Del inmovilismo al regreso de Sánchez
Decía Aristóteles que la demagogia es la degradación o corrupción de la democracia, la cual consiste en una estrategia utilizada para alcanzar el poder político. La política moderna y el liderazgo actual están en un declive abrumador en donde nuestros dirigentes parecen más preocupados por tener poder que en gobernar en mayúsculas, con propuestas de fondo que aporten soluciones a los problemas de la ciudadanía.
De esta forma hemos llegado a vivir la vuelta de Pedro Sánchez a la Secretaría General del PSOE. Un dirigente político que trajo en dos elecciones los peores resultados de la historia del partido socialista. Un dirigente más preocupado en él y en el marketing electoral que en el bienestar de un país. ¿Por qué? Porque tras no entender que España es un país con una democracia parlamentaria y al no tener él la mayoría para gobernar, o se abstenía para dar la confianza al actual presidente del Gobierno, al cual podría exigir y controlar desde el Congreso, o nos llevaría a unas terceras elecciones, en donde los únicos ganadores seguirían siendo ellos, los dirigentes políticos, ya que ganen o pierdan los comicios seguirán cobrando del erario público.
Me comentaba un taxista que la política moderna se había convertido por desgracia en la única profesión que era capaz de prosperar engañando al pueblo. ¿No será cierto? Regresa Pedro Sánchez, pero siguen sin llegar propuestas de país. Tenemos una cámara legislativa de mayoría progresista, pero ésta es incapaz de hacer propuestas serias de ley para mejorar el país: fortaleciendo la independencia del poder judicial, haciendo una reforma fiscal o mejorando la educación y el emprendimiento.
Esta es la realidad de nuestro legislador, más enfocado en salir en la foto, reprobar a un ministro o en plantear una moción de censura, aún sin tener viabilidad en la misma y, peor, que ninguna de estas medidas tengan un impacto positivo en la gente. Todo con un fin: que no haya que legislar. Avisaba Freud que la gente, en general, al votar no vota por argumentos racionales, sino emocionales. El ‘no es no’ triunfa ahora con un aparente ‘sí es sí’, pero sin explicar cómo y qué va a proponer para mejorar el país, más allá del odio hacia el PP y la unidad del PSOE. El problema de nuestro país no son sus instituciones, sino los actores que los mismos las ocupan. Más preocupados en su subsistencia que en el bienestar general. ¿Qué podemos esperar?