El emérito hace las maletas

El emérito hace las maletas

Por las informaciones de las que dispongo –esas fuentes siempre han resultado fiables-, no pasarán muchas lunas hasta que el Rey Juan Carlos vuelva a su país.

Teóricamente archivadas, por irrelevantes penales, las pesquisas de la Fiscalía –a la espera de que estampe su firma doña Lola, que se está poniendo estupenda por razones de índole política- el emérito podría empaquetar sus cosas y regresar a España.

Su marcha nunca fue muy entendida por una inmensa legión de españoles, especialmente entre los segmentos de población que vivieron en esta nación durante los nada fáciles tiempos de la Transición. Incluso, entre todos aquellos que en lógica entendieron que si Don Juan Carlos hubiera cometido ilícitos tendría que responder ante la justicia de aquí.

Tengo para mí que a la tal marcha le falta mucha información fehaciente (no cotilleos de cuatro tenedores) para poder hacerse idea cabal de por qué terminó en los Emiratos Árabes. Una situación tan rara en una persona que reinó casi cuarenta años no termina por el hecho de descubrir asuntos de faldas, donaciones por el tráfico de crudo y otros corolarios. Porque una cosa es acabar en los tribunales y otra bien distinta la imagen ante la Historia de un monarca que, en cualquier caso, debe explicaciones al que fue su pueblo.

Don Juan Carlos tuvo muchos amigos. No sé, en verdad, los que le quedan. Un jefe de Estado, incluso en la mera representatividad, no puede tener amigos. Lo mismo que un jefe de gobierno en activo. El emérito, insisto, tuvo muchos y no todos ni buenos, ni leales, ni honrados.

Don Juan Carlos tendrá, supongo, alguna cosa que hacer por estos lares sobre los que reinó. Sin duda, el principal debería ser consolidar la institución y no entorpecer el trabajo de su heredero. No están las cosas para muchas bromas.

Después de su exilio, tras esa curiosa peregrinación laica a la meca real, podría imitar a su anterior en la Corona hace cinco siglos, entre el silencio y la discreción. Encontrar un Yuste acorde a su condición, ordenar su memoria y ponerla a buen recaudo a efectos históricos.

En cualquier caso, la gran lección a su hijo, el Rey Felipe, ya ha sido impartida: un rey lo es en casa, entre las sábanas de lino, representando al Estado y con las cuentas corrientes impolutas.

Hora a hora, día a día, mes a mes, amontonando años.

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