España cae de pie
España cayó de pie. Por penaltis, en un partido épico, con alternativas, emoción, vértigo y fútbol, Italia nos echó de la final de la Eurocopa en un duelo histórico en el que cada país defendió su fútbol, su historia y su honor. Chiesa adelantó a Italia en la segunda mitad y Morata igualó en el 80. Fueron sendos golazos. En la prórroga el cansancio y los nervios atenazaron a ambos equipos, así que el nombre del finalista se escribió en los penaltis. Lo que ante Suiza fue cara, frente a Italia salió cruz. Nos fuimos con lágrimas y con la sensación de que esta selección tiene presente… y futuro.
El día después de adiós de Raffaella Carrà, diva italiana de nacimiento y española de adopción, la selección de Italia hizo suya la letra de En el amor todo es empezar y nos explotó el corazón a los españoles que queríamos ver a la selección de nuestro país en la final de la Eurocopa. Todos menos Andoni Ortuzar y cuatro más.
Luis Enrique volvió a hacer de las suyas en la alineación. Para algo es el «puto amo» de la selección, que diría Guardiola. Lo de cambiar lo lleva en la sangre. Como Madonna en un concierto, Lucho aprovecha todo su fondo de armario para lucir vestuario y ante Italia no iba a ser menos. Después de dos semanas partiéndose la cara por Morata como el día de Tassotti, pues Morata al banquillo. Pero no para poner al otro nueve de España, Gerard Moreno, sino para jugar sin nueve… o con falso nueve: Dani Olmo.
La decisión, atrevida y arriesgada, tenía una explicación puramente futbolística: arrebatar a los centrales de Italia, Bonucci y Chiellini, la referencia de un delantero centro al que marcar. Se lo hizo Del Bosque en la final de la Eurocopa hace casi una década (con Cesc de falso nueve) y la cosa acabó con 4-0 para España. Aunque aquella era otra selección, claro está.
No se conformó Luis Enrique con el bombazo de Morata, sino que también metió a Eric García por Pau Torres en el centro de la defensa y a Oyarzabal por el lesionado Sarabia en el costado izquierdo del ataque. A Marcos Llorente le tocaba esperar en el banquillo. El resto, el mismo equipo que eliminó a Suiza en unos penaltis agónicos e inolvidables. Relatamos rápido: Unai Simón; Azpilicueta, Eric García, Laporte, Alba; Busquets, Koke, Pedro; Ferran Torres, Oyarzabal y Dani Olmo.
Enfrente estaba Italia, la Italia menos Italia de cuantas en el mundo hayan sido. Una Italia atrevida, divertida, disfrutona, con viejos rockeros como Bonucci y Chiellini atrás, pero con futbolistas pequeñitos de tamaño pero gigantes de talento como Verratti, Insigne, Barella o Chiesa, entre otros. Posiblemente, la selección que mejor ha jugado en esta Eurocopa con permiso de Inglaterra.
Presión con presión se paga
Un España-Italia siempre nos pone la vena del cuello como a la Patiño y nos evoca un amplio historial de agravios y afrentas. La nariz de Luis Enrique es sólo un capítulo sangrante más de las heridas que los italianos llevan 50 años infligiéndonos en muchos deportes. Y algunas veces nosotros a ellos también, que conste. Pero los que nacimos en los 70 tenemos a Italia un gran respeto y una manía aún mayor.
Pero dejémonos de batallitas y vayamos al lío. Al fútbol, digo. Que empezó con ambas selecciones presionándose arriba a calzón quitado. Tanto España como Italia se asfixiaban sin la pelota y se mostraban incómodas con ella. El primer susto nos lo dio Chiesa a las primeras de cambio. Fue en una jugada en la que ganó la espalda a los centrales españoles, la posición era dudosa pero el asistente no levantó la bandera hasta que el delantero italiano finalizó la jugada con un angustioso tiro al poste. Mira que estábamos mentalizados para sufrir, pero tan pronto duele.
Recuperados del susto España expropió la pelota a Italia y comenzó a dominar. La azzurra estaba igual de cómoda en el repliegue intensivo (bloque bajo lo llaman los cursis) que en la presión. Pero cuanto más cerca de Donnarumma, mejor para nuestro corazón.
Así llegaron nuestros dos primeros avisos. Oyarzabal se dejó atrás una pelota franca dentro del área en el 12 y Ferran Torres disparó cruzado y fuera en el 14. España se estiraba e Italia se encogía. Al menos hasta que en el minuto 20 los italianos perdonaron el 0-1. Fue una magnífica jugada a la contra en la que Insigne encontró el hueco entre Azpilicueta y Eric. Unai Simón salió a la desesperada fuera del área. Entonces, a Dios gracias, entre Insigne, Inmobile y Barella perpetraron lo que mi abuelo definía con mucho acierto (y con perdón) «hacerse la picha un lío». Todos querían meter el gol del FIFA y ninguno terminó de tirar a puerta vacía.
Las primeras conclusiones parciales del partido dejaban la evidencia del dominio de la pelota de España y del espacio de Italia, que nos encontraba las cosquillas con una alarmante facilidad. En el 24 la tuvimos nosotros. El protagonista fue Dani Olmo, que recogió un rechace dentro del área y Donnarumma evitó el gol con una mano salvadora y firme.
Las emboscadas de Dani Olmo
La jugada servía para resumir el dolor de cabeza que estaba generando en Chiellini y Bonucci la posición de Dani Olmo, que arrancaba demasiado atrás para perseguirle y demasiado rápido para darle ventaja en carrera. La respuesta de Italia siempre estaba en los pies de Insigne, ese barrilete cósmico que lleva la pelota cosida al pie. El partido tenía más miga que una hogaza de 500 euros.
