Los cuentos de la izquierda
La nueva izquierda es especialista en crear problemas donde no los hay. Pero no lo hace porque sea tonta, no; al contrario, es extremadamente inteligente. Con ello consigue atontar a la población, amputándole el sentido común, angustiándola y metiéndole miedo, lo que la izquierda llama «concienciarla y sensibilizarla» al «problema» de nueva creación.
Gracias al novedoso «problema» la izquierda aumenta su control social y cuando, tras horas y horas de propaganda, la población está suficientemente idiotizada y convencida de la existencia del «problema» que nadie antes había percibido, la parasitan creando la burocracia y las regulaciones necesarias para que sus grupos mascota vivan del «problema» que, en realidad, no tiene solución. Pero mientras exista este «problema» (y siempre existirá puesto que es irresoluble) sus expertos adoctrinados vivirán del cuento al tiempo que criminalizan al adversario político (la derecha) por ser insensible al «problema» que no tiene solución.
Sacan así partido político (orillando al adversario político al presentarse en sociedad como los verdaderos reparadores del nuevo «problema») y partido económico, viviendo a cuerpo de rey del «problema» que no tiene solución. Y, encima, una población cada vez más enajenada y empobrecida pero felizmente concienciada de una multitud de «nuevos problemas» le dará las gracias a la izquierda porque es la única que se desvela por ella al tratar de solucionar estos «problemas» que, recordemos, nunca tienen solución. Aplíquenlo al catalanismo, al ambientalismo, a Rubiales, al transexualismo, al memorialismo guerracivilista o al feminismo de género y se percatarán de qué vive la nueva izquierda y de por qué no desaparece pese a su probada inutilidad.
La cruzada derechista contra los colores arcoíris
Diario de Mallorca ha convertido en noticia que el Ayuntamiento de Marratxí haya eliminado la bandera arcoíris de unos bancos de una plaza pública. Los bancos llevaban cinco años pintados con el símbolo del lobby LGTBIQ+ después de que el Ayuntamiento los coloreara en 2018 como una «actividad más durante el Día del Orgullo». Hace unas semanas el Ayuntamiento de Calvià eliminó también la bandera arcoíris con la que se había pintado un paso de peatones que había dejado de ser lo que normalmente se conoce como un «paso cebra» para ser un «paso arcoíris» que, pese a su indudable vistosidad, aún no figura en el código de circulación. Para el siempre ecuánime Diario de Mallorca, Marratxí y Calvià se habrían convertido en «la punta de lanza de la cruzada derechista contra el mobiliario con los colores LGTBI». Los socialistas, por su parte, acusan a PP y Vox de «atacar los símbolos LGTBI» y de querer borrar «los derechos de gays, lesbianas, transexuales, bisexuales e intersexuales para llevarlos al blanco y negro».
Es curiosa la arrogancia y la pretendida superioridad moral de la izquierda que considera legítimo que los espacios públicos se llenen de propaganda ideológica siempre que ésta sea de su cuerda e ilegítimo que sus contricantes políticos, que no tienen por cierto la insana costumbre de ensuciar el mobiliario público como hacen ellos, borren los símbolos con los que sólo se identifican los simpatizantes de ciertos colectivos pero que no representan en absoluto al conjunto de la población, a diferencia de las banderas municipal, autonómica y nacional que sí representan a todo el mundo.
Limpiar las calles, las aulas, el mobiliario urbano y los espacios públicos de propaganda ideológica debería ser una obligación para las autoridades, todas las autoridades, y no constituye en absoluto ningún «ataque» a ningún «derecho» de nadie, derechos que siguen plenamente vigentes en nuestro ordenamiento jurídico. Otra cosa es que algunos, errónea, velada o interesadamente, crean que imponer sus símbolos a todo el mundo sea un derecho exclusivo que les pertenece por ser vos quien sois. Cuando cumplir la ley es cosa de «ultras» y no hacerlo es cosa de «demócratas» podemos asegurar que nos encontramos ante la enésima prueba de que estamos en un país que es un «tablero inclinado en el que algunos siempre juegan con ventaja», como decía acertadamente Cayetana Álvarez de Toledo.
Tampoco puede alegarse que Vox y PP traten de «restar visibilidad» a colectivos supuestamente oprimidos como los LGTBIQ+ porque, la verdad sea dicha, estos lobbys disfrutan de una visibilidad que ya querrían otros muchos. No les falta visibilidad, todo lo contrario, como atestiguan las propias «noticias» de Diario de Mallorca convirtiendo la anécdota en categoría. Tienen tanta visibilidad que uno debería preguntarse si la ideología LGBTIQ+ no se ha convertido ya en la nueva religión oficial del Estado, aconfesional para más señas. Pero siempre ha sido propio de la izquierda presentarse como revolucionarios y antisistema cuando son el sistema mismo y sus revoluciones han conquistado el poder absoluto hasta el punto de que nadie osa toserles. Rebeldes de salón a quienes todavía les gusta presentarse como rebeldes a favor de todas las buenas causas pero sin arriesgar ni un pelo.
¿Qué van a arriesgar quienes no sólo marcan la moralidad de toda la sociedad sino que viven felizmente instalados en el botín presupuestario parasitando todas estas buenas causas? Claro está que para dárselas todavía de rebeldes para seguir engañando a los ciudadanos hay que inventarse el fantasma de la «España de blanco y negro» a la que el «neofascismo» quiere retrotraernos. No cabe mayor fariseísmo en estos burgueses bohemios (bobos), como se les llama en Francia a estos progresistas caviar.
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