Enfrentando a Trump tranquilamente

Trump

Una de las cosas que siempre oyes decir a los diplomáticos es que, tanto por su propia idiosincrasia como por la apelación al interés nacional, la política exterior se queda fuera de las disputas y los cambios políticos internos. La colaboración entre estados y las alianzas internacionales se van entretejiendo e impulsando en años de cooperación y de relaciones de confianza. Es por eso que tampoco deben someterse a volantazos imprevistos o a posicionamientos mutables; no se entienden, por ello, cambios diametrales de rumbo como los protagonizados por Pedro Sánchez en temas como las relaciones con Israel, el conflicto del Sáhara o la alineación con el Grupo de Puebla.

Y estos mismos principios de coherencia y consistencia en la política internacional aplican para los demás países, y en concreto para los Estados Unidos, y por eso la vuelta de Trump a la Casa Blanca, con sus improvisaciones y su testiculina patriótica, ha sido tan disruptiva y ha descolocado tantas fichas del tablero. Pero por la trascendencia de estas relaciones y por la solidez de la democracia estadounidense, hay que hacerse algunas preguntas: ¿los cambios de posición y de principios son tan radicales y profundos como parecen? Y si la respuesta es afirmativa: ¿va a contar con apoyo suficiente para llevarlos a cabo?

Respecto a lo primero, hay que entender que, como ha hecho toda su vida, Trump juega fuerte. Trata de sacar de la partida a todos los pichones dejándoles sin fichas, pero no va a romper la baraja; sus planes no son cambiar de aliados, sino obligarles a que le rían las gracias y, sobre todo, quedarse con su dinero.

Y en cuanto a los apoyos internos a un cambio radical de alianzas y de política exterior, también serían muy escasos. Las encuestas dicen que este beligerante posicionamiento antieuropeo es muy impopular, incluso entre los votantes republicanos; y aunque Trump dispone ahora de una clara mayoría en las Cámaras, podría conducirle a una severa derrota en las elecciones del próximo año (las midterm elections).

La realidad es que EEUU no puede dejar de ser lo que es. De su condición de abanderado de Occidente es de donde mana su propia fortaleza; echarse al monte o a la disputa del liderazgo mundial sin arrastrar detrás a las democracias liberales occidentales le hará parecer inferior ante los colosos asiáticos. Y, por otro lado, fuera del tejado en que ahora se encuentra hace mucho frío; es muy difícil consolidar relaciones de confianza con autarquías y dictaduras que no están concernidas por los principios y las limitaciones legales, éticas y estéticas que se imponen las democracias.

Por todo ello, y por muchos aspavientos que haga, Trump no va a convertir a Rusia en aliado preferencial ni a Putin en su nuevo más mejor amigo (aunque hay quien piensa que ha cogido miedo al ex agente de la KGB y que quizá le tiene pillado por donde ya le pilló Stormy Daniels). Si de verdad Ucrania no le interesara nada, si fuera como cualquier otro conflicto regional, no perdería el tiempo y dejaría sin más que Putin la arrasara. Lo que ocurre es que, de momento, gran parte de la guerra la están pagando los americanos, y lo que pretende es que la paz y la seguridad la paguen los europeos con las armas que ellos nos van a vender.

Europa, entonces, tiene que hacer la lectura correcta y comportarse con determinación y orgullo, pero sin caer en sobreactuaciones. Puede tener una oportunidad de quitarse el buenismo ruinoso y recuperar la precaución y la cautela de quien sabe que ahí fuera hay gente que te quiere mal; pero a la vez no quemar los puentes con quienes seguirán siendo sus aliados cuando pase el tiempo del deslenguado matón de Queens.

El dócil secretario general de la OTAN visita Washington esta semana. Debe dar la de cal con el compromiso del incremento en el gasto de defensa de los socios europeos, pero sin dejarse apabullar por el vicepresidente Vance o por el secretario de Estado Marco Rubio que también ha ido a verse con Zelenski en Arabia. Al contrario que el europeísta Antony Blinken (que fue un buen secretario de Estado en la poco operativa administración Biden), el de Florida es peligroso porque se mueve por todo lo que no sea el Caribe de manera insegura y acomplejada.

Con todo este tema, aquí en España se nos viene una nueva vuelta del cinismo habitual del presidente Sánchez, disfrazado esta vez de estadista europeo. En el fondo hará seguidismo de lo que le digan en Europa (¡y menos mal!), pero intentará sacar ventaja de su auto otorgada condición de antagonista oficial de Trump. Feijóo, por su lado, no puede hacer otra cosa que decirle que está de acuerdo con el incremento del gasto de defensa, pero sin prisa y después de obligar a Sánchez a que exponga su plan al Parlamento, a que no se gaste el dinero que se precisa con esa estafa de la condonación de deuda, a que defienda también las fronteras españolas sin entregarlas a los que las amenazan y a que derribe el muro para reconocer a los que necesita para gobernar de verdad. Porque su mayoría sirve para estar, pero no para gobernar; sirve para convalidar los acuerdos que le imponen sus socios en su propio interés, pero no para defender y aprobar lo que necesita España.

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