Mercado laboral

¿Love is in the air? En el trabajo mejor no

Mad Men @MadMen
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María Villardón

El roce hace el cariño, pero, a veces, hay que ponerse unos buenos tapones para no dejarse arrastrar por los cantos de sirenas del amor, la pasión o el sexo. Hace apenas dos semanas, Steve Easterbrook, CEO de McDonald’s, se vio obligado a dejar su cargo en la compañía de restauración por tener una relación con una de sus empleadas y violar el acuerdo de su código ético, con fecha de 2018, donde se dice claramente que las relaciones entre empleados están prohibidas. No ha sido el primero, ni será el último. Al fin y al cabo, y según las palabras del propio fundador de McDonald’s, Ray Kroc, «los contratos, como los corazones, están para romperse».

Las empresas, sobre todo aquellas que tienen una plantilla abultada, luchan cada día contra los romances en las oficinas. Ponen férreas normativas a sus empleados para que repriman la llamada de la selva, sin embargo, bien saben que pocas veces surten efecto. Por esta razón, de acuerdo con la profesora de Economía de la Universidad de Oxford, Jane Humphries, las primeras fábricas tras la Revolución Industrial estaban segregadas por sexo. Así, creían los empresarios, Cupido no podría hacer de las suyas. Un error porque, ciertamente, la tentación de lo prohibido siempre es mucho más potente que la satisfacción de cumplir con lo aceptado.

Tres de cada 10 ha tenido un romance en la oficina

Es más, un reciente estudio hecho por Infojobs, tres de cada diez empleados han confesado haber tenido una relación sentimental en su entorno de trabajo. El 80% de los romances se han dado entre compañeros del mismo rango, el 44% entre compañeros del mismo departamento, el 9% ha tenido una relación con un superior y el 5% reconoce haber tenido una relación con alguno de sus clientes. ¿Dónde surge la chispa? El 29% en las cañas de después de trabajar y, cómo no, –cuidado que las carga el diablo–, el 8% en las cenas de Navidad corporativa.

Además, de acuerdo con la explicación de Amy Baker, profesora de Psicología de la Universidad de New Haven a ‘Financial Times’, hay un impacto significativo en el precio de las acciones a corto plazo cuando las compañías revelan romances entre sus filas porque «el mercado considera que la empresa no se gestiona de la forma más adecuada». En el caso de McDonald’s, por ejemplo, las acciones cerraron con una caída del 2,7% a cierre de mercado tras conocerse la renuncia de Easterbrooks, así como la salida del director de Recursos Humanos, David Fairhurst.

Pero, no sólo eso, además, tal y como señala el estudio del portal de empleo, el 28% cree que tener pareja dentro de la oficina puede ser un obstáculo para el desarrollo personal dentro de la organización y casi el 50% cree que si tienes una relación dentro de la compañía jamás se conseguirá desconectar del trabajo, a pesar de no estar en la oficina. No obstante, y a pesar de los ‘peros’, el 60% concluye que enamorarse en el trabajo es algo imprevisible. 

El caso de Easterbrook no es ninguna excepción, lo que sí es cierto es que el movimiento #MeToo estadounidense, a raíz de las denuncias contra el productor de cine, Harvey Weinstein, ha hecho que el control sobre las relaciones amorosas en el ámbito laboral, tanto sin son consentidas como si no lo son, sean muy controladas por parte de los departamentos de Recursos Humanos. Antaño, los escarceos –o relaciones estables– dentro de las compañías entre superior y subordinado eran socialmente aceptadas. Véase, por ejemplo, –y aunque sea ficción– Don Draper, publicista americano de la serie ‘Mad Men’, sin ir más lejos, no dejó sin rondar –y alguna cosa más– a ninguna de las mujeres con las que se relacionaba. De hecho, finalmente se casa en segundas nupcias con su secretaria Megan, a pesar de que ella más tarde busca la libertad laboral y financiera buscando trabajo como actriz para no depender de su marido.

En 2018, Brian Krzanich, CEO de Intel, dejaba el cargo en la compañía tecnológica después de que se descubriera un romance «consentido» con una empleada tras una denuncia anónima por parte de otro miembro de la organización. Una infracción del código de conducta –una política que se aplica a todos los gestores «sin excepción» y que es conocida como ‘non-fraternization policy’– que le costó el puesto y que se anunció tras el cierre de Wall Street, a eso de las 22 horas española, para que la noticia no afectara a la cotización de la empresa. Harry Stonecipher, por su parte, dejó la presidencia de Boeing por un romance extramarital en 2005, tras ser presionado por el Consejo de Administración. Éste, sentenciaba, que «su comportamiento éticamente incorrecto e inmoral puede afectar de forma negativa a las importantes decisiones que tiene que tomar como primer ejecutivo de la compañía».

Mark Hurd también dimitió de su puesto en