Cuando pactar con Vox es pecado y hacerlo con Bildu es tolerancia
La nueva felonía de Pedro Sánchez, no confundir con el PSOE, a la España constitucional la presenciamos estupefactos los navarros en particular y los españoles en general el jueves pasado. El partido encabezado por esa colaboracionista del anexionismo vasco que es María Chivite permitió activamente que el PNV se hiciera con la Presidencia del Parlamento Foral. Y pasivamente abrió el camino para que el brazo político de ETA, Bildu, entrase en la Mesa. Si hace 20 ó 30 años nos desvelan una traición similar hubiéramos tomado al interlocutor por loco.
En los 80, en los 90 y en los dosmiles, Partido Socialista de Navarra (PSN) y UPN se confabularon para que el que tuviera la más amplia mayoría de los dos gobernase. El gran número de formaciones en liza hacía imposibles las mayorías absolutas. Es más, nunca nadie las consiguió. Ni la UPN del gran Jesús Aizpún ni el PSOE de un corajudo Gabriel Urralburu que luego nos salió rana. La italianización de la política española que observamos en la actualidad llegó a Navarra hace 30 años. El lógico temor a los nacionalistas y a los asesinos etarras encarnados en esa figura del mal que es Batasuna provocó un pacto tácito que permitió la gobernabilidad durante décadas y aisló hasta 2015 a Navarra del fascistoide anschluss de PNV, EA y proetarras. Una gran coalición encubierta similar a las que implícita o explícitamente son moneda de uso corriente en los países más serios del planeta.
La del jueves fue la antepenúltima puñalada de un Partido Socialista sanchista al Pacto Constitucional y, lo que es peor, a la memoria de los 11 socialistas asesinados por los socios de los bilduetarras. No quiero pensar lo que deben estar sintiendo allá arriba Enrique Casas, Fernando Múgica, Joseba Pagaza, Ernest Lluch y otros siete héroes que pagaron con su vida la defensa de la libertad de los demás frente al nazismo etarra.
Fue la antepenúltima perfidia pero intuyo que no será la penúltima ni desde luego la última. La siguiente vendrá en unos días cuando la secretaria general del PSN conquiste el Gobierno regional de la mano del PNV, Podemos y Bildu. Sí, Bildu, porque sin la abstención de los proetarras es física y metafísicamente imposible que la política cirbonera conquiste la Presidencia de mi patria chica. Sencillamente, repugnante en términos morales, éticos y hasta estéticos.
El poder no lo justifica todo. Con un partido como Podemos, financiado por dos dictaduras, con otro como ERC que ha dado un golpe de Estado o con el tentáculo político de ETA no se puede ir ni a heredar. Ésos fueron los intocables mandamientos de la ley de Felipe González y de un PSOE socialdemócrata que desempeñó un rol esencial en la Transición y en la modernización de una España que en tantas y tantas cosas estaba esclerotizada víctima de 40 años de dictadura.
Los constitucionalistas españoles, los de centroderecha y los de centroizquierda, observamos impotentes cómo Pedro Sánchez se cisca en los consensos más básicos que han permitido el mayor periodo de paz, prosperidad y estabilidad de una historia de España cuyo último siglo no es precisamente para presumir. El afán por mantener el colchón de Moncloa provoca que el marido de Begoña Gómez pacte contra natura con quienes hace 21 meses perpetraron un golpe de Estado. O con quienes hasta hace ocho años asesinaban, secuestraban o extorsionaban a todo demócrata que se les ponía en las narices.
Lo peor de todo es que, tal y como advertía el filósofo hispanoestadounidense Santayana, “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”. Y cuando hablaba de “pueblos”, se refería naturalmente a sus gobernantes. Pedro Sánchez, que de historia sabe lo que yo de física cuántica, desconoce que la coyuntura de 2019 se asemeja peligrosamente a la que padecieron nuestros abuelos en 1936 con las terribles consecuencias conocidas por todos. A ese Frente Popular en el que estaban desde el PSOE hasta el PCE, pasando por los anarquistas o los independentistas de ERC o PNV. Una entente que degeneró en lo que degeneró: en una guerra de malos contra malos y en una posterior tiranía que duró 36 años.
Me indigna lo estupendos que se ponen algunos cuando el PP pacta con Vox o cuando Ciudadanos lo hace intentando que no se note. Que se nota un huevo, por cierto. Esos mismos a los que se les llena la boca del concepto “ultraderecha” aun a sabiendas de que los de Abascal son sólo “derecha”, muy derecha pero “derecha” al fin y al cabo, y ahora chalanean sin ningún rubor la entrada en el Gobierno de una formación que aplaude a un Maduro que asesina a sus conciudadanos como a chinches. Una izquierda política y mediática que está todo el día dando el coñazo con el cordón sanitario a Vox pero ahora no dice ni mu del cantado acuerdo con una ERC que ha estado sentada en el banquillo hasta hace dos miércoles por perpetrar la segunda rebelión de nuestra democracia. Ni que decir tiene los vómitos que a cualquier ciudadano decente le causa ver cómo ya está cerrada la abstención de los proetarras en la investidura de Pedro Sánchez.
No he votado a Vox. Y no lo haré por razones obvias: soy liberal en lo económico y en lo social, es decir de centroderecha, y los de Abascal son derecha conservadora pura. Dicho lo cual, son constitucionalistas, no han ejecutado ningún golpe de Estado, no están amparados por satrapías que asesinan a la disidencia o que cuelgan a homosexuales y desde luego no han asesinado a nadie. Es más, Santiago Abascal lleva escolta desde los 20 años. Y que no me vengan con el cuento de que lo del 1-O es un “problema político”, de que ETA ya no mata a nadie o ese insulto a la inteligencia que supone que te intenten convencer de que Podemos nada tiene que ver con los bolivarianos o con el Irán teocrático. Los nazis ya no asesinan judíos en Alemania pero nadie se sienta a pactar con ellos. Con los intolerantes hay que ser intolerante.