Cien años de la muerte de Dato
Hoy, ocho de marzo de 2021, se cumplen cien años del asesinato de Eduardo Dato, penúltimo magnicidio de un presidente del consejo de ministros -el último es el del almirante Carrero Blanco, como presidente del Gobierno-. Posteriormente al de Carrero, hubo planes de atentado contra Felipe González y José María Aznar como jefes del Ejecutivo, que, afortunadamente, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado pudieron evitar, con otro intento de magnicidio de la banda terrorista ETA que sí tuvo lugar contra José María Aznar en 1995, cuando era jefe de la oposición y que, gracias a Dios, fracasó por milésimas de segundo de error humano y el blindaje del vehículo de Aznar.
El de Dato fue el último de los asesinatos de presidentes del consejo de ministros ocurridos entre la instauración de la Casa de Saboya y el final de los partidos del turno de la época de la Restauración. Prim, Cánovas, Canalejas y Dato, todos ellos liberales o conservadores, fueron asesinados por anarquistas en los tres últimos casos y en el de Prim por lo que por parte de algunos autores han demostrado como un complot al más alto nivel en el que podría haber llegado estado implicado el entonces regente, el general Serrano, además de haber serios indicios de que el duque de Montpensier también podría haber estado detrás del mismo, aunque algunos autores atribuyeron el crimen al líder de los republicanos, Paúl y Angulo, que siempre lo negó.
Por tanto, cuando asesinaron a Dato había en España un raro clima de terror en muchos aspectos, en el que en cincuenta años murieron cuatro presidentes del consejo de ministros. Dato lo fue todo en la política nacional: tres veces presidente del consejo de ministros, presidente de las Cortes, alcalde de Madrid, ministro de Gobernación, ministro de Estado y diputado a Cortes durante más de treinta años, veinticinco de ellos de manera consecutiva, hasta su asesinato.
En toda esa amplia vida política, su Gobierno no fue fácil, pues tuvo que lidiar con la difícil neutralidad de España en la Gran Guerra, con las difíciles tensiones que había entre los germanófilos y los partidarios de los aliados -no olvidemos que en la Familia Real incluso podía haber ciertas tensiones, al ser austriaca la Reina madre e inglesa la Reina. Tras sortear momentos en los que la nación tuvo un pie en la guerra, España pudo despegar económicamente, pero la inflación generada en aquellos años fue un problema que empobreció a parte de la población, que contribuyó a intensificar las protestas anarquistas, especialmente virulentas en Barcelona.
Con su asesinato, no sólo se perdía la vida de Dato, sino que el sistema de partidos del turno, de la Restauración, quedaba herido de muerte, pese a los intentos de modernización del último gabinete de Maura, que no sucedió inmediatamente a Dato en la presidencia, pero que aceptó, finalmente, el encargo del Rey cinco meses después, hasta cesar en el cargo por última vez también un ocho de marzo, el del año siguiente, 1922. Tras él y el período de Sánchez Guerra y García Prieto, se rubricó la caída del sistema de la Restauración con la llegada de la dictadura de Primo de Rivera. Hoy, cien años después de la muerte del presidente Dato, debemos recordar su figura, relevante, sin duda, en la política española, como su sepulcro en el Panteón de Hombres Ilustres, junto a la Basílica de Atocha, reconoce. Una figura de primer nivel en la política española en general, y en el liberal-conservadurismo, en particular, que no puede quedar en el olvido ni por España, por alta responsabilidad institucional que detentó, ni por los partidos de centro-derecha, por la relevancia que tuvo su figura en el espacio liberal-conservador.
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