Crónica del día

Sánchez organizó directamente la pinza con Vox en el Congreso

Gobierno Vox
Pedro Sánchez saluda al líder de Vox, Santiago Abascal. Foto: EFE.

Mientras el martes el Pleno del Congreso recién estrenado elegía en votaciones soporíferas pero también convulsas (hubo hasta dos empates para secretarios de la Cámara), Javier Ortega Smith, el «Trueno de Vox» como ya se le llama en las Cortes, se reunía con los funcionarios de prisiones, probablemente llevados al Parlamento por Ortega Lara, la víctima del mayor y más largo secuestro perpetrado por ETA. Vox, además,  «hacía pasillos» más que ningún otro partido en la sesión de apertura y sus diputados más brillantes, el radical Iván Espinosa de los Monteros y la abogada del Estado Macarena Olona, de trato encantador, y de una firmeza que pronto hará llorar a la propia presidenta del Congreso, la señora Meritxell Batet. Con ella mantuvo Olona, que ya es madre hoy mismo de un hijo por cesárea, un enfrentamiento crudo en la anterior legislatura, tanto que Batet la expulsó del hemiciclo. Olona no tiene demasiadas simpatías al PP al que califica de nada menos que de chantajista. Todo a cuenta del bochornoso espectáculo protagonizado por el centro y la derecha en la formación de la Mesa rectora del Congreso.

Parece que el PP está menos enfadado con Vox de lo que Vox está con el PP. El negociador principal de Pablo Casado es Teodoro García Egea, un secretario general del partido que se define a si mismo «como un profesional de esto», lo cual significa que, al modo de los diplomáticos, separa a las personas de los problemas. Y el centroderecha español tiene un gran problema que, como afirma también Egea: «Ha dado la cara». La ha dado con un fracaso estrepitoso. Todo el mensaje de los ‘populares’ a los populistas de derecha ha sido durante estos días nada más que éste: «Tenemos una ocasión excelente para demostrar que estamos unidos ante la izquierda».  Pero Vox sabía de antemano que el PP no las tenía todas consigo.

Por muy extraño que parezca la verdad es ésta, hasta ahora parece que inédita: el lunes, el jefe de Relaciones Institucionales en el Gabinete de Presidencia de Pedro Sánchez, comunicaba a un ejecutivo importante de Vox (ambos se conocían de la organización del Debate electoral del 4 de noviembre) que el PP, sus presunto socio, era una cuadrilla de pardillos que no se estaba enterando de nada, que la suma que Casado hacía, el España Suma para la Mesa, no iba a cuadrar. Le vino a indicar algo tan perverso, tan esclarecidamente manipulador como esto: «En caso de que los tres, vosotros los de Vox, los pobres de Ciudadanos y el PP lleguéis a un acuerdo para sentar a dos diputados de Casado, a uno vuestro y a otro de Ciudadanos, nosotros lo tenemos todo previsto para contrarrestarlo, para hacer imposible esa maniobra». Su interlocutor, que no es precisamente tonto, echó las cuentas y adivinó de qué le estaba hablado el sanchista. Le estaba anticipando que el PSOE tenía ya pactado con toda la izquierda y los independentistas de variado plumaje una alternativa mayor a la del centroderecha, ciento ochenta diputados a las órdenes del jefe Sánchez. El enviado del aún presidente le previno: «Yo te anuncio lo que vamos a hacer, te lo digo a la cara, para que los sepas y no te asombres cuando pase lo que te digo».

La pregunta es: ¿tomó nota Santiago Abascal de ese propósito de Sánchez (no del PSOE que no pinta para nada) y en consecuencia se rebajó de un posible pacto con el PP y Ciudadanos? Pues así parece, aunque José María Espejo-Saavedra, el propio candidato de Inés Arrimadas para un sillón en la Mesa, compareció el martes en el Congreso convencido, como un angelito inocente, de que horas más tarde ocuparía un puesto como secretario en el órgano de dirección del Congreso de los Diputados. De forma que si lo descrito aquí es fiel a la realidad (el cronista así lo certifica) por más que los negociadores del PP, de Vox y de Ciudadanos, hubieran llegado a un acuerdo para sumar cuatro puestos, el PSOE lo hubiera impedido. Jugó con el PP, se deshizo como de un juguete inservible de Ciudadanos, y advirtió a Vox que aparecer con su odiado Ciudadanos no le iba a valer para nada, que ellos ya tenían el sudoku resuelto a su favor. Sánchez, auténtico organizador del asalto al poder parlamentario, mientras perpetraba esta marrullería intentaba engolosinar a Casado con algunos acuerdos al final absolutamente falaces. En su estilo. Sánchez ingenió una pinza con los que él denomina burdamente extrema derecha y se ha quedado con el santo y la limosna del Parlamento, al punto que ha nombrado vicepresidente a Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, el más rudo opositor a Susana Díaz en Andalucía, su hombre de confianza para todas las trapisondas del poder. Una ficha, vaya.

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