A favor de Margarita Robles
Hace unos meses, pocos, escribí: “¿Qué hace una mujer como Margarita Robles en este Gobierno?” Justifiqué el título -y perdón por la doble referencia personal- en función de las tropelías políticas, y sobre todo jurídicas y judiciales, que Sánchez y sus cómplices han venido perpetrando durante todos estos espesos años que estamos soportando. A una magistrada del Tribunal Supremo como ella es de suponer que le cause alergia, o más bien pavor, la desvergüenza con que su jefe y sus colegas de Gobierno y hasta la presidenta del Parlamento, se saltan las leyes o las modifican a sus antojo para seguir gobernando con la peor ralea que existe en el país. Ahora mismo, hemos comprobado que acumular los cinco votos de los proetarras de Bildu a la bolsa que Sánchez necesitaba para salvar su decreto llamado pomposamente “Ley de medidas para paliar los efectos de la guerra de Ucrania”, ha permitido que Mercedes Aizpurúa se presente, intervenga y pregunte en la Comisión de Secretos Oficial, denominada con todo el eufemismo del mundo, de “Gastos Reservados”. ¿De verdad saben ustedes a quién da asiento Sánchez en este grupo de privilegiados parlamentarios? Pues sólo un apunte: en la peor época del terrorismo etarra, Aizpurúa fue la mandamás. editora, en un periódico como Gara, antes también Egin, que apoyaba sin fisuras a los asesinos más crueles de la banda, por ejemplo al carnicero brutal que mató a Miguel Angel Blanco, Txapote García Gaztelu. A mayor abundamiento, autorizaba, cuando no suscribía, el fondo y la forma de una supuesta columnista del diario, Soroa, de fingido apellido, que apuntaba sin recato y sin piedad a los objetivos que “su” banda tenía que eliminar. Esta es la individua que se dispone a conocer los más recatados intríngulis de la actividad de nuestros servicios de información, y no sólo del CNI, también de la Policía Nacional y de la Guardia Civil.
Es un nuevo sapo que Robles (¿qué haces, Margarita, todavía ahí?) se ha tenido que tragar para que Sánchez pueda seguir un rato más en La Moncloa de la mano de sus compinches de la política española actual. Daba lástima el pasado miércoles constatar cómo Robles defendía al CNI y a los demás servicios, mientras el resto del Gobierno (todas las “miembras” de Podemos en realidad) se ausentaba del hemiciclo, Sánchez incluido, para no tener que escuchar a Robles justificar el “espionaje” en función de la peligrosidad institucional que representan los hipotéticamente “escuchados”, desde el prófugo Puigdemont al “hombre de paz” de Zapatero, Arnaldo Otegi. Al lado de Robles se sentaba, y se sienta, otro juez de carrera, Marlaska, antaño orgullo de nuestro país en la lucha contra ETA y hoy amigo y colega de sus sucesores de Bildu. Robles, con la seguridad de un juez, expresaba la necesidad del Estado de conocer los planes de sujetos indeseables como los citados. No se escudaba únicamente en la Ley, que también, sino en la obligación de saber qué planes peligrosos podían tener, y tienen, las más de sesenta personas investigadas.
Contaré en socorro de Robles, la anécdota de un antiguo “superespía”, siempre adscrito a los Servicios, que un día replicaba así a una pregunta singularmente precisa de un periodista: “Nosotros (los Servicios) tratamos de ajustarnos a lo dispuesto en la Ley, pero en caso de necesidad no pedimos permiso a la madre superiora”. Porque vamos a ver: ¿qué agentes del espionaje mundial no traspasan a veces, más muchas que pocas, la finísima linea roja de la presunta legalidad? ¿El Mosad israelí? ¿la CIA norteamericana? ¿El MI5 británico? ¿Estamos idiotas o qué? ¿Es que nadie se acuerda de cómo se mojaba Thatcher en estos asuntos, por ejemplo en los ametrallamientos de Gibraltar? ¿o cómo se negó a explicar el Gobierno alemán los “suicidios” de la banda Baader Meinhof? Pues eso. Por debajo todo el país reconoce que los llamados “espías” no se pasan todo el día leyendo la Constitución o la Ley que regula el funcionamiento interno del Centro Nacional de Inteligencia para saber cómo pueden identificar a los delincuentes. En ocasiones, aún así, estos se les escapan como en el caso del los “moritos de Leganés” que se quemaron dentro de la casa donde escondían sus secretos, o la fuga del miserable sujeto Puigdemont, o, cruelmente, en el episodio más sangrante (literal) de la historia del terrorismo en España: los atentados de 2004.
Ahora se enfrenta Margarita Robles a un episodio estremecedor: a saber, que todos los que intentan destruir el Estado constitucional que ella tiene la exigencia de proteger como ministra de Defensa, le acribillen en la Comisión de Secretos, Gastos en puridad, con diatribas, insultos y espantajos de los que, curiosamente, ni siquiera su presidente, el “andanas” Sánchez, se atreve a arroparle. ¿Por qué? Porque Sánchez ha pactado con estos andrajosos de la política española el conocimiento de todo lo que hagan nuestros Servicios de Inteligencia a cambio de su apoyo para aprobar una serie de medidas económicas porque, al parecer Putin está destruyendo Ucrania. ¡Qué miserable actuación la del aún presidente! Encima, vamos sabiendo que, por detrás de lo publicado, se mueve el rabo de Pablo Iglesias, el leninista violento que un día preguntó directamente al CNI, como vicepresidente del Gobierno y miembro destacado la mencionada Comisión, en qué consistía su trabajo. Literalmente.
Apoyo sin fisuras a Robles, únicamente con este ruego: márchese usted de ese Gobierno que no le apoya, ni tampoco se solidariza con su ministra (horrible verbo socialista) y no deje que sus fechorías ensucien más su trayectoria profesional. Déjelo eso al felón Marlaska. Usted ha hecho lo que debe hacer y no hay más que hablar. Del CNI y sus actos saben el propio Sánchez y el depauperado para siempre Marlaska, éste corresponsable como usted “in vigilando” de todo lo que se realiza en el CNI. Robles ha apoyado la actividad de los agentes encargados de averiguar qué preparaban y preparan los barreneros independentistas catalanes o los filoetarras de Bildu. Lo ha hecho con toda la responsabilidad que cabe atribuir a una ministra de Defensa. Pero, por favor. ¡Váyase ya! váyase de un lugar, el Gobierno, en el que se alojan compañeros que son violentos agresores de lo que usted, por compromiso constitucional, tiene que cuidar: la unidad de España.