Aún estamos a tiempo de rectificar

Aún estamos a tiempo de rectificar

Ya he tenido ocasión de comentar que el Procés es tóxico, en la acepción más genuina del término. Decimos que una persona es “tóxica” cuando la relación con ella puede ser nociva, peligrosa e incluso letal. El desgraciado Procés actúa sobre la sociedad del mismo modo, provocando a su alrededor división, enfrentamiento y —en el límite— odio y violencia. Empíricamente ha provocado en Cataluña una fractura social histórica a todos los niveles: familiar, de amistad, de vecindad, de trabajo… ámbitos en los que —en el mejor de los casos— se ha dejado de hablar de política para salvaguardar una relación mínimamente razonable. Si la principal tarea del gobernante debe ser colaborar a alcanzar el bien común de la sociedad, es evidente que quienes promovieron el Procés merecen una claro reproche social. Y, al hacerlo violando la ley, deben  responder de sus actos también ante la justicia.

Ahora, con el abrazo de Sánchez a los promotores de esta situación para mantenerse en el poder, su toxicidad se está extendiendo al conjunto de España, provocando los mismos efectos que en Cataluña, con una desafección creciente entre  españoles de uno y otro lado del Ebro. Esto explica la continua sucesión de despropósitos que se están produciendo desde que 24h después de las pasadas elecciones, Sánchez diera ese giro copernicano a la palabra dada, y optara por pactar con Podemos y los separatistas. Estamos padeciendo ya sus consecuencias, con la degradación de la actividad política, percibida ahora como mera estrategia de conquista y mantenimiento del poder. La convicción de que las promesas y palabras de nuestros gobernantes no valen nada, se ha extendido como una mancha de aceite, con efectos devastadores.

Desde la convicción de que estamos instalados en la postverdad, pretender negar la evidencia nos está llevando hacia el precipicio. De esta forma se intenta disfrazar con palabras vanas el anuncio de la revisión del Código Penal, pese a que todos sabemos lo que es: el comienzo del pago a ERC por la investidura de Sanchez, que se completará en la mesa de negociación en sucesivas entregas, para solucionar el “conflicto político entre Cataluña y España”. Estando incluso dispuesto a reunirse en  su despacho de Barcelona con el inhabilitado Torra, mercadea con la propia autoestima de una parte significativa de españoles, que no se resignan a observar impotentes cómo su Patria es mancillada por quienes tienen el deber de preservarla unida y respetada. Su uso para fines partidistas es inaceptable, aunque se pretenda enmascarar con etéreas y vagas afirmaciones de pretensiones de «reducir la tensión».

Lo mínimo que se puede exigir de un gobernante es que conozca la Historia de su país, y que diga la verdad a sus ciudadanos. Tenemos una experiencia ya demasiado extensa de hacia dónde nos han llevado nuestras divisiones nacionales, como para jugar a ser “aprendiz de brujo” con España y los españoles. Sánchez ha optado por gobernar con media España  —incluida la separatista— contra la otra media, y el escenario empieza a parecerse demasiado a experiencias ya vividas, que nadie asegura que no puedan volver a repetirse, aunque algunos optimistas recalcitrantes lo duden. No sabemos cómo acabará todo esto, pero el daño producido a nuestra convivencia es ya elevado.

Prefiero ser juzgado como apocalíptico, tremendista, conspiranoico y otras lindezas por el estilo, antes que callar frente a lo que se avecina, o denunciarlo cuando sea demasiado tarde. La honestidad exige decir las cosas cuando se está a tiempo de rectificar –que ya sabemos que es de sabios— y pueda evitarse la confrontación. A ello debe colaborar también la oposición, aun cuando la actitud de Sánchez no invite a ello. Apostar a que «cuanto peor, mejor» es una actitud moralmente inaceptable y políticamente equivocada. Entre otras razones, porque si esa media España no percibe que se hizo cuanto se pudo, se lo exigirá después en las urnas.

Cada día es más evidente que el actual Gobierno es un genuino Frente Popular abocado a las mismas actitudes y conductas suicidas que ya conocemos de sus antecesores. La III Republica está en  el ADN de Podemos y los separatistas. Y ya hemos visto la firmeza de las convicciones de Sánchez.

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