Ayuso, la economía y el futuro político

La semana pasada participé de invitado en una suerte de mesa redonda en la que se debatía sobre la situación del país. Allí di cuenta de todos mis litigios irresolubles con el presidente Sánchez, de los que ustedes están al cabo, y me encomendé piadosamente al Señor para que se produzca un cambio, para poner fin a uno de los periodos más aciagos de la historia española. Luego había un turno de asedio y mi amigo el ilustre periodista y escritor Tom Burns, que es lo mejor que ha producido la mezcla de la sangre inglesa con la española, me preguntó: ¿Y después de su homilía a quién hay que votar?
Yo había declarado que me alegraría lo indecible que el nuevo presidente del Gobierno fuera el señor Feijóo, pero no descubrí el sentido de mi voto. Aprovechando la pregunta, dije que admiraba del señor Feijóo su pragmatismo, su experiencia de gestión acreditada y el plus de saber estar y de comportamiento que entraña haber gobernado Galicia obteniendo cuatro mayorías absolutas consecutivas. Pero también afirmé lo que no me gusta de él, que es su aversión a la disputa ideológica, que considera un nicho de debates estériles. Esto me desasosiega por completo. Y por eso completé la modesta reflexión compartiendo mi alternativa favorita: que el PP necesite a Vox para gobernar, y aún más, que no tenga más remedio que integrarlo en el Consejo de Ministros como socio fiable, leal y útil. Así acabaríamos de una vez por todas con la tontería espantajo de la demonización del partido de Abascal, que es la cancelación exigida por la izquierda y aceptada sin resistencia y de manera humillante por el PP. Esta apareció fugazmente en Castilla y León hasta que el resultado de las elecciones confirmó lo inevitable: que Mañueco tuvo que dejar entrar en el Gobierno a Vox. Y lo mismo está sucediendo en los inicios de la campaña andaluza, donde el señor Bonilla, que parece ir muy por delante en las encuestas, dice tonterías como incluso la de volver a repetir las elecciones antes de aceptar el apoyo de la impresionante Macarena Olona. ¿Por qué los políticos son ilimitadamente estúpidos con tanta frecuencia?
Isabel Díaz Ayuso es la única líder en activo partidaria de que el PP y Vox hagan un frente común para expulsar del poder a Sánchez, que debería ser la prioridad principal para todo aquel que sienta un poco de aprecio por el destino de la nación. Por eso no participará en la campaña andaluza, porque Bonilla no quiere que le destrocen el discurso de la serenidad y de la moderación. Él se lo pierde.
Yo respeto mucho que Feijóo haya dado orden a su partido de centrarse en la economía, dado que la situación del país es dramática en todos los frentes y está minando progresivamente la moral colectiva. De hecho, Madrid es el mejor ejemplo de los frutos que da poner en marcha las políticas contrarias a las impulsadas por Sánchez: contención del gasto, bajadas de impuestos, reducción de la burocracia, gestión privada de servicios públicos, concurrencia en la actividad económica, seguridad jurídica y finalmente generación de expectativas favorables para el empleo y la inversión atrayendo capital privado de otros territorios políticamente hostiles como Cataluña o Valencia. Este es el camino recorrido invariablemente por Madrid, con algunos pequeños tropiezos, desde los tiempos de Esperanza Aguirre.
Ahora, por ejemplo, la señora Ayuso ha anunciado que su Gobierno eliminará el efecto de la inflación rampante de la tarifa regional del IRPF, que es la clase de oposición con hechos y rendimiento seguro que hay que hacer a Sánchez, para que los ciudadanos comprueben la diferencia. Pero es importante que la presidenta sea capaz de explicar con claridad y soltura la simpleza de la deflactación. Entrevistada por Carlos Alsina en Onda Cero hace una semana no lo supo hacer. Se hizo un lío incomprensible y dio una impresión pésima que sus asesores deben evitar en adelante a toda costa. El equipo económico de Ayuso encabezado por el consejero Lasquetty es de primera fila. Sus subordinados, también. Ya he dicho muchas veces que Ayuso me parece el fenómeno político más importante de los últimos tiempos. Es natural, directa, brillante e inteligible para el ciudadano corriente menos el otro día con el periodista Alsina. Pero su especialidad es el combate ideológico, su lucha sin complejos contra el socialismo, su disposición a entablar la guerra cultural, su determinación para cepillar todas las leyes doctrinarias impulsadas por Sánchez en las cuestiones morales o educativas. Hablando de estos hechos tan importantes Ayuso no tiene rival. Es necesario que en el terreno económico no se permita otro desliz más a la hora de dar explicaciones sobre la estrategia económica de su Gobierno, que es ejemplar.
Ayuso aporta al debate público toda la enjundia ideológica de la que huye Feijóo como del agua hirviendo, convencido, y seguro que con razón, de que para ganar en estos momentos cruciales no hay que desviarse del objetivo central: la degradación acelerada de la coyuntura y las medidas absolutamente equivocadas que el Gobierno está adoptando para combatirla. ¿Pero, y después qué? Va a ser de nuevo el PP, en el caso venturoso de ganar, el simple taller de reparaciones de la devastación provocada por Sánchez. ¿Se va a atrever la derecha por primera vez en la historia a ir desmontando el tinglado ideológico que lleva tiempo corrompiendo moralmente a la sociedad española en medio de la resignación general, sin respuesta política alguna, hasta la aparición de Vox?
Creo que esta pregunta que me hago, sin intención de que sea retórica, explica muy bien por qué deseo que el PP necesite a Vox para gobernar, y, aún más, que sea inevitable que participe en un eventual Gobierno. Sería el complemento perfecto ante la falta de nervio intelectual de los populares, mejoraría sin duda la acción ejecutiva, abriría un camino inexplorado, lleno de oportunidades y, sobre todo, sería un espectáculo majestuoso observar el rasgamiento de vestiduras, el rechinar de dientes, los golpes de pecho y los anuncios apocalípticos a manos de la infame progresía nacional. Esto sería impagable, al nivel de otra Champions del Madrid. Sería el castigo, la lección histórica que todas las personas decentes estamos esperando.