¿Está enferma la sociedad española?
Cuando falta mucho tiempo para que se celebren las elecciones, las encuestas son únicamente un indicador de opinión que no siempre se transforma en voto. Pero el hecho de que haya millones de españoles que digan que si hoy fueran a votar elegirían la papeleta del PSOE y votarían a Sánchez Castejón es un indicador que apunta la gravísima enfermedad moral que aqueja a la sociedad española.
Si se confirmaran estos sondeos, deberíamos llegar a la conclusión de que ha tenido éxito la estrategia desplegada por Zapatero primero y por Sánchez después de convertir a la derecha en la enemiga mortal de la democracia y de fraccionar a España entre derechas e izquierdas, atribuyendo a las derechas todos los males y a las izquierdas todas las virtudes. Basta con calificar a un partido como “de izquierdas” para que en el imaginario colectivo -que han construido la PSOE y sus medios afines, toda la prensa pringada y concertada que vive de las subvenciones y favores del poder- comience a cantar sus bondades. Así es como Otegi y Bildu (o cualesquiera de sus marcas) han sido convertidos en partidos y hombres “honorables”, “con sentido de Estado”, gente “buena”, gente “anticipada a su tiempo”, gente “valiente” con la que es “un honor y una responsabilidad” que el PSOE alcance acuerdos de gobierno. En esa misma dinámica, los golpistas catalanes han sido acreditados como “de izquierdas de toda la vida”. Y la extrema izquierda bolivariana y comunista ha alcanzado la categoría de socios de coalición con los que se puede dormir a pierna suelta.
Por contra, es suficiente con calificar a un partido –o a una persona o colectivo social- como “de derechas” o de “extrema derecha” para que nadie analice sus actos o su historia y sea desterrada automáticamente al infierno, pues a partir del momento en el que las huestes mediáticas del PSOE comienzan a difundir el calificativo “denigrante” que el caudillo Sánchez les ha colocado para justificar sus pactos con los enemigos jurados y mortales de la democracia, esas personas u organizaciones políticas o sociales merecerán todo tipo de condenas y descalificaciones, y serán situados como enemigos para los millones de mentecatos que han comprado al PSOE la mercancía averiada de que lo importante es ser “de izquierdas” y que ser demócrata es secundario.
Se podría decir que el slogan acuñado en tiempos de la dictadura franquista para tratar de justificar nuestro hecho diferencial –no había elecciones libres, los partidos políticos y los sindicatos no eran legales, no éramos una democracia al uso, éramos ‘diferentes’…- le sirve a Sánchez para eludir todo tipo de control democrático y para perpetrar todo tipo de tropelías exhibiendo el fetiche de que lo hace en nombre de “la izquierda”.
Sánchez aún no puede prohibir las elecciones, ni los partidos políticos de la oposición, ni la prensa no concertada o directamente asalariada, ni puede suprimir directamente la separación de poderes, no puede cerrar por tiempo indefinido el Parlamento, no puede eludir para siempre los debates sobre el Estado de la Nación… pero puede justificar todo el déficit democrático que está acumulando España bajo su mandato utilizando el mantra de que todo lo que hace –desde sus alianzas anti sistema hasta sus decisiones claramente antidemocráticas de asalto al poder judicial- es consecuencia del peligro que supone “la ultraderecha”. La falacia de la pretendida supremacía moral de la izquierda de que hace gala el sanchismo y este vergonzoso socialismo que hoy representa el PSOE les permite justificar cualquier decisión; y quienes lo critican son inmediatamente expulsados de la España oficial, la del ordeno y mando, la del ejercicio incontrolado del poder que Pedro Sánchez y los suyos ejercen de facto.
Y así hemos llegado a una situación en la que pareciera que el Gobierno tiene bula para cometer todo tipo de arbitrariedades, pues parecen salirle gratis todos sus actos por muy dañinos, vergonzosos o escandalosos que resulten para el interés de los ciudadanos o para el buen nombre de nuestro país y sus instituciones.
