Ambiente de victoria en Valencia

En olor de multitud y victoria ha cerrado el PP en Valencia su itinerante convención, aclamando a Casado como su líder y candidato, tras la retirada estratégica —o quizás, táctica— de Isabel Díaz Ayuso, esperando la jornada electoral de mayo de 2023 con elecciones en corporaciones locales, ayuntamientos, diputaciones, cabildos insulares —como La Palma—, consells insulars en Baleares y, como remate, elecciones autonómicas en no menos de una docena de comunidades autónomas, entre ellas por supuesto Madrid. Salvo que Sánchez decida convocar las elecciones generales para ese mismo día —hipótesis que no cabe descartar—, esa jornada marcará inexorablemente el principio del fin del sanchismo, que se oficializaría en las urnas escasos meses después como máximo.
Tras la debacle electoral de las generales de abril de 2019, en los comicios territoriales del mes siguiente, los pactos postelectorales del centroderecha que consiguieron el gobierno para los candidatos del PP en plazas emblemáticas como Madrid —Cibeles y Sol— y Castilla y León, aderezadas por la previa victoria en Andalucía tras casi 40 años de socialismo y la renovada mayoría en Galicia, permitieron a Casado y a su equipo el oxígeno necesario para presentarse sin problemas a las elecciones repetidas de noviembre. Ahora —como ya sucediera en los precedentes comicios de 1995 y 2011, que presagiaron el cambio político materializado a continuación, sucediendo Aznar a González y Rajoy a Zapatero, respectivamente— será Casado quien hago lo propio respecto a Sánchez y el sanchismo.
En este caso, no solo se trata del relevo del titular de la presidencia del Gobierno como en ocasiones anteriores, sino que es preciso referirse al «sanchismo», entendiendo por tal una manera de concebir la política que ha llegado a nuestro sistema con él, y que es preciso erradicar para evitar males mayores que pondrían en cuestión toda la arquitectura institucional nacida de la Constitución de 1978. El fin —obtener el Gobierno— no puede justificar los medios para conseguirlo, y con Sánchez el PSOE se ha convertido en un mero instrumento de poder a su servicio tras la experiencia de otro 1-O, un primero de octubre de 2016 en que el Comité Federal le obligo a renunciar a la Secretaria General para impedir precisamente todo lo que ha hecho, comenzando con la moción de censura que con tan sólo 84 diputados —mínimo histórico socialista y de cualquier otro candidato— le permitió asumir la presidencia apoyado por quienes conocemos. Blindado ahora Sánchez con una reforma de su partido para impedir todo control interno, el sanchismo está institucionalizado en un partido sanchista. El descrédito de la política ante el flagrante incumplimiento de las promesas efectuadas y comprometidas pública y reiteradamente, exigen una nueva etapa regeneradora del sistema, en un auténtico reseteo del mismo que deje atrás esta etapa. Para ello, el PP y Casado deben también asumir compromisos políticos que no es preciso protocolizar ante notario (…) para ser creíbles y confiar en que serán respetados. Un reinicio ético y moral que exige que no pueda continuar la práctica de faltar a la verdad, mentir y engañar a los ciudadanos impunemente, como sucede ahora. Algunos políticos piensan que, instalados en la era de la postverdad, no existe ninguna verdad objetiva, y sus deseos, emociones o percepciones son «su» verdad subjetiva en un momento dado, que se puede cambiar en otras circunstancias cualesquiera de tiempo y lugar, siempre y cuando convenga a sus correspondientes intereses.
Salvo un resultado inesperado en las elecciones comentadas —incluyendo las anticipadas andaluzas— el PP va a capitalizar el voto que emigró a Cs y que ahora regresará, cual hijo prodigo, a la casa paterna y materna, para constituir junto a Vox la «mayoría natural» que permita pasar página de una etapa marcada por epidemias y catástrofes naturales como compañeras de viaje sanchista. Todo ello sin perjuicio de dos realidades: una es que nunca gana la oposición, sino que pierde el Gobierno; y la otra, que todavía queda demasiado tiempo para esas elecciones y Ayuso sigue firme en su fortaleza madrileña institucional y regional. Y destilando química con el socio necesario para ganar, que es despreciado por Casado.