El ‘dilema Trapero’: mártir o traidor

El ‘dilema Trapero’: mártir o traidor

Es mentira que estemos asistiendo a una ceremonia de la confusión. Es mentira que haya excesivo ruido político y mediático. Es mentira que ‘los españolistas’ estén pisando el acelerador con más fuerza que nunca y con ánimo de venganza. Es mentira que Rajoy sea el culpable de legar a las generaciones futuras un problema terrorífico, un nudo imposible de cortar. Todo es claro, y transparente, y de interpretación unívoca: cuando funciona el Estado de derecho y el motor de la democracia lo hace a las adecuadas revoluciones, o se está defendiendo la ley o se está en su vulneración y aplastamiento. Lo quiera ver o no la abrasiva y mendaz propaganda independentista.

Más le vale saberlo a quienes están confundiendo a la policía autonómica catalana con los esbirros que sirven con botas, escudos, porras, pistolas y metralletas a un régimen como el de Maduro en Venezuela. Ni el mayor Trapero ni sus subordinados se deben a un proyecto soberanista o sectario, a ningún martillo autoritario o totalitario, y menos a su desarrollo y ejecución en el seno de una democracia a través de un acto iniciático delictivo como el del 1-0. Lo parezca o no, los mozos son agentes formados en Derecho penal y administrativo, en tiro, en defensa personal y en sistemas de seguridad; y su vocación y misión no es otra que las del mantenimiento del orden —dado su conocimiento del territorio catalán— garantizando el respeto a las libertades. De todos.

Como ya se hiciera ayer con Artur Mas y hoy con Puigdemont, las masas separatistas están empujando al máximo responsable de este cuerpo policial al precipicio. Desde el fanatismo se está obligando a Trapero a elegir entre el martirio o la traición, sin campo intermedio de refugio, vía inesperada de escape o salida de emergencia de último minuto. Se ha dejado arrastrar y enredar en el laberinto de lo insensato y lo imposible. O se inmola envuelto en la estelada y aclamado desde el extremismo con gravísimas consecuencias para su persona, o será lapidado por las hordas de la intransigencia y de la cantinflesca idolatría de esa entelequia bautizada como ‘derecho a decidir’: o el héroe o el hereje; o un mesías más de la travesía hacia ninguna parte o el peor de los apóstatas. ¡Qué grave! ¡Y qué penoso!

Porque Trapero no es un político. Alcanza la cumbre de lo aberrante que quienes ostentan cargos en representación de los ciudadanos, quienes son los principales y primeros responsables de que las leyes se observen y rijan sean los más adelantados en escupir sobre ellas. Pero subiría unos metros más arriba para convertirse en monumento al desatino que alguien armado y con miles de hombres operativos a su toque de silbato incurriera en desacato, en desobediencia, en rebeldía o insubordinación alfombrando el camino a la algarada, el tumulto y la anarquía. Más grave sería el desorden moral que exhibiría que el desorden callejero que fomentaría. Pero no ocurrirá: la bravata, cuando en su expresión se acompaña del delito, puede poner a cualquiera a minutos de la cárcel, amansando así a las más feroces fieras. Bien lo sabe Trapero. Y sus disciplinados hombres.

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