Aragonés dice «lo volveremos a hacer», todo

Pere Aragonés

Es lo que tiene ser nacionalista o progre. Hagan lo que hagan, es por la patria o por el bien de la sociedad. Por eso se les debe permitir cualquier cosa, desde intentar robarnos los derechos políticos a los catalanes vía procés o, ahora mismo, decir que está de coña que un tal Roger Perellada, seguramente un home-com-cal, se lleve una comisión de 24 millones por una operación de compra de mascarillas de 35. Que eran circunstancias excepcionales, explica el presidente de la Generalitat.  Y que por eso “lo volverían a hacer”.

Ellos actúan con la mejor de las intenciones. Disposición que nunca se le supone a la derecha, que es mala por naturaleza. El nacional-progreísmo hispano ha tenido como seña de identidad la denuncia de la corrupción. Esto está muy bien y lo hemos de hacer todos. El problema es cuando esa denuncia es el único plato de un menú básicamente centrado en la derecha y sin distinción de magnitudes.  Se lo pasaron de lo lindo con la operación Malaya, la trama Gürtel o la Operación Scala. Y fueron también grandes tiempos aquellos en los que El País dedicó centenares de portadas a los trajes de Camps o al bolso en entredicho de la pobre Rita Barberá. Pero poco dijeron del caso ERE en Andalucía o de esa nebulosa, siempre por desmadejar,  que envuelve al expresidente de la Generalitat Jordi Pujol y a su familia. Por cierto, que el otro día en el programa Aquí Cuní de la Ser Cataluña dijo que le dolía que le llamasen » corrupto» y que nunca había “cobrado ni una peseta». Eso sí,  preguntado por su familia, admitió que «no todo ha ido bien» porque «alguna persona puede hacer algo».  Yo creo que, mareando la perdiz, seguirá hasta su final. Nos hará pam-i-pipa ( “gesto de befa que consiste en llevar el pulgar de una mano a la punta de la nariz y la otra a continuación, mientras se agitan los dedos extendidos”, dice la Viquipèdia) desde la tumba.

Cuidado: como podría decir Johan Cruyff, “corrupción es corrupción”, y es trabajo de todos (políticos y ciudadanos) denunciarla. Pero estos gobiernos de izquierdas que han crecido al calor de la traición de Sánchez a todos los principios morales y políticos imaginables -sobre todo al tan elemental del mantenimiento de las promesas (“nunca haré”, “no podría dormir si…”)-  nos han permitido asistir comiendo palomitas a esa película de la que ya sospechábamos el final: la que cuenta que el trapicheo con el dinerito público para ayudar a los amigos o, como pasa con la caridad bien entendida, a uno mismo,  va con la naturaleza humana pasando de ideologías.

Sí, Roger Perellada, el “conseguidor” de mascarillas, se quedó con 24 de los 35 millones que le pagó la Generalitat. Y tuvo a una avalista comprensiva en Carola Miró, la mujer del entonces presidente de la Generalitat, Quim Torra. Gracias a ella se movilizaron contactos políticos al más alto nivel para desbloquear 35 millones en una cuenta del Banco Sabadell. El dramatismo y la urgencia que se vivieron al inicio de la pandemia, ya ven,  mezcló en la sospecha a hermanos, a aristócratas sevillanos y a empresarios listos que sabían susurrar en los oídos de las primeras damas catalanas. Qué bonita serie saldría de esto.

Pere Aragonés ya tiene su “caso mascarillas”.  Y se le une triunfante Laura Borràs, a quien el amigo Albert Solé propone comprar una carpa de circo para hacerle un traje a rayas si ha de ingresar en la garjola, que es donde van las señoras que se pasan de listas si son condenadas por malversación, prevaricación, fraude y falsedad documental.

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