Ahora, ¿nucleares sí?

De pronto, Europa entera se estremeció con el accidente nuclear de Fukushima sucedido el 11 de marzo de 2011 tras un brutal terremoto, 9.0 en la escala sismológica de Richter, que sacudió y arrasó gran parte de la costa oeste de Japón. Aquella central, según los expertos nucleares era una chapuza en sí misma: estaba al borde mismo del mar, era una antigualla tanto en la propia tecnología que utilizaba como en los parámetros de seguridad que intentaban salvaguardar las mismas instalaciones y, además, no ofrecía, como casi todas las demás del mundo, información concreta y cierta de sus resultados.
Es decir, que Fukushima tenía, como dijo entonces un ingeniero nuclear, “vocación de accidente”. Y naturalmente sucedió, el Universo entero se estremeció y rápidamente el movimiento antinuclear, engrasado suficientemente desde países varios, incluida Rusia fíjense, se puso a cargo de una auténtica revolución que contagió a todos, izquierda y derecha; la primera porque se ajustaba precisamente a sus planteamientos ideológicos (ecología desaforada) y la segunda porque, en su permanente y general pusilanimidad, se sumó a la protesta “no fuera a ser que…” los farsantes progresistas del planeta la llamarán “asesina” como mejor admonición.
Así ocurrió que España se aunó casi con entusiasmo al modelo y, contemplando a mayor abundamiento que Alemania decidió clausurar todas sus centrales, proclamó el fin de la producción de esta energía en nuestro territorio. Zapatero puso fin a la actividad de Zorita en Guadalajara y, curiosamente y con escasa previsión, años más tarde, en 2017, se cerró la central de Santa María de Garoña (Burgos). Fue un Gobierno del PP, Mariano Rajoy de presidente, cuando el ministro del ramo era Álvaro Nadal, quien anunció el cese. Se ofrecieron tibias promesas en la zona de la central y hasta hoy; las ayudas prometidas para sustituir aquella fuente de ingresos, y de empleo, por otra -se dijo entonces, más limpia- se han quedado en agua de borraja. Curiosamente, de aquella campaña de demolición general se libraron Ascó I y II, situadas en Vandellós y cuya licencia termina para la primera en 2023. Están gestionadas a medias por una asociación en catalán entre Iberdrola y Endesa, y su situación ahora mismo parece problemática dada su cercanía al mar de Tarragona.
Quedan por tanto cinco centrales en funcionamiento en toda España. Cuando a los gobiernos antedichos les sobraba energía por todos los poros, la luz era barata, y habíamos descubierto las bondades de los molinillos de aire y de los paneles solares, se dispuso que la contribución del 25 por ciento que encerraban las nucleares, era perfectamente asumible por otros modos más baratos y sanísimos, eso desde luego.
A nadie de los técnicos que trabajaban entonces para los Gobiernos se le ocurrió previsoramente pensar en que la cosa podía cambiar, que el sol no daba para tanto y que el aire tampoco sopla siempre en España. Menos aún recayeron en que Marruecos y Argelia se podían pelear a muerte, que nos iban a racionar el gas, que Putin no nos quería mucho, y el carbón, lo más contaminante sobre la Tierra, no había quien lo promocionara porque ponía nuestros cielos negros como un aborigen de Senegal. Y no sólo se cerraron las centrales, sino que se procedió a una irracional campaña de desprestigio que afectó sobre todo a la manera de cómo depositar los residuos que causaban los muy diversos centros, desde hospitales, institutos de investigación a fábricas. Ya trabajaba la instalación de El Cabril, en Córdoba, donde se guardan residuos de baja y media intensidad, y, tras un concurso apasionado y polémico que rigió el Consejo de Seguridad Nuclear, se construyó un almacén para los residuos de alta intensidad en Villar de Cañas, Cuenca.
El almacén sigue ahí parado, porque el Gobierno del PP no quiso defenderlo, sobre todo los funcionarios menos distinguidos del Ministerio de Energía, que se dedicaron a promover activamente el boicot. Existen al respecto nombres y apellidos de los saboteadores; uno de ellos, subdirector de Energía, tomó al asalto Enresa, la empresa que fundó Felipe González para el menester. Un tipo que siempre trabajó para el PSOE. Llegó al Poder el actual presidente de Castilla-La Mancha, García-Page, se refugió en la existencia de unos pajarillos que al parecer pululaban por el pueblo y aledaños, firmó la defunción del Almacén, y aunque años más tarde la Justicia le privó de razón, por las inmediaciones de Villar de Cañas, un pueblo hoy arruinado, no se ha visto ni el residuo más inocente que nos podamos imaginar.
Y sin que nadie quisiera (podían haberlo previsto, pero no lo hicieron) llegó el desastre actual, en el día más barato pagamos la luz a doscientos euros el megavatio, los dos estados del Norte de África, Argelia y el latifundio de Mohamed, están a punto de liarse a guantazos, y, a consecuencia de la subida estratosférica del precio de la energía, la economía mundial se tambalea, y mucho más la nuestra. Los países más sensatos: Estados Unidos, Francia o los nórdicos europeos, por ejemplo la modélica y aburridísima Finlandia, han decretado no sólo la subsistencia de sus centrales en funcionamiento sino la construcción de otras nuevas.
Los analistas más reputados del mundo (también muchísimos en España) proclaman que no hay otra solución más que ésta, pero algunos, ¡cómo no, España! Nos resistimos a reconocer esta verdad. Aquí el Ministerio para la Transición de no sé qué, tiene sobre la mesa informes de ese jaez, pero no se va a añadir a estas otras naciones que, de repente, se han vuelto conscientes de lo que está ocurriendo. Hace unos días, un periódico germano, sensacionalista eso sí, titulaba precisamente con el encabezamiento que he tomado para esta crónica: “Jetzt nuclear ya?”, “¿Ahora nucleares sí?”. Una pregunta que, desde luego en Alemania no hará fortuna con un Gobierno en el que con toda seguridad entrarán los Verdes. Merkel demolió sus centrales, y ciertamente la República Federal está en ello, y con certeza, ahora que se va considerará que, dada la crisis actual, aquella no fue la mejor decisión de su larga travesía como canciller.