Cataluña (1714-2019): más falsos que un duro de madera
El independentismo catalán sustenta sus tesis en el principio, falso de toda falsedad, de que Cataluña es una nación soberana. ¿Por qué? Pues, sencillamente por una mayúscula tergiversación histórica al presentarse como víctimas de España desde la ocupación por las tropas borbónicas en 1714. No es cuestión de perderse en matices. Para desmontar ese argumento basta recordar que antes de esa fecha -1714, la que sirve a la afición del Camp Nou como referencia para gritar ¡independencia! en el minuto 17 y 14 segundos de cada partido- Cataluña no era una nación plena con Estado propio, de modo que no pudo perder lo que nunca tuvo.
El independentismo se ha fabricado una versión de la historia más «fake» que un duro de madera. Un mito cojo. Una patraña aderezada de referencias culturales e históricas que se desmontan de un soplo. Pero como no es cuestión de perder el tiempo, vayamos al presente para tratar de explicar los fundamentos contemporáneos de eso que llaman «procés». En noviembre de 2014, a Artur Mas, a la sazón presidente de la Generalidad de Cataluña, se le ocurrió celebrar el «proceso participativo sobre el futuro político de Cataluña» que derivó en septiembre de 2015 en unas elecciones autonómicas que llamaron «plebiscitarias». Ganó la coalición independentista Junts pel Sí.
¿Qué paso, qué desató la conversión al independentismo de Artur Más, heredero de Jordi Pujol y cuyas ínfulas separatistas se movían entre la nada y la casi nada. Pues pasó que a Convergencia i Unió, el hegemónico y burgués club que había ostentado el poder casi en exclusiva en Cataluña, le pillaron con el carrito del helado en forma de 3%, corrupción de partido a granel que venía de antaño. Hasta entonces, los Gobiernos de España miraban para otro lado porque CiU funcionaba como perfecto sostén de la estabilidad nacional. Ora el PSOE, ora el PP… Tan de antaño venía que Jordi Pujol tuvo tiempo de amasar una fortuna más propia del libro Guiness de los récords. Un trinque estructural y sostenido en el tiempo.
Puede concluirse que el independentismo catalán no brota de forma virulenta por una melancólica evocación de 1714, cuando la ocupación de las tropas borbónicas, sino cuando la Guardia Civil «ocupa» la sede de Convergencia y les pilla con las manos en la masa. A partir de entonces, se hacen de súbito y de golpe independentistas, tanto que compiten con ERC y se lanzan a toda mecha por la pendiente separatista. Desde entonces no han parado de rodar, cuesta abajo, pero llevándose por delante la ley y golpeando contra el Estado de Derecho.
Pero sigamos. El 1 de octubre de 2017 se celebró lo que el separatismo llamó «referéndum sobre la independencia» convocado por Carles Puigdemont y declarado también ilegal por el Tribunal Constitucional. El 26 de ese mes, el Parlamento catalán aprobó la declaración unilateral de independencia y, como no podía ser de otra manera, el Gobierno de España intervino la Generalitat de Cataluña por la vía de la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Dos días después, Carles Puigdemont se dio a la fuga; la Audiencia Nacional, como no podía ser de otra manera, procedió a la detención del cesado vicepresidente de la Generalidad, Oriol Junqueras, y siete ex consejeros, acusados de un delito de rebelión, sedición y malversación de caudales públicos. Como no podía ser de otra manera.
Luego vino Quim Torra, que es la demostración más palmaria de la teoría de la involución de las especies… Hasta hoy, que Barcelona arde en una inmensa pira en protesta por la sentencia del Supremo. Encendido, el independentismo ha entrado en combustión, paso previo a sus cenizas.
No es por jeringar, pero al contemplar lo que está ocurriendo en Cataluña me pregunto si las tropas constitucionales no pueden hacer lo que hicieron en 1714 las tropas borbónicas. Entonces, entraron por las bravas; hoy podían entrar con la ley en la mano, pero a quien gobierna en funciones España se la fuma y, en consecuencia, por si las moscas, se la coge con papel de fumar.