Fueron pasando los minutos camino del descanso no sin antes llevarnos otro susto que abortó el travesaño. Otra vez la jugada de Italia nacía en fuera de juego y otra vez Brych tardó un quinquenio en señalarlo. Con el susto en el cuerpo, el 0-0 en el marcador y la sensación de que aún restaba mucha semifinal por cortar, nos fuimos al reparador descanso.
Del que volvimos con un fútbol un poco impreciso, quizá provocado por la aparición de los primeros síntomas de cansancio en ambos equipos. Italia daba otro pasito atrás en su repliegue y ya buscaba la contra con descaro. España trataba de seguir cocinando las jugadas a baja temperatura.
Menos en la contra que aceleró y calentó a 300 gradas Oyarzabal para destrozar la cintura de Chiellini y asistir a Busquets. El disparo del capitán español lamió el larguero por la parte de fuera. Respondió Italia con una contra que finalizó Chiesa con un tiro seco que detuvo Unai Simón.
Golazo de Chiesa
La semifinal empezaba a parecerse a cualquier escena de una película de Vin Diesel, especialmente las de la saga Fast and Furious. Puro vértigo. Y en el vértigo, los italianos sacaron provecho a su mayor punta de velocidad. Tres toques tuvo la jugada: de Donnarumma a Barella, de Barella a Insigne, de Insigne a Inmobile y el rechace de su jugada que cayó en los pies de Chiesa, que se sacó un disparo cruzado e imposible para Unai Simón. Italia se ponía por delante en el intercambio de golpes.
El gol de Italia provocó dos cambios: Morata por Ferran Torres en España y Berardi por Inmobile en las huestes de Mancini. En el 64 tuvimos y perdonamos el 1-1 en un centro medido de Koke que no alcanzó a peinar Oyarzabal por el tupé de un tronista. Luis Enrique animaba a sus jugadores, que estrecharon el cerco sobre el área italiana.
Italia no dudó en vestirse con el viejo traje del catenaccio. Chiellini exhibía su sonrisa siniestra de capo de la defensa con el trasero pelao. España se destapó del todo y estuvo cerca de comerse el 2-0 en una jugada individual de Chiesa que finalizó Berardi con un tiro dentro del área y repelió con los pies Unai Simón de forma tan efectiva como poco ortodoxa.
Luis Enrique movió ficha y cambió hasta el sistema. Rodri por un fundido Koke y Gerard Moreno por Oyarzabal. Quedaba tiempo de sobra para empatar y hasta dar la vuelta a la semifinal. Era cuestión de paciencia, cabeza y corazón. Fácil de decir, casi imposible de ejecutar cuando enfrente tienes a Italia.
Morata de mi vida
No nos rendimos y supimos sobrevivir a los momentos más delicados. Así fue hasta que Morata encontró un pasillo entre los centrales italianos para conectar una buena pared con Dani Olmo y encarar a un Donnarumma que salió vencido. El delantero español vio el hueco ofrecido por el meta italiano y marcó el 1-1. Era el minuto 80 y el empate hacía justicia a los méritos vistos sobre el césped.
En las postrimerías de la semifinal había que decidir si nadar o guardar la ropa. España se echó al agua. Dani Olmo, tremendo su partidazo, encontraba parcelas entre piernas azules. Italia resistía pero tenía toda su vestimenta a buen recaudo. Lo de nadar no iba con ellos, así que el duelo acabó en la prórroga, la tercera consecutiva de España y la segunda de Italia en los tres cruces.
La prórroga comenzó con un punto menos de ritmo y de vértigo. El dominio era de España pero Italia se defendía con el oficio que dan mil años jugando atrás En el 97 Donnarumma evitó un gol en un barullo tras un córner. El dominio del equipo de Luis Enrique era evidente pero infructuoso. La frescura de Marcos Llorente era nuestra mejor baza.
Consumiéronse los primeros 15 minutos de la prórroga sin que se moviera el marcador. El tufillo de los penaltis empezaba a impregnar todo el estadio de Wembley. Entraron Thiago por Busquets y Pau Torres por un tocado Eric García. Italia replegaba y contragolpeaba con igual descaro. Así nos marcaron un gol en el 110, pero Berardi estaba cinco metros en fuera de juego.
Otra vez los penaltis
Pasaron los minutos, se consumió el fútbol y las fuerzas de los jugadores, así que nos fuimos a los penaltis. Sí, otra vez a los penaltis. Pues nada. Desde aquí seré breve. Mis nervios, ya saben. Tiraban ellos primero. Locatelli abría plaza. Paradón de Unai Simón. Paradón, paradón, paradón de Unai Simón. Nos tocaba. El primero para Dani Olmo, el mejor de España durante los 120 minutos. La echó al cielo de Londres. A seguir sufriendo.
El segundo de Italia era para Belotti. Gol aunque Unai adivinó el sitio. Perfecto en la ejecución. Le tocaba a Gerard Moreno. Goooooool. Casi la pilla Donnarumma, pero gol. El tercero de Italia era para Bonucci. Gol sin inmutarse. Por España era el turno para Thiago. Golazo de sobrado de un jugador con un talento gigantesco. 2-2. Turno para Bernardeschi. Gol. Muy bien tirado. 3-2. Le tocaba a Morata, nuestro goleador. Paró Donnarumma. Adivinó el sitio y lo desvió. Jorginho tenía en sus pies la final para Italia. Unai evitarla. Tiró el italiano, engañó a nuestro portero y nos dejó sin final.