Abdeslam, de parrandero y ladronzuelo a yihadista
Salah Abdeslam, sospechoso clave de los atentados de noviembre en París, llevaba una vida de parrandero, marcada por pequeños robos, antes de volverse yihadista en tiempo récord en Molenbeek, un barrio popular de Bruselas.
La foto de este joven moreno con el pelo engominado y sus características («individuo peligroso», 1m75, ojos marrones), ha circulado durante meses por toda Europa.
El francés, de 26 años, era buscado por su implicación activa en los atentados del 13 de noviembre en París. Su hermano Brahim fue uno de los kamikazes. Durante 126 días logró permanecer prófugo.
En Molenbeek, donde reside la familia Abdeslam, el probable «décimo hombre» de los atentados que dejaron 130 muertos no dejó sin embargo la imagen de un aprendiz de yihadista, sino más bien la de un chico presumido y juerguista.
Como sus hermanos, Mohamed y Brahim, Salah vivía con sus padres y su hermana en un lindo edificio con vista a la alcaldía. Era una familia unida, «abierta y liberal, no muy religiosa», recuerda Olivier Martins, ex abogado de Brahim.
Salah y Brahim tuvieron una juventud normal. «Les gustaba el fútbol, iban a discotecas, volvían con chicas», cuenta Jamal, educador y amigo de los hermanos Abdeslam. «Bebedores, fumadores, pero no radicalizados», completa Youssef, otro de sus conocidos.
Y un día, según Jamal, llegaron «las malas compañías, en un mal momento». Entre sus amigos estaba Abdelhamid Abaaoud, quien se convertiría luego en uno de los yihadistas belgas más notorios y en el presunto cerebro de los atentados de París. Luego de un robo en 2010 coincidieron en la cárcel.
Porros y ‘llamadas a la Guerra Santa’
Salah trabajó como técnico en la STIB, la empresa de transporte público de Bruselas. En marzo de 2013 abrió un bar con su hermano, Les Béguines, en la planta baja de un edificio de ladrillos rojos de Molenbeek. Brahim era el propietario; Salah, el gerente.
Detrás del mostrador no sólo se bebía cerveza. «Muchos fumaban droga» también, dijo uno de los parroquianos, Abdel. «Con Brahim, apenas entrabas trataba de venderte algo», recuerda.
El hallazgo, a mediados de agosto, de porros a medio consumir en los ceniceros durante un control de las autoridades terminó por provocar el cierre del bar a partir del 5 de noviembre. ¿Señal de que algo se preparaba? Los hermanos ya habían traspasado el negocio el 30 de septiembre.
En los últimos meses «ya no bebían y rezaban un poco más que de costumbre», dijo otro hermano, Mohamed, detenido en Bruselas al día siguiente de los ataques pero liberado luego sin cargos.
En el bar, desde hacía un tiempo algunos clientes notaron que se consultaba más internet: «Cada vez que entrabamos en el café, había discursos del Estado Islámico, es decir llamadas a la yihad», dijo uno de ellos.
Brahim, el dueño, también miraba videos del grupo yihadista. «A veces, cuando se enojaba, decía que haría estallar todo», aseguró otro cliente al canal francés France 2.
El viernes 13 de noviembre Brahim se hizo estallar en el bulevar Voltaire. ¿Le esperaba a su hermano, Salah, el mismo destino? Los investigadores se interrogan sobre su papel durante los atentados. Salah alquiló dos vehículos y dos habitaciones utilizados por los comandos.
La noche de los atentados probablemente haya llevado a los kamikazes al Estadio de Francia. Se lo geolocalizó en París y luego se halló un cinturón de explosivos cerca del lugar donde fue detectado, gracias a su teléfono celular. Desde entonces estaba prófugo.
Su rostro no aparece en el fotomontaje de los atacantes ni en el video de reivindicación que difundió el EI en enero. Se sigue ignorando qué hizo exactamente en la noche del 13 de noviembre.