Ayusomanía y votantes de Vox

La semana pasada, tuvo un especial impacto la visita de Ayuso al barrio de Chueca, con ocasión de la cual concedió una entrevista para tratar algunos puntos fuertes de la agenda del lobby LGTBI. En dicha entrevista, la candidata no se expresó nada bien y cayó en errores como equiparar el derecho educativo de los padres con la coacción al profesor o juzgar de modo sentimentalista el problema de la maternidad subrogada (prescindiendo del problema de explotación de mujeres y violación de la dignidad que esconde). La candidata del PP no oculta que, al tiempo que le planta cara a Sánchez y mantiene una posición amable hacia Vox, asume entera la agenda del nuevo orden mundial (políticas de género, marxismo cultural, globalización).
Como les decía en el artículo anterior, es comprensible que la gente la apoye por su gestión de la pandemia y su defensa del modo de vida madrileño ante al recelo del resto de España. Pero no parece razonable que la apoyen, precisamente, los votantes desencantados con la traición del PP a sus ideales. Ayuso, pese a usar para sí misma el adjetivo conservador (véase la entrevista sobre ruedas con María Teresa Campos), ha puesto obstáculos al pin parental, no ha favorecido nada parecido al cheque escolar, no ha bajado impuestos ni ha reducido el gasto en dos años, se ha posicionado a favor del orgullo y en contra de su cambio de ubicación, se ha negado a derogar la Ley LGTBI de Madrid, no ha reducido subvenciones ni chiringuitos en los que se sostiene la hegemonía cultural de la izquierda y no ha tomado ninguna medida para reducir el número de abortos en Madrid, entre otras cosas. Ante tal realidad, ¿de verdad que los votantes que alumbraron a Vox van a apoyarla? A decir de Mario Conde (El Correo de España, 9 de abril pasado), si el electorado de Vox cae ahora en la ayusomanía, le da por ganado el partido al marianismo contra el que surgió (pues Ayuso, al fin, depende de Génova).
Más allá de la disputa de fondo sobre el contenido de la derecha, pienso que el desplazamiento masivo del votante de Vox hacia el PP sería además un error estratégico. Entre los autores de moda en la izquierda, ha tenido últimamente mucho eco el argentino Alejo Schaphire, autor de La Traición de la izquierda. En dicho ensayo se dice que la izquierda ha abandonado la lucha obrera y a los perdedores de la globalización y ha abrazado a las minorías (identity politics), cayendo en unos niveles de intolerancia y puritanismo nunca vistos en la historia. En este contexto, hay una parte importante del votante de toda la vida de las izquierdas que se está pasando a la derecha. Pero no lo hace a un partido como el PP, y menos si se aprecia su alineación con el marxismo cultural del que ha venido “la traición de la izquierda”. La apuesta de este votante es la derecha alternativa encarnada por Vox. Centrar en el PP todos los esfuerzos sería la garantía de que la izquierda, además de la hegemonía cultural, tendría la electoral: el PP por sí solo no puede ya con las izquierdas. Vox aporta un tipo de votante que nunca lograría el PP. Ayuso, sin Vox, nunca será presidenta.
En suma, creo que la ayusomanía para los votantes de Vox resulta una opción tan seductora como desaconsejable. Seguirla, además de arruinar la renovación ideológica de la derecha iniciada con el surgimiento de Vox, puede ser además un desastre electoral para el conjunto de las derechas a medio plazo.