¡Cielos! La Universidad sigue viva

¡Cielos! La Universidad sigue viva

En los últimos días, hemos tenido conocimiento del cese del Ministro de Universidades habido los últimos dos años. Otro Ministro que pasa sin haber logrado resolver la degeneración de la Universidad. Una pendiente en la que lo de menos me parecen las ineficiencias o las arbitrariedades que propicia la “autonomía universitaria” (en muchos casos frenadas por las reformas), y lo de más el que la Universidad se haya convertido en una mera fábrica de titulados formados por unos mártires del curriculum donde todo es pesable, contable y medible. Las clases on line no han sido más que la puntilla. A día de hoy en la Universidad lo más básico y fundamental de la institución, como es la búsqueda de la verdad, el debate abierto, la disputa de ideas o la pasión intelectual, prácticamente han desaparecido. Y ello se manifiesta en la infrautilización de aulas magnas y salones de actos, o en la vaciedad de las cafeterías universitarias (que se diría que forman parte de la “España vacía”, aunque muchas estén en la poblada).

En medio de eso, debo confesar que quedé fascinado la semana pasada por lo que me pareció un movimiento del muerto universitario que me hace sospechar que tal vez siga vivo: recibí una invitación para una iniciativa llamada “Bailando con gigantes” que se presenta como un intento de “facilitar un espacio para (…) ejercitar tanto mente como corazón y responder a algunas de las preguntas que nos interrogan como seres humanos”. Y tal cosa se planteaba, ni más ni menos que “más allá del conocimiento técnico que se adquiere en las clases regladas”. Un verdadero milagro! La iniciativa, fruto patrocinio de la Fundación Tatiana Pérez de Guzman el Bueno, celebró como primer acto un diálogo apasionante: Juan Manuel de Prada y Juan Ramón Rallo, dos referentes fundamentales del tradicionalismo y el liberalismo, ofrecieron sus posturas sobre si en nuestra organización social y política debe pesar más el individuo o la comunidad.

El diálogo resultó muy enriquecedor, y harán bien los interesados en verlo entero. Pero más allá de su contenido, debemos destacar que logró algo que parecía imposible tras la pandemia: devolver la vida a la Universidad. El muerto se movió! Y no eran los gusanos haciendo el efecto óptico de que el cadáver se mueve, no. Era vida de verdad: un salón de actos lleno (mucha gente se tuvo que volver por falta de espacio –antaño habría sido un llenazo de esos de gente de pie y sentada por el suelo y las escaleras, qué tiempos!-) disfrutó con pasión, risas y aplausos de un debate que me atrevo a calificar de histórico. Las limitaciones materiales en que personajes como Castells han dejado a la Universidad pública hicieron, además, que en la sala hiciera bastante frío. Pero el calor humano lo superó. Ello permitía ver escenas tan enternecedoras como una joven pareja binaria (chico-chica) abrazados bajo un chaquetón, de la mano, oyendo con pasión a los dos pensadores, dignos de inmortalizar en una foto de Doisneau (como aquel beso parisino de 1950). Incluso había una universitaria madre con su bebé, cuyos sollozos en algún momento testificaron lo más importante que se pudo ver allí: vida!

La iniciativa pretende seguir adelante y anuncia nuevos debates. Esperemos que dichos encuentros contribuyan a ser la sal de la Universidad los próximos meses. O recuperamos los debates, los vestíbulos y las cafeterías, o mejor será que cierren la Universidad y que dejen a las escuelas de negocios y FP la labor (necesaria, pero no universitaria) de formar empleados empleables.

 

 

 

 

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