Celaá ‘comunistiza’ la Educación

Celaá ‘comunistiza’ la Educación
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Se veía venir: el Gobierno del Frente Popular, aparte de otras lindezas ideológicas de perfil soviético, se dispone a convertir la Educación en un instrumento para aborregar el país, para domeñar la libertad, y hacer de nuestros púberes unos sujetos a la orden del Estado social comunista. Un horror. Ahora mismo ese personaje ininteligible y sectario que atiende por Celaá, ha dejado sin financiación pública a los colegios concertados, los centros donde se forman dos millones de españolitos, y ha condenado a que el 29 por ciento de nuestras familias tengan que abandonar la educación concertada y sumergirse de bruces, y contra su voluntad, en la pública. Esta se quedará como única y sola opción para las clases inferiores o medias de la Nación que siempre han querido tener, ¡faltaría más!, control sobre cómo se les enseña sus hijos, donde se les enseña y quién les enseña.

Se coarta así la libertad de enseñanza que avala el Artículo 27 de la Constitución. Algo cuento retrospectivamente a este respecto. Cuando los siete “padres” de nuestra Norma Suprema procedían a redactarla ocurrió un incidente que estuvo a punto de dar al traste con todo el texto. Se discutía precisamente de la estructura de la Educación, y el PSOE, por boca de su ponente, Gregorio Peces Barba, intentó, con la complicidad inicial del comunista, Solé Tura, imponer un modelo estatalizado que, de sopetón, barrenara otras fórmulas de enseñanza que no fueran la inventada por el Estado. Peces Barba se enfadó sobremanera porque nadie le siguió en su imposición, pegó un portazo y abandonó la Ponencia, a la que no volvió hasta que recayeron, él y su partido, el PSOE, en que no tenían nada que conseguir con su afán estatalizador. Aún así,  este Artículo 27 se redactó con tal interés por el consenso que muchos técnicos lo califican de “chapuza”, después, sobre todo, de constatar cómo la Constitución no ha conseguido derivar en  una Ley permanente; con ésta de la sectaria Celáa ya van ocho textos diferentes.

Traigo a colación este recuerdo para asentar que, desde el primer momento de nuestra democracia, el PSOE ha querido “quedarse” totalitariamente con la Educación. Vamos, que lo que ahora pretende la liberticida Celáa no es nuevo en su equipaje ideológico, viene de muy atrás. La sola diferencia con lo habido hasta el momento es que el PSOE no ha contado con un socio que aplaudiera sus pretensiones que, dicho sea al paso, se quedan un tanto cortas para el leninismo de Iglesias y de su cuadrilla cuyo único objetivo es convertir nuestras escuelas en una suerte de soviet para infantes, donde estos queden regados con la verdadera doctrina de la fe: el comunismo más rancio. Para Celáa está claro lo siguiente: el dinero del Estado es de ellos, de ella para el caso, y dispone de él según su arbitrario pensamiento. Para los padres y maestros que siguen urgiendo una educación para todos y en libertad, Celaá les tiene adjudicados un adjetivo repugnante: “elitistas”. O sea, partidarios de una sociedad diferenciada en la que los más potentes descerebren a los menos afortunados. Puro marxismo-leninismo sin ambages, ni disimulos.

No se engañen en todo caso; lo que intenta esta reforma del Frente Popular es expulsar del ámbito educativo a la Iglesia, con la que tienen un contencioso abierto desde el principio de los tiempos. Ha dicho un parlamentario del PSOE singularmente imbécil, que en España “la Iglesia es un Estado dentro de otro Estado”. O sea, una memez sublimada para la indigencia intelectual del proponente. La Iglesia es sólo y nada más, la institución que, desde hace siglos, ha tapado la incapacidad del Estado para proporcionar enseñanza a sus pequeños. Eso debería bastar para que fuera reconocida en sus servicios y no perseguida por esta reedición analfabeta y miserable del Frente Popular. Durante la penosa II República ya se intentó, Azaña el primero, despojar a las órdenes religiosas de toda presencia en las aulas. El fin sé quedó a medias porque aquellos, como estos de ahora mismo, ignoran la capacidad de sufrimiento y supervivencia de esta institución. Como decía hace años el que fue secretario de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Pamplona: “… y es que nosotros nos movemos por glaciaciones”. Ahora es el momento de que los católicos, contra los que va dirigido básicamente este engendro de Celaá, no se queden en la pura declaración retórica; tienen que ir más lejos, deben organizar una respuesta acorde con la magnitud de la provocación, porque, hoy por hoy, la batalla la tienen perdida. Celaá -la azotadora de los ricos que no se viste precisamente en un mercadillo, aunque su estética sea el colmo del feísmo- ya ha conseguido que una parte de la España más rencorosa le compre su mercancía soviética. Tiene a favor la pringada supremacía política de la izquierda radical que, en su indisimulado afán de revancha, está barrenando todas y cada una de nuestras libertades. Eso sí: con el concurso de los estultos Ciudadanos que, con el socialista Garicano al frente, actúan como si fueran realmente los mamporreros de Sánchez.

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