Ninguna sociedad decente y sana del mundo permitiría que un gobernante apoyara en organizaciones políticas que han demostrado ser enemigas de la democracia y que aún hoy están juramentadas –y lo dicen abiertamente- para destruir el orden constitucional. Ninguna sociedad democrática y sana del mundo permitiría que un gobierno sacara adelante sus políticas mercadeando con los derechos y libertades de todos sus ciudadanos.
Ninguna sociedad democrática y sana del mundo consentiría que siguiera en el Gobierno ni un minuto más un presidente que no protege a los ciudadanos que son perseguidos, humillados y amenazados por exigir que se respeten sus derechos fundamentales, el de moverse libremente por su territorio y/o utilizar la lengua común sin ningún tipo de restricciones o penalizaciones. Ninguna sociedad democrática y sana del mundo le perdonaría a ese presidente que estrechara alianzas con los verdugos de derechos y libertades.
Ninguna sociedad democrática y sana del mundo permitiría que un partido de gobierno apoyara en las calles a los asesinos en serie que mataron a 857 españoles intentando impedir que en su país triunfara la democracia.
Ninguna sociedad sana y decente del mundo permitiría que se destinara ni un euro público más a los sindicatos “de clase” que han salido a las calles de Navarra y el País Vasco a defender a los asesinos en serie y en Cataluña a defender a quienes persiguen a los demócratas catalanes que exigen se respeten sus derechos de ciudadanía.
Ninguna sociedad sana y decente del mundo permitiría que siguiera al frente del Gobierno un tipo que ha falsificado la tesis doctoral y su currículum.
Ninguna sociedad sana y decente del mundo consentiría que el presidente de su gobierno viajara a los congresos de sus partidos, a los cumpleaños de sus amigos, a la boda de sus primos… en avión oficial. Y no duraría ni un minuto en el gobierno si, además, declarara secreto oficial el importe de sus gastos.
Ninguna sociedad decente y sana le daría una segunda oportunidad a un tipo que se ha atrevido a calificar como “una oportunidad” la pandemia que se ha llevado la vida de más de cien mil compatriotas.
Ninguna sociedad sana del mundo permitiría que siguiera en su cargo un ministro que ha afirmado en una entrevista en un diario extranjero que su país “exporta carne de mala calidad y de animales maltratados”. No le daría tiempo a dimitir, pues sería cesado de forma fulminante por el Primer Ministro. Y me atrevo a decir que el susodicho no podría pisar las calles de su país sin riesgo a que su conducta fuera afeada de forma contundente y reiterada por los ciudadanos.
Mi conclusión es que la sociedad española está enferma, que el virus del frentismo y de la degeneración democrática cultivado por el PSOE desde los tiempos de Zapatero ha sido liberado y extendido con una enorme precisión y sin ningún tipo de escrúpulo por Sánchez Castejón en alianza con los enemigos tradicionales de la democracia. Nuestro hecho diferencial como sociedad es que parecemos no tener el cuajo suficiente para enfrentarnos con el mal para defender la Nación de sus enemigos.
El sanchismo, como la psicopatía, no tiene cura. Y cuando atesora el poder de la mano de la izquierda reaccionaria, de los golpistas y de los defensores y representantes de terroristas, se convierte en un peligro para los derechos de los ciudadanos y para el propio sistema democrático. Pero el culpable de esta situación, de esta sociedad enferma que parece incapaz de reaccionar ante el peligro, no es solo Sánchez: es el PSOE y el tacticismo de sus líderes regionales, atrapados en la trampa que les ha servido el todopoderoso caudillo de “izquierdas versus derechas”, el que ha permitido que lleguemos a una situación en la que se ha instalado entre nosotros el virus de la ruptura entre españoles que nos llevó en el pasado a una confrontación civil.
Sólo una sociedad enferma olvida su historia. Sólo una sociedad enferma puede dar una nueva oportunidad a un gobernante borracho de ambición de poder y ayuno de todo tipo de escrúpulos y limites democráticos. Estoy convencida de que somos mayoría los españoles que no aceptamos que la desidia y la desmovilización democrática se haya convertido en una enfermedad crónica en España. Que haya un enfermo al frente del Gobierno no significa que debamos aceptar que lo normal es que enfermemos todos. Los psicópatas no tienen cura; pero la psicopatía no es contagiosa y nadie está condenado a permitir que uno dirija su destino.
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