¿Derechas versus izquierdas?

¿Derechas versus izquierdas?

Nada me gustaría más que estuviéramos en un punto en el que los debates políticos giraran en torno a lo que comúnmente se han venido a llamar propuestas ideológicas. No comparto la idea de que ya no hay espacio para las ideologías y que todos los partidos terminan defendiendo las mismas cosas. Es verdad que los límites se han difuminado, que la globalización ha provocado un mayor grado de complejidad a las propuestas políticas e ideológicas, que hay mucho espacio para los matices, que ya nada es blanco o negro…y que existen enormes campos de coincidencia entre partidos que se sitúan globalmente más a la izquierda o  más a la derecha. La definición clásica de izquierda o derecha no tiene sentido en el mundo actual; pero los énfasis y la jerarquización de las propuestas siguen determinando el campo ideológico de una formación o de un individuo.

Sin embargo hay momentos en los que la importancia de las propuestas ideológicas, en este sentido amplio que acabo de dibujar, pasan a ocupar un segundo o tercer plano. Cuando eso ocurre es porque existen problemas esenciales, comunes, que es preciso resolver antes de poder contrastar propuestas ideológicas, propuestas particulares; porque lo ideológico-con toda la importancia que le queramos dar y que sin duda tiene-,no deja de ser una cuestión particular que tiene su marco de actuación dentro de un espacio en el que todas las ideas puedan ser defendidas en condiciones de igualdad, sin miedo… O sea, en una sociedad plural y democrática.

Lo que hoy está en riesgo en España es lo fundamental, lo común, el orden constitucional. Los riesgos para nuestro país no proviene de ideologías extremas en el sentido tradicional del término; los riesgos provienen de partidos políticos que, al margen de su autodefinición ideológica, tienen como objetivo destruir el marco de convivencia definido por nuestra Constitución y organizado a través de las instituciones democráticas.

A poco que pensemos nos daremos cuenta de que España está inmersa en un proceso electoral y político tan atípico que los candidatos – particularmente quien ostenta el cargo de presidente en funciones-  no hablan de economía, educación, sanidad, infraestructuras, vivienda… Vamos, que los candidatos de los partidos políticos que se postulan en España no debaten sobre las cuestiones que son protagonistas en los debates electorales de cualquier democracia normal y que definen ideológicamente a los distintos partidos en contienda. Esa anomalía es el mejor ejemplo de que lo que hoy nos jugamos en España poco o nada tiene que ver con el perfil ideológico del próximo gobierno.

Lo que se sustancia en estas elecciones no es la conformación de dos bloques, derechas versus izquierdas. Pero aunque los dirigentes políticos que confrontan en seudo debates o mítines no quieran reconocer la realidad hemos de quitar al personal la venda de los ojos y encarar la cruda realidad. El día 10N vamos a elegir entre progreso y orden constitucional o regresión y caos. Los españoles no estamos divididos entre izquierdas y derechas, por mucho que Sánchez y su cohorte se empeñen. A un lado de la raya están quienes defendemos el orden constitucional y el prestigio y normal funcionamiento de todas las instituciones que de él se derivan ; al otro lado se encuentran aquellos que quieren burlar la Constitución y las leyes para destruir la sociedad plural y democrática.

Ambos bloques son irreconciliables, porque los derechos y el respeto a la ley no son ni parcelables ni negociables. Pero dentro del bloque constitucional cabemos estamos la inmensa mayoría de los españoles y en él cabemos todos al margen de nuestra adscripción ideológica, de nuestra condición social, de nuestra edad, de nuestro sexo…  Quien forma parte de ese bloque deja el sectarismo al otro lado de la raya; y no le preguntas a nadie si es de izquierdas, o de derechas, o liberal… o nada. Los individuos que componen este bloque saben que el sentido del voto es instrumental y son capaces de utilizarlo para defender lo fundamental.

Llegados a este punto he de confesar que confío mucho más en la inteligencia emocional de los ciudadanos que en la altura de miras de los líderes políticos. Llámenme ingenua si quieren; pero tengo para mí que hay mucha, muchísima gente, que ya ha decidido moverse para poner a su país por delante de su ideología . Y muchos, muchísimos más, que lo harán en los días que restan hasta depositar el voto en la urna. Al fin y al cabo el voto es un contrato a cuatro años que no estamos obligados a renovar. Pero si que tenemos la obligación de analizar algo más que la fachada antes de elegir la casa a la que vamos a mudarnos; o en la que vamos a permanecer, claro.

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