Bailando con rusos

Bailando con rusos
Bailando con rusos

En este caso no es una de tantas maneras de hacer el indio. Y que me perdonen los indios de todas partes, que también tienen sus expresiones políticamente incorrectas sobre los demás. Me refiero, como han visto enseguida, a la monumental temeridad del ex president Puigdemont y su camarilla al buscar el respaldo ruso para la independencia de Cataluña. Algo que, una vez avanzan las informaciones sobre esta trama que incluye hoteles de lujo en Suiza, se han apresurado a criticar incluso sus socios independentistas de ERC. Rufián ha declarado que los de Junts “jugaban a ser James Bond”.

Aunque no nos equivoquemos con él. Hubieran hecho exactamente lo mismo si la conjunción de oportunidades se les hubiera presentado a ellos. No son unos más sensatos ni más escrupulosos que los otros. Digan que la manifestación más descarnada del demonio ruso bajo cuya ala pretendían cobijarse se ha revelado como insoportable en este par de meses. Lo malo para ellos no es que se haya descubierto el pastel de su intención de vender en el mercado de despojos políticos al pueblo catalán que tanto dicen amar. Lo malo ha sido que Putin decidiera invadir Ucrania y haya imágenes cada día del mal que puede hacer un déspota desatado. Ese que veían como actor en una jugada maestra.

Pensaban que Putin era un dinosaurio con cierta tendencia traviesa a ayudar a quienes querían desestabilizar a Europa, y les ha salido un velociraptor frío, determinado y asesino. Tampoco deberían sorprenderse tanto de todas formas. Son cosas que pasan. Soraya se estremecía cuando el animalillo Junqueras le ponía la mano en el hombro. Le hubiera acariciado el lomo, de confiada que estaba. Y luego el tío se lanzó, en compañía de otros, a dar un golpe contra el estado. Golpe que, si hacemos caso a Ponsatí, hubiera valido un buen número de muertos en Cataluña. El orden de magnitud es muy distinto. Pero la falta de respeto por esos catalanes que dicen amar (¡Putin dice que los ucranianos son “hermanos”!) es tan parecido que causa escalofríos.

La Generalitat pagó el primero de los tres viajes a Rusia que hizo Josep Lluís Alay para buscar contactos con integrantes de los servicios secretos del que se pretende nuevo zar de Rusia, Vladímir Putin. Que lo hiciera para conseguir respaldo a la independencia de Cataluña no es una conjetura, lo dijo él mismo en un canal de noticias catalán. Que el primero de esos viajes lo pagase la Generalitat revela el conocimiento y consentimiento de la institución de todos los catalanes, independentistas o no, a ese plan tan disparatado del responsable de la oficina del expresident Carles Puigdemont en esos días de 2019. El presidente de la Generalitat era Quim Torra, y el responsable último de la Intervención del Govern era el mismísimo Pere Aragonés, hoy presidente de la Generalitat, pero entonces conseller de Economía.

A pesar del escándalo y de la incomodidad que esto ha provocado incluso en un Pere Aragonés que se ha alineado con España y Europa a favor de Ucrania, la Generalitat le sigue pagando el sueldo a tal Alay, jefe de la oficina del expresident, y a otros individuos que han ejercido de “prorrusos” o dependientes de Waterloo. Como la subdirectora de la oficina de Bruselas, Erika Casajoana, o la directora general de la Cataluña Exterior, Laura Costa, entre otros. Y teniendo en cuenta que ya existe una conselleria de política exterior del Govern, que cuesta 90 millones de euros anuales, esos cargos se han mantenido sin que se vean en la obligación de dar explicaciones. “Porque el dinero público no es de nadie”.

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