocracia, tan abundante como incontestable. Si no lo ha hecho es porque, como afirma uno de mis amigos, ningún líder de la oposición va a mancharse proponiendo el ajuste draconiano que necesita la nación. Sería suicida desde el punto de vista electoral.

Decir la verdad con un Gobierno al frente del mayor aparato de propaganda jamás visto sería un error táctico imperdonable, dicen. Lo resumiré de esta manera: «Para echar de La Moncloa a un tramposo como Sánchez, del que te puedes esperar cualquier cosa, necesitas a un tipo con madurez, con experiencia y con la cabeza fría. Y no hay duda de que Feijóo tiene estas virtudes».

Pero el tacticismo tiene sus problemas. El principal de ellos es la frustración que vas a provocar entre tus acólitos y electores cuando, si Dios quiere, gobierne el PP. Sería una reedición poco honorable de lo que le ocurrió a Rajoy, que dijo que iba a bajar los impuestos y los tuvo que subir -dado el calamitoso estado de las cuentas públicas- y que no tuvo más remedio que recortar el sistema de prestaciones sociales para cumplir con las exigencias de Bruselas.

Sánchez ha demostrado -e insiste- que se puede engañar a la gente durante mucho tiempo, aunque lo más probable y deseable es que le cueste el puesto. Pero sería una mala manera de sustituirlo, obviar el obligado ejercicio de pedagogía que los ciudadanos necesitan sobre el estado financiero deplorable en el que se encuentra el país y la terapia de urgencia que requiere.

En la magnífica entrevista que le hizo Eduardo Inda aquí en OKDIARIO el pasado lunes, Feijóo declara que su objetivo más importante es recuperar a los votantes de Vox, la mayoría de los cuales proviene del PP. A mí me parece que la única manera de acercarse a este propósito es dar la batalla cultural, que es la causa genuina del auge imparable del partido de Abascal.

No es verdad que los españoles quieran que les bajen los impuestos y seguir conservando unos servicios públicos de calidad. O dicho de otra manera, no solo es eso. En caso contrario, Vox no existiría. Los españoles de bien quieren muchas más cosas. Son más ambiciosos. Quieren una educación de calidad que haga empleables a sus hijos y no esté presidida por el sectarismo; quieren la paz civil que pone en cuestión la ley de memoria democrática; quieren poner coto a las leyes de género que envenenan la convivencia entre hombres y mujeres y están hartos del progresismo universal, de la dificultad creciente para expresarse en libertad sobre cualquier cuestión, por prosaica que sea, y de estar sometidos a la dictadura de lo políticamente correcto. Si Feijóo quiere ganarse a los votantes de Vox tendrá que empezar a persuadirlos entrando en este terreno tácticamente peligroso pero estratégicamente clave para gobernar.

Dice mi admirado Juan Carlos Girauta, que tiene poca idea de economía, pero una gran intuición política, que ganar el pulso al ‘sanchismo’ solo se puede alcanzar de dos maneras: esperando a que España se desangre económicamente con una inflación crónica, un paro galopante, el grifo del BCE cerrado y eventuales ajustes en pensiones y sueldos públicos. O adicionalmente refutando desde ya la entera visión del mundo de la banda gobernante y aliados, tema por tema, sin olvidar ninguno. En lo primero es en lo que está centrado Feijóo. Pero a mí la cuestión ideológica me parece trascendental.

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