El conjuro de Vox

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El pasado mes de julio, el presidente del Gobierno, henchido de tacticismo, decidió que lo que más convenía a sus intereses era volver a las urnas. A pocas semanas de la campaña electoral, cundía el pánico en Ferraz. El PSOE se desplomaba y, por primera vez, se atisbaba la posibilidad de que los populares se hicieran con la victoria en las elecciones. A partir de ese momento, Sánchez volvía a abrir la puerta a Vox como ya hiciera en las anteriores elecciones. El gobierno decidió la exhumación de Estado de Franco para animar el voto del partido verde. Lo que en principio se planteó como algo discreto, fue transformado a un espectáculo mediático que avivó los odios entre las dos Españas. En paralelo, se produjo el estallido en Cataluña perfectamente previsto en las agendas de los estrategas de la Moncloa. Sánchez midió la reacción gubernamental, dejando en stand-by la respuesta del Estado de Derecho.

Los objetivos del candidato socialista eran cuatro: frenar al PP, hundir a Ciudadanos, encumbrar al PSC y allanar el camino a la Esquerra frente a Puigdemont. Gracias a la división en el bloque de centro-derecha, Pedro Sánchez duerme aún en La Moncloa. Y lo él lo sabe. Los últimos cálculos sobre los votos obtenidos por PP, Ciudadanos y Vox demuestran que, conforme a la ley electoral, España Suma hubiera obtenido 177 escaños, es decir, mayoría absoluta. La izquierda utiliza el conjuro de Vox para anular cualquier opción de victoria, salvo cataclismo económico, a los partidos de alternativa a la izquierda. A algunos no les gusta, pero es la verdad.

Nota relacionada: Hay algo más. Vox veta a los medios de comunicación porque, según sostienen, maltratan la esencia de lo que representan. Mienten. Fingen estar ofendidos con unos medios sin los cuales no serían nada. Pero el colmo del cinismo es que, desde Vox, se señale e intente desacreditar a analistas que, mucho antes de que ellos decidieran salir de sus lujosas poltronas, llevan años dando la batalla de las ideas, comprometiendo su prestigio profesional en la lucha contra el pensamiento único, intentando dar voz a todos esos ciudadanos excepcionales a los que ellos ahora fingen representar para lograr un escaño. Siempre he tenido claro que lo mejor que hay en la derecha es la derecha social, todos esos españoles comprometidos y valientes dispuestos a sumar por España. Pensando en ellos y con el máximo respeto, diría a esa derecha política sobreactuada, a esos que comparten con la extrema izquierda el gusto por las purgas y los señalamientos, a esos aspirantes a policías rojigualdos del pensamiento, que se ahorren los esfuerzos y las lecciones de valentía.

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