Una mujer sufre un ataque de ansiedad en el minuto de silencio de Barcelona acosada por independentistas

Atentado Barcelona
La mujer acosada por independentistas en el minuto de silencio de la plaza Cataluña de Barcelona.

Una mujer sufrió un grave ataque de ansiedad durante la concentración de este viernes en el corazón de Barcelona. Estaba subida a un altillo, junto a una farola, gritando manos en alto que ella tampoco tenía miedo, y mostrando su dolor, su ansia por vivir en paz, junto a 99.999 personas más. Pero a ella no la querían ahí algunos de los presentes: «¡Ya eres muy mayor para venir a provocar! ¡Gilipollas!».

Era el día de la unidad, aunque fue precisamente la palabra que no pronunció el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en su comparecencia conjunta con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Era el día de homenajear a las víctimas, de acompañar a sus familiares, de demostrar esa condición histórica de Barcelona como ciudad abierta y de convivencia, cosmopolita, integradora. dijo la Guardia Urbana que se reunieron 100.000 personas en la plaza de Cataluña y los medios contamos que el silencio fue atronador, y las palmas emocionantes, dijimos que el grito espontáneo de «No tinc por» (No tengo miedo) definiría a la capital catalana en adelante, recuperada de sus heridas en menos de 24 horas… pero la Historia está llena de intrahistorias. Y mientras todos veíamos el bosque, entre los árboles hubo quien quiso dejar claro que no todo el dolor es de la misma clase y que hay quien no era bienvenido allí, porque portaba una bandera española.

Fuera de sí, otra señora le gritaba desde el suelo, mirando a lo alto, donde la protagonista de esta pequeña intrahistoria se dedicaba a pensar en las víctimas, y a expresarse como se sentía, como se siente, como una española en la ciudad que fue más famosa de este país. Por ser la más abierta a Europa, por ser cuna de genios, por haber pintado sus calles sobre un mapa cartesiano al tiempo que las llenaba de curvas artísticas, por ser reivindicativa, activa, divertida, bulliciosa.

Pero ya no. Ahora alberga una verdad única, y el que se sale de ella es vilipendiado.

A esta pobre mujer se le demudó la cara, a su alrededor algunos discutían, se explicaban: «Usted no vive lo que vivimos aquí, el acoso de los separatistas», le decía un barcelonés —¿no lo es todo el que vive en Barcelona, según pregonan los mismos independentistas?— a un asturiano que, curiosamente, trataba de detener la defensa del españolismo porque «no es el día».

La señora increpada, casi perdida la conciencia, seguía subida en su pedestal, ahora ella miraba a lo alto, como tratando de buscar un asidero, a punto de precipitarse al suelo.

Más independentistas gritaban abajo: «¡Visca Catalunya! ¡Vusca Catalunya!», como si Cataluña no pudiera vivir, a pesar de la matanza del día anterior, porque está dentro de España. Y hacían cortes de mangas, al tiempo que se ofendían por la peineta de otro caballero, harto de sentirse harto.

Por suerte, uno que llevaba un rato allí, un jovenzuelo peludo, ayudó a la protagonista de la intrahistoria a bajar, a sentarse en un banco. La abrazó con calma, como para entregarle algo de energía, un poco de resuello, algo de calma en medio de unas horas de zozobra culminadas con acoso.

No. El minuto de silencio ya no era de silencio. Tardó poco en acabarse la unidad, esa palabra a la que Puigdemont no había acudido en su discursito oficial al lado del presidente que no le quiere conceder la independencia porque no tiene el poder para hacerlo y porque no quiere y porque la mayoría de los que votan dicen que no.

Los que votan, los miles, decenas de miles, cientos de miles, millones que votan, que el jueves lloraron por Barcelona, esa ciudad abierta y cosmopolita, envidia de España durante tantos años, décadas incluso. Esa Barcelona atacada que dolió en toda España pero de la que algunos se apropian hasta para decir que sólo les duele a ellos.

La señora recuperó el aire, el minuto se silencio se acabó, los medios hablamos de solidaridad, se encendieron fuentes en Madrid con la bandera catalana. Pero duró muy poco la unidad, si es que la hubo.

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