LA OTRA AMIGA ENTRAÑABLE DEL REY (II)

Bárbara Rey tenía una caja de seguridad en su banco de Luxemburgo para guardar documentos sensibles

Bárbara Rey tenía una caja de seguridad en su banco de Luxemburgo para guardar documentos sensibles
Manuel Cerdán

Bárbara Rey dispuso de una caja de seguridad en el Kredietbank, la entidad bancaria luxemburguesa en la que los servicios secretos del CESID abrieron una cuenta para ingresarle cantidades millonarias, como desveló ayer OKDIARIO.

Los movimientos internos de la cuenta 55-209185-88-1 recogen pagos anuales de 5.624 pesetas (34 euros) por el alquiler de la caja 2144. En el documento figura la anotación  en francés: “Localitation coffre SG 2144”. Así mismo aparece otro apunte de 1.725 pesetas (10 euros) por la custodia de la llave de la caja (En francés: “Garde de la cle du coffre SG 2144”).

Los papeles bancarios en poder de OKDIARIO reafirman la obsesión de la actriz murciana por mantener a buen recaudo las grabaciones que había registrado y conservado a lo largo de sus relaciones amorosas con Don Juan Carlos. Esa afición fue lo que provocó la intervención de los servicios de información en una operación secreta para mantenerla callada y recuperar las cintas.    

La actriz murciana, como ha reconocido a OKDIARIO,  guardaba cintas con material sonoro y de vídeo en la caja fuerte de su residencia de Boadilla del Monte y en otros escondites. “Para preservar mi seguridad y la de mi familia”, según sus palabras. Pero, en su línea de defensa, asegura desconocer la existencia de la caja del Kredietbank luxemburgués.

El desmentido de la vedette no es compartido por uno de los ex directivos de los servicios secretos que siguieron de cerca el caso Bárbara Rey: “Las cuentas bancarias no tienen por qué disponer de una caja de seguridad anexa. Y si ésta se contrató fue porque alguien del Servicio lo pidió. Está claro que Luxemburgo es un punto neutro y fiable para asegurar la privacidad de documentación sensible. Nosotros desconocimos el uso que pudo darle a esa caja”.      

La realidad es que, veinte años después, el contenido de esas grabaciones, registradas personalmente por la actriz en sus encuentros con gente de su entorno, incluido el mismísimo Rey Don Juan Carlos, nunca fue revelado ni sus imágenes reproducidas públicamente.

En el encuentro que mantuvo OKDIARIO hace unos días con Bárbara Rey ésta se negó a desvelar el contenido de esas grabaciones: “Es material que pertenece a mi intimidad y nadie tiene por qué conocerlo. Por mi seguridad está en un lugar blindado”, afirmó.

Cuando el CESID, la antesala del actual servicio de información CNI, puso en marcha en 1996 un plan secreto para recuperar todo ese material conocía la afición de la actriz murciana por grabar sus conversaciones telefónicas y sus encuentros íntimos. 

“No nos provocó ninguna extrañeza porque tenía medios técnicos para hacerlo. La actriz era amiga del propietario de la Tienda del Espía, que le facilitaba todo tipo de artilugios electrónicos”.

Las sospechas no eran infundadas ya que la propia Bárbara Rey en una denuncia presentada por presiones y robo ante la Comisaría de Tetuán de Madrid reconocía, más tarde, tener en su poder cintas magnetofónicas de sus conversaciones con uno de los amigos íntimos del Rey. Éste, que había actuado de intermediario de Su Majestad y de los servicios secretos para detener el escándalo, había sido grabado por la propia actriz.

En aquellas fechas, los servicios secretos, al mismo tiempo que infiltraban a sus agentes en el sur de Francia para combatir a ETA o seguía el rastro del dinero que blanqueaban los narcos en España, se marcaron un tercer objetivo prioritario: recuperar las cintas de Bárbara Rey. Las relaciones amorosas de la musa de la Transición con el jefe del Estado habían pasado de ser un simple rumor a un tema de conversación en los cenáculos del poder. Los espías españoles, sorprendentemente, elevaban a la vedette murciana a la categoría de un Josu Ternera o de un Pablo Escobar.

Denuncia en comisaría  

Cuando estalló el escándalo, el entorno de la actriz remitió, en junio de 1997, un anónimo a los medios de comunicación. En él, utilizando un lenguaje críptico y un estilo de thriller cinematográfico, se desvelaba la persecución que había sufrido la vedette por parte de los espías españoles. Incluso, se acusaba a su amiga Cristina Ordovás Gómez-Jordana, la marquesa de Ruiz de Castilla de haberle robado las llaves de su domicilio y de prepararle una encerrona para que los agentes del CESID entraran en su casa y tuvieran tiempo para llevarse los documentos.

Según la vedette, su amiga le había organizado una noche de parranda: cena en el palacete de la marquesa, visita al casino de Torrelodones y una larga madrugada de copas. Cuando la actriz regresó a su hogar a las siete de la mañana comprobó que le habían sustraído de su caja fuerte material comprometedor “para ella y una tercera persona” y había sido sustituido por otro similar.

Bárbara Rey desconocía que su amiga Cristina, hija del general Manuel Ordovás, que presidió el Consejo de Guerra de Burgos contra ETA, era una asidua visitante de Castellana 3, el antiguo edificio de presidencia del Gobierno, donde el CESID tuvo su primera sede.

La actriz se personó en la Comisaria de Tetuán de Madrid y denunció el robo de documentación personal, “la cual implica a personas importantes de este país por ser comprometedora para ambos”, recogía el escrito. Pero la vedette seguía sin desvelar el nombre de Don Juan Carlos.

Dos semanas después regresaba a las mismas dependencias policiales y denunciaba la sustracción de “carretes fotográficos sin velar, cintas grabadas de varios autores, una agenda personal….tres cintas de cassette, cinco videos, 20 diapositivas…”.

Según la denuncia policial: “Todas ellas comprometedoras para ambas partes …… especialmente relevantes para esta persona importante de la cual no desea en estos momentos decir su identidad”. . 

Bárbara Rey alegaba que no quería aparecer como “la culpable del daño que se le pueda producir a esta persona”. Insistía en que quería “salvaguardar el nombre de la persona con quien mantuvo relaciones”. Pero, al mismo tiempo que hacía esas confesiones y seguía con sus negociaciones, la actriz desvelaba el nombre de un tal Luis Anasagasti, el nuevo mediador del CESID que se presentaba con una identidad falsa y que tenía instrucciones de sus jefes de recuperar a toda costa las cintas.

En un principio, Bárbara llegó a un acuerdo con el emisario de los servicios secretos para seguir recibiendo en sus cuentas los pagos periódicos por parte del entonces CESID. Sin embargo, los agentes de La Casa, como se conoce a la sede del espionaje español, no cumplieron todo lo pactado.

El acuerdo inicial consistía en la devolución del material de alta sensibilidad que la vedette tenía en su poder a cambio de una compensación económica de 500 millones de pesetas (3 millones de euros), en entregas mensuales de 25 millones, como desveló ayer OKDIARIO. Bárbara Rey justificaba esa compensación económica desde una perspectiva de “desgaste profesional”. Según la actriz, su relación íntima con la primera autoridad del Estado le había impedido desarrollar con normalidad su actividad artística y la había sumido en una situación de ruina económica.

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