El sanchismo huele que apesta
Lo que estos últimos días copa los titulares de todos los medios de comunicación –no cuento, a propósito, el boletín del puño y la rosa porque Prisa no merece ser calificado como medio de comunicación-, y que está mostrando la corrupción que aqueja a las instituciones de nuestro país, no es el caso Koldo ni el caso Ábalos. No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que desde que está en la presidencia del Gobierno de España, la corrupción política en España tiene nombre y capo: Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Es un tipo que se aupó utilizando una moción de censura tramposa basada en un párrafo fraudulento colocado de rondón –posteriormente anulado por el Supremo– y que le había escrito un juez amigo.
El poder unipersonal que atesora Pedro Sánchez marca un hito histórico en la España democrática. Nunca habíamos tenido al frente del Gobierno a nadie que concentrara tanto poder, en su partido –cuyos controles internos liquidó nada más hacerse con la Secretaria General– y en las instituciones, cuya colonización puso en marcha en cuanto llegó a la Presidencia del Gobierno. El PSOE fue su campo de prueba; y una vez que internamente tuvo éxito y convirtió al PSOE en un rebaño, se propuso hacer lo mismo con España y el conjunto de los españoles.
Su control férreo y unipersonal del poder institucional y partidario que ejerce Pedro Sánchez (quizá solo compartido de verdad con su mujer, propietaria en gananciales de la sigla PSOE, pues no en vano su padre, el de las saunas gais, le pagó las primarias) ha provocado que todo lo que ha ocurrido en España desde que él llegó a la Secretaría General del PSOE y a la Presidencia del Gobierno haya dependido de su voluntad y estado bajo su control. Desde la composición de todas las listas electorales (ya ni siquiera formalmente las debate el Comité Federal) hasta las canongías concedidas a sus amigos en todos los rincones de la Administración. Todos los nombres propios que son colocados en el tablero del poder responden únicamente ante él. Él hace y deshace, nombra y cesa, autoriza y ordena. Él es, para bien y para mal, el boss, el macho alfa que comparte, si acaso, poder y colchón en la Moncloa.
Por eso resulta tan ridículo –permítanme la licencia– que se siga llamando caso Koldo al escándalo de corrupción económica relacionado con las mordidas en la compra de mascarillas inservibles para prevenir y proteger del Covid y que afecta a un número creciente de peones de Sánchez en distintas administraciones y terminales de poder. No hay otro caso que el de Sánchez; lo mismo que nunca hubo una parte de Gobierno buena y otra mala, una moderada y otra radical. ¿Se acuerdan cuando la culpa de los excesos se le atribuía a Podemos, a Iglesias o a sus niñas? ¿Cambió algo cuando se fue Iglesias, patada de Ayuso mediante? ¿Ha cambiado algo cuando se han ido las niñas de Iglesias?
No ha cambiado nada porque el boss, quien diseña la estrategia y aplica la táctica pensando únicamente en su beneficio es Pedro Sánchez. Y, ciertamente, siempre tiene un coro de prescriptores de opinión sincronizada –Herrera dixit– que nos quieren hacer creer que él está prisionero de alguien, que su pecado es ceder al chantaje, que si no fuera por esos malvados que lo rodean… No hombre, no, ya es hora de que despertemos y asumamos la realidad. Los que rodean a Sánchez son los que él mismo ha elegido; y los ha elegido como compañeros de viaje y tropelías porque todos ellos persiguen los mismos objetivos: demoler el Estado democrático para poder ejercer el poder sin ningún tipo de control. Aunque a veces parezca que difieren en algunos aspectos de la táctica a aplicar en cada momento o en los modales –aunque es bien cierto que últimamente ni siquiera en los modales se distinguen los portavoces del PSOE y la parte socialista del Gobierno de los tradicionalmente antisistema–, el bloque sanchista responde a un mismo objetivo: demoler el sistema del 78.
A quien cometió la mayor de las corrupciones al lograr su investidura a cambio de borrar los delitos de un prófugo de la Justicia no se le van a caer los anillos por robar el dinero que habría de estar destinado a proteger la salud y la vida de los ciudadanos. Quien roba, miente; y quien miente, roba. Esto es lo que hay.
Pero España es mucho más que Pedro Sánchez, que la sigla de lo que antes era un partido y que los prófugos de la Justicia, populistas de extrema izquierda, nacionalistas supremacistas, golpistas y filoetarras juntos. Los españoles decentes, quienes no obedecen a ningún gurú, quienes no preguntan a quien camina a su lado a qué partido político vota o cuál es su ideología o su forma de entender la vida, estamos convocados el próximo día 9 en Cibeles. Un centenar de asociaciones de la sociedad civil, con el único esfuerzo y trabajo de sus miembros, ciudadanos anónimos que dedican su tiempo libre –y una parte importante del que debieran dedicar a su actividad profesional y a su familia– hemos convocado una nueva concentración en Cibeles para rechazar la Ley de Amnistía y señalar que debemos elegir entre amnistía o Europa, entre amnistía o democracia. Porque las leyes que atentan contra el Estado de derecho, contra la libertad y la igualdad ante la ley de los ciudadanos no caben en la democracia, ni en España ni en Europa.
Quienes atentan contra nuestras libertades –y también quienes miran desde la acera, a ver qué pasa– han de saber que nos movilizaremos cuantas veces sea necesario, porque sabemos que, cuando la democracia está en peligro, todos los ciudadanos tenemos la obligación de defenderla. Y porque nos negamos a sustituir el estado de los ciudadanos por el estado de las etnias, que es la pulsión que subyace en el pacto antieuropeo del PSOE con Junts, de Sánchez con Puigdemont.
Sobran los motivos. Y defender la libertad siempre merece la pena.
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