¿Carácter clásico o romántico?
Machado dejó la duda en su autorretrato: «¿Soy clásico o romántico?». Desde que el Romanticismo irrumpió en Europa en el último tercio del siglo XVIII (Werther, de Goethe, es de 1774) nunca ha abandonado la cultura occidental. Rubén Darío, en Canción de los pinos, también lo dejó clarísimo: «Románticos somos. ¿Quién que Es, no es romántico?», dejando claro que ninguna personalidad fría y ortodoxa podría llegar nunca a realizar hazaña alguna. Voy a tratar de dar pinceladas sueltas para establecer la diferenciación entre ambos caracteres, con la esperanza -rota de antemano- de que no se me vea mucho el plumero.
Un verdadero romántico vive la vida como si fuera un héroe de una novela, buscando aventuras dominadas por su puro fuego arrollador. Todo ha de ser breve e intenso. Como decía un célebre obispo catalán a sus predicadores: «Hablad brevemente. Los sermones cortos mueven el corazón, los sermones largos mueven el culo, con perdón». A los de esta estirpe, la vida les va poniendo delante los ingredientes para su propia tempestad, que busca ir en aumento, como el redoblar de un tambor que estimula al soldado en combate.
En cuestiones amorosas, el carácter clásico persigue algo normal y sin complicaciones. Cumple con sus deberes conyugales con el mismo entusiasmo con que se sienta a comer, tenga o no apetito, consciente de que es su obligación. Un espíritu clásico será siempre honesto y nada coqueto, procurando mostrar un templado y agradable aspecto a todo el mundo, sin despertar pasión alguna. Son personas sensatas, modestas y recogidas; de relaciones contadas, pocas, adictas y de su misma clase.
El carácter romántico entiende el amor como una pasión erótica y arrebatada. Su mundo es barroco y ampuloso, altisonante, se pierde entre encajes, plumas y volantes. Los románticos tienen un lado infantil muy tierno y vulnerable, que combina a la perfección con su carácter provocador que, de vez en cuando, tiene su recompensa. Un romántico es muy sensible al frío y a las emociones. Todo puede pasar de extraordinario a ser una catástrofe en cuestión de segundos, en medio de un mar de contradicciones y de impaciencia.
Para un romántico, cualquier cosa es factible menos la posibilidad de mutar a la frialdad o serenidad de los clásicos. Con los años, aprenden a sortear los ambientes asfixiantes, provocados por esa gente que vive la vida siempre en el mismo tono, sin excederse nunca en nada, sin despeinarse ni probar ningún tipo de salsa picante. A los románticos les sobran motivos para asesinar algunos fantasmas a golpe de olvido. En la mayoría de este tipo de corazones susceptibles de entusiasmo, la tensión entre la vida interior y la realidad exterior es a veces abrumadora.
La dualidad entre ambos caracteres tiene su gracia y, sobre todo, no se escoge: se nace así. Las parejas formadas por un clásico y un romántico suelen ser exitosas, porque se complementan. Una pareja de románticos pasará unas jornadas maravillosas, llenas de embelesos y exageraciones, con las pulsiones a mil por hora, pero siempre será de corta duración. Una pareja de clásicos será apacible, como el mar en calma, nunca pasará nada más que lo cotidiano. Decidora en la conversación, pronta de réplica, desgarrada y fanfarrona, creo que he escondido medianamente bien el plumero. Y usted, ¿es clásico o romántico?
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