España sigue buscando presidente

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Cara a cara entre Rajoy y Sánchez

El debate empezó con los papeles intercambiados, un Sánchez a la ofensiva que desarticuló el habitual temperamento tranquilo de Rajoy. El líder socialista, consciente de que estaba ante su última oportunidad de que pueda llegar a ser alternativa de gobierno, acorraló al presidente en el campo donde paradójicamente era más fuerte, la economía.

Ahí es donde vimos a un Rajoy a la defensiva, nervioso, a trompicones, haciendo de la inseguridad su previsible único argumento, sin punch cuando habla de gestión, sin contundencia cuando hablaba de porcentajes, sin capacidad para demostrar las incoherencias de su rival cuando hablaba de reformas. Todo nos fuimos al descanso del debate con la misma sensación: el mejor Sánchez posible vencía al peor Rajoy imaginable.

Tras la pausa el debate cambio los papeles, ya no se intercambiaron, directamente se perdieron, ésta semana todo el mundo hablará de una contienda resumida en dos conceptos: indecente contra mezquino, corrupto frente a miserable. Ahí vimos las dos caras de Rajoy, el primero más justificativo y reactivo cayendo constantemente en la trampa de la disyuntiva que le tendía Sánchez, aceptando premisas que no le convenían, demostrando que su equipo no sabe analizar a los rivales.

Era fácil desmontar a Sánchez, su credibilidad cuando cuenta historias sociales ya se puso en evidencia en el pasado (recordamos la historia de la joven Valeria), pero ni aún así consiguió remontar. Fue tocarle la fibra sensible, fue acusarle Sánchez de indigno y salir el Rajoy más vivo, donde se mostró cómodo desmontando evidencias contrarias «eso que saca usted es un papel del Partido Socialista”, provocando el contragolpe del líder socialista que en vez de calmar sus mensajes y masticarlos, simplemente los vomitaba acelerando un ritmo que no le convenía ni a él ni a su estrategia.

Se notó que a Pedro le habían preparado un ramillete, un decálogo de eslóganes, como por ejemplo, «ha recortado todo menos la corrupción», «es el presidente del plasma». Algo que sirve para colocar en el imaginario colectivo sensaciones pero que sin el relato adecuado se diluye en el olvido más inmediato. Un debate en el que Sánchez jugaba retóricamente con las anáforas (lo que ha ocurrido, lo que ha ocurrido) para evocar emocionalmente al votante de izquierdas. Enfrente Rajoy votaba por el símil para seducir al votante pragmático.

Un debate sin forma que acabó desfondado, un debate sin pausa que las redes acabaron de desmontar a toda prisa. Ya no vale ni siquiera la excusa de que es mejor un debate a dos que uno a cuatro, los buenos debates no lo hacen los formatos, lo hacen los oradores. Esto es, entre otras cosas, lo que necesita España: oradores.

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