Los Ángeles en llamas: las cenizas del ‘wokismo’

Los Ángeles en llamas: las cenizas del ‘wokismo’

Los recientes incendios en Los Ángeles no solo han devorado miles de hectáreas y destruido mansiones de lujo, sino que han consumido también la narrativa progresista que las élites hollywoodenses han defendido con tanta vehemencia. Las imágenes que emergen entre el humo son una lección de ironía: un cuerpo de bomberos que presume de representar a 72 identidades de género y una gestión estatal que, en lugar de invertir en prevención, prefiere culpar al cambio climático mientras las bocas de incendio permanecen inoperativas. Bienvenidos a California, la avanzadilla del progresismo internacional, donde la diversidad es una prioridad absoluta, incluso si todo lo demás arde.

La incompetencia se ha convertido en un espectáculo recurrente. Un teatro tan predecible como los Óscares, pero sin la alfombra roja. Actores y activistas, siempre listos para cargar contra el CO2 desde sus mansiones de diseño, ahora ven cómo sus discursos se consumen junto a sus propiedades. Las mismas élites que han aplaudido políticas simbólicas se encuentran atrapadas por una gestión que brilla por su ausencia. Y mientras tanto, los ciudadanos de a pie observan cómo su seguridad queda relegada al último puesto en la lista de prioridades.

En medio de este desastre aparece Gavin Newsom, el gobernador californiano y candidato en potencia a la presidencia de EEUU. Newsom no es sólo un experto en escaparates políticos, sino también un referente internacional para otros líderes progresistas. En Moncloa, Pedro Sánchez podría perfectamente tener un póster suyo enmarcado. Porque el guion de ambos es idéntico. Cuando las cosas se tuercen, culpan al cambio climático. Cuando las llamas avanzan sin control, es culpa de las emisiones globales. Y cuando los ciudadanos exigen explicaciones, la respuesta es una sesión de fotos en modo “líder responsable”.

Newsom, al igual que Sánchez, ha elevado el arte de no asumir responsabilidades a una categoría propia. Mientras las evacuaciones y las cifras de víctimas mortales llenan los titulares, el gobernador sigue fiel a su fórmula: discursos grandilocuentes, sonrisas perfectas y un flequillo que resiste incluso al viento de las llamas. Porque para él, el verdadero desastre no son los incendios, sino que su imagen presidencial se vea afectada.

¿Y qué decir del cuerpo de bomberos? Allí no falta representación. Todas las identidades están debidamente incluidas. Los discursos de inclusión están a la orden del día. Pero a las llamas poco les importa si quienes sostienen las mangueras representan a las 72 categorías de género que California presume. Lo que falta, eso sí, son bocas de incendio funcionales, camiones suficientes y una estrategia operativa que priorice salvar vidas. Pero en un estado gobernado por el postureo, los resultados prácticos parecen ser secundarios.

Las imágenes que llegan de California son un reflejo de lo que ocurre cuando la política se convierte en un espectáculo. Las mansiones de Hollywood ardiendo junto a los hogares de miles de familias simbolizan una gestión que se ha dedicado más a coleccionar titulares que a resolver problemas reales. Porque, al final, ¿qué importa la infraestructura obsoleta o la falta de prevención si puedes subir a Instagram una foto denunciando la “crisis climática”?

Pedro Sánchez no solo admira a Newsom; lo imita con precisión milimétrica. Ambos comparten la habilidad de convertir cualquier catástrofe en un trampolín político. En España, Sánchez ya ha perfeccionado la técnica: ante un incendio, una riada o cualquier desastre, la culpa siempre recae en el cambio climático. Las críticas a su gestión desaparecen detrás de un relato que culpa al planeta, nunca a las decisiones humanas. Y mientras tanto, el marketing institucional sigue funcionando como una máquina bien engrasada.

Pero detrás de los discursos, las ruedas de prensa cuidadosamente ensayadas y las fotos que parecen sacadas de un catálogo de líderes globales, lo que queda es humo. Literal y figurado. En Los Ángeles, como en España, las políticas de cartón piedra no apagan incendios. Las cuotas de inclusión no salvan vidas. Y los discursos no son suficientes cuando las decisiones reales no se toman.

Los Ángeles es hoy el laboratorio del progresismo simbólico. Un modelo que Pedro Sánchez observa con admiración y, probablemente, con envidia. Pero también es una advertencia. Porque las políticas que priorizan la apariencia sobre el contenido tienen un coste real. En California, ese coste se mide en hectáreas quemadas, casas destruidas y vidas perdidas. En España, ya lo hemos visto en otras tragedias recientes, como la DANA de Valencia.

Quizás sea hora de que tanto Newsom como Sánchez dejen de peinarse para las cámaras y empiecen a mirar hacia la realidad. Tal vez, entre las cenizas de Los Ángeles, alguien decida reconstruir algo más sólido que un eslogan. Y de paso, recordarle a Sánchez que el peinado de Newsom no apaga incendios. Que los discursos no salvan vidas. Y que las políticas huecas, como las llamas, arrasan con todo. Vidas incluidas.

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