Cifuentes, C’s y el corrupticidio

Cifuentes, C’s y el corrupticidio
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Sin reservas, sin tregua y sin complejos. Por corto y por derecho. Sin dilaciones, ni pretextos, ni medias tintas, ni excusas de mal pagador. Sin pedir comprensión a los votantes. Al contrario, en todo caso y para empezar, pidiéndoles perdón alto y claro. Sólo hay un camino para combatir la corrupción. Y en el caso del PP, Cristina Cifuentes lo está marcando desde el Gobierno de la Comunidad de Madrid.

Las aguas putrefactas y el lodazal le han llegado al cuello al partido, lo han anegado definitivamente con el estallido (¡y lo que nos queda por ver!) de la ‘Operación Lezo’. Ha provocado el descabezamiento de la figura ya histórica de Aguirre. Y se ha puesto pie en pared. Ha sido el basta ya de una formación estigmatizada, y con razón. Primero, por las repugnantes acciones de determinados personajes que presuntamente se lo han llevado muerto aprendiendo el idioma de alcantarilla de los paraísos fiscales: millón sobre millón, delito sobre delito, comisión sobre comisión. Segundo, por las omisiones difícilmente comprensibles (incluso con formidables dificultades creíbles) de quienes, desde las alturas, tenían la sacrosanta obligación de vigilar, controlar, fiscalizar el dinero en este caso de los madrileños. Y han fracasado.

Es el momento corrupticida. Declarado y abanderado por Cifuentes con el aliento y la alianza —aunque en ocasiones la sensación sea la contraria— de Ciudadanos. Es verdad que la formación naranja no escatima en combinaciones durísimas de crochés y uppercuts (con frecuencia forzados, artificiales, impostados) al rostro —a veces al aire— de la ya consolidada lideresa del PP madrileño. Pero también lo es que son oposición y que va en el sueldo por consiguiente la competencia de marcar férreamente la acción de un Gobierno que está levantando la alfombra de los suyos.

Esto último con muchos matices. Hasta tres altos cargos del Ejecutivo me han confesado en pocas horas. “¿Los nuestros?” (…) “¿Dolor por ver la imagen de Ignacio González en prisión?” (…) “¡Nos ha engañado, nos ha estafado! A nosotros y a quienes creen en nosotros” (…) “Nacho y otros muchos, es que nos han llenado de basura” (…) “¿Vergüenza nosotros? Vergüenza los que han sido llevados en furgones hasta la cárcel”.

La inevitabilidad del ‘borrón y cuenta nueva’ es también una cuestión estética. En el corrupticidio, cuya onda expansiva sería saludable que se extendiese desde la capital a otros territorios periféricos podridos de malversación y de cohecho, de blanqueo de capitales y de prevaricación, las formas son el fondo. Con Cifuentes se ha terminado la etapa de minimizar los daños producidos por jugadores del equipo propio, se acabó lo de ponerse de lado, pasó a la Historia el templar sin rematar. No es un problema de dar un escarmiento o de instituir en términos cursis la cultura de ‘lo ejemplarizante’. Es mucho más sencillo, directo y eficaz. Es una cuestión de higiene democrática, de ética de la gestión pública, de regeneración a través de los hechos (la de boquilla es empachosa, peripatética y estéril). Quienes llevando en su bolsillo el carné de la gaviota no lo hayan entendido aún, no se han enterado de nada.

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