Alfonso Ussía, memoria y perdón
Su gran amigo Antonio Mingote le dedicó en 1986 a Alfonso Ussía una famosa viñeta en ABC en la que aparecen sentados en el cielo sobre una nube su abuelo Pedro Muñoz Seca y Federico García Lorca. Como si lo dijeran al unísono, el pie de la ilustración reza: «Todavía nos llaman rojo y maricón al uno y fascista astracanesco al otro. Pero lo hacen sin rencor, solo para justificarse por habernos asesinado».
Al rescatar el chiste de Mingote me he sorprendido recordando que Ussía ha muerto un día después de que cesaran definitivamente las matanzas de Paracuellos de Jarama, ejecutadas entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936, donde fue asesinado el autor de «La venganza de don Mendo», apenas tres meses después de que lo fuera el creador de «Yerma» en el barranco de Víznar, en su Granada.
Casualidad o no, el destino ha dispuesto que la vida terrenal de Ussía se cierre en la misma fecha en que se cerró un capítulo negro de nuestro pasado que marcó siempre al escritor y columnista. Allí están sus recurrentes artículos en la fecha en que cayó su abuelo ante el pelotón de ejecución, el 28 de noviembre, cuando recordaba la última carta escrita a su mujer Asunción de Ariza desde la cárcel de San Antón, llena de fe y patriotismo, sin rastro de rencor.
Esa carta la he recordado precisamente en el libro «Alfonso Ussía, la escritura indomable» (Editorial Confluencias) que hace apenas una semana presentaron en Madrid su hijo Alfonso J. Ussía y su amigo Julio Valdeón con las firmas de sesenta amigos y compañeros del columnismo. Un homenaje que pudo seguir el escritor desde su casa en Comillas donde convalecía de su grave enfermedad.
El dibujo que le dedicó Mingote a Alfonso Ussía en ABC retrataba la compasión que ambos sentían por todas las víctimas de la Guerra Civil, así como su aversión a los intentos de la «desmemoria histórica» por establecer unas víctimas de primera y otras de segunda. Y, más aún, pone de manifiesto, como denunciaba Ussía, el intento de la izquierda por resucitar aquellos viejos odios del pasado con el fin de dividirnos y enfrentarnos y así ocultar su incompetencia, corrupción e inmoralidad presentes.
Con todo, la lealtad a su abuelo, la reivindicación de su genio, la denuncia de la injusticia de su crimen, nunca convirtieron a Ussía en un triste memorioso, sino todo lo contrario. Era un portento del humor a carcajada limpia, un inagotable desfibrilador aplicado a la realidad mortecina y gris para insuflarla vida y contraste, y de paso contagiar de jovialidad a sus lectores.
La del humor fue su particular «venganza de don Mendo» ante lo español siniestro y fanático, incluso ante las amenazas e intentos de asesinato que sufrió con los criminales de ETA, a los que llegó a retar públicamente: «Aquí estamos para lo que gustéis matar, hijos de puta».
Me quedará para siempre el recuerdo de Alfonso Ussía en aquellas veladas en ABC, después de que se hubieran retirado los invitados a la cena de los Cavia, cuando nos arrellanábamos en torno a él y sus desternillantes historias en los sillones de la antesala.
Momentos de ingenio desbordante, de humanidad a borbotones, regalados con la generosidad del maestro a aquellos «plumillas» de redacción que no queríamos que se acabara nunca la noche.
Aún palpitaba fuerte entonces un gran corazón que ha ido a detenerse, en homenaje imprevisto al ejemplo de perdón de su abuelo, después del día en que, en un lugar aterido de odio, cesaron los disparos de unos españoles contra otros españoles inermes.