Del balearismo inteligente de Matutes al filocatalanismo estulto de Sagreras
La controversia en torno a la denominación de la lengua histórica de Baleares que han suscitado unas declaraciones de la flamante portavoz del Grupo Parlamentario Vox, Manuela Cañadas, podrá parecer a muchos una polémica superada, aunque para otros se trata más bien de una herida mal cicatrizada a la espera de que alguien haga justicia por la humillación que supuso para la mayoría de baleares la aceptación de la denominación de catalán como la lengua de Baleares en el Estatuto de Autonomía.
El primer anteproyecto de Estatuto de Autonomía (1981) se refería a la lengua como la lengua propia de las Islas Baleares, un nombre que naturalmente disgustaba a las élites catalanistas que entendían que este nombre encerraba una «filosofía disgregadora de la lengua catalana». Llamarla lengua catalana en el Estatuto de Autonomía aprobado dos años después, representó, en palabras del conspicuo filólogo de la UIB, Gabriel Bibiloni, «una ruptura histórica con las denominaciones usadas tradicionalmente (mallorquín, ibicenco, etc..)». Esta ruptura con la tradición popular supuso el primero de los grandes éxitos del catalanismo.
En la tramitación del Estatuto de Autonomía, a diferencia de una UCD ya en descomposición que en este trascendental debate sobre la lengua mantuvo una posición ambigua, Alianza Popular propuso el nombre de lengua de las Baleares, una denominación parecida a la que acaba de proponer Manuela Cañadas. «No estamos en una academia ni en un instituto de investigación filológica, sino que estamos en una reunión política, donde lo que impera es la voluntad política, nuestra voluntad política es que la lengua de Baleares reciba este nombre», remachaba el diputado Carro Martínez en el Congreso de los Diputados. En el mismo sentido, el también popular Abel Matutes afirmaba al respecto: «Creemos que un Estatuto de Autonomía tiene que ser, fundamentalmente, un texto integrador, no un tratado de filología». El ibicenco reconocía que era necesario el consenso en este tema porque en Baleares «se produce una división importante» y su apuesta por la denominación de lengua de Baleares permitía no decantarse hacia ningún extremo y que todo el mundo se sintiera representado. «Para los que estamos hablando catalán estaremos hablando catalán, y el texto del Estatuto permite suponerlo así, y para los que consideran que hablamos mallorquín o balear, porque también el texto, al no pronunciarse sobre la cuestión filológica de fondo, permite también entenderlo así».
En el marco del Congreso de Lenguas Románicas, celebrado en Palma en 1980, donde un 90% de más de 800 filólogos asistentes no creyeron adecuado denominar català a la lengua de Baleares, Abel Matutes denunció la voluntad de una minoría catalanista muy influyente de plantear una falsa dicotomía entre mallorquinismo inculto y payés, por una parte, y un catalanismo culto y exquisito, por otra. «Así, el pueblo, su habla, su acento y sus peculiaridades son escarnecidos y vilipendiados -decía Matutes-. De este modo, el Ayuntamiento de Palma escribe sus bandos y sus anuncios en catalán de Cataluña; en los colegios se enseña el catalán de Cataluña y el programa regional de televisión en Baleares nos enseña a mallorquines, menorquines e ibicencos a hablar en catalán de Cataluña (…). De este modo se produce en nuestras islas un claro y profundo enfrentamiento entre unas minorías catalanistas y una sociedad que no es anticatalanista, pero que se resiste a ser catalana y a perder su propia identidad (…). Lo sorprendente es que el Partido Socialista se haya opuesto a elevar a categoría política lo que es normal en la calle: la lengua de Baleares».
Matutes no pretendía «negar el origen catalán de la lengua de las Baleares, sino de potenciar la modalidad insular, que es de lo que se trata; porque la cuestión de fondo no es si hablamos o no catalán, sino si defendemos o no nuestras peculiaridades y modalidades insulares». Calificar la lengua como llengua de ses Balears no implicaba romper ningún vínculo filológico, pero sí permitía detener una posible pretensión política de dominio.
El Estatut se tramitó en el Senado por vía de urgencia el 11 de febrero de 1983. El diputado Ribas de Reyna (AP) intervino defendiendo la autonomía de la Baleares respecto a Cataluña: «Jamás históricamente hemos estado unidos al Principado… Hemos sido completamente autónomos, hemos tenido nuestro Consell, hemos tenido nuestra Gran Consell en la isla de Mallorca, mandando un representante al Principado, con unas Cámaras totalmente distintas… Por ser islas, por estar aislados del continente, hemos conservado unas peculiaridades que queremos mantener por encima de todo… Hemos formado un verdadero crisol… Cinco siglos vinculados a España». Ribas de Reyna, adelantándose a los tiempos, distinguía entre unidad y uniformidad. “No podemos dar a la lengua uniformidad, porque la uniformidad es la muerte de nuestra lengua”, recalcando que se tenía que tener en cuenta la voluntad popular, no sólo a una minoría muy politizada. Y remataba: «En Baleares hay un grupo intelectual que está prejuzgando y anulando la voluntad de un pueblo».
Hace 40 años Alianza Popular no se fiaba un pelo de las elites catalanistas de Baleares. A día de hoy, el Partido Popular tiene tan asimilado el catalanismo, que forma parte de su ADN, sólo hay que escuchar a Toni Vera, Marga Prohens o Sebastià Sagreras. No asumen su catalanismo con resignación cristiana como todos nosotros sino que, con una auténtica fe de conversos, lo asumen con entusiasmo cuando, valiéndose de todos los recursos institucionales, se jugarían la vida para defender todas las políticas liberticidas del catalanismo. Lo que va de 1983 a 2024. Ello no es óbice para que el PP siga siendo el saco de todos los golpes de las siempre insaciables huestes catalanistas. Marga Prohens y compañía sabrán si les ha valido la pena.
*** Extracto adaptado del capítulo 6. Es nom de sa llengua del libro Sa norma sagrada. Un viatge a ses fonts amagades des catalanisme de ses Balears, Joantoni Horrach, Joan Font, Ed. Fundació Jaume III, 2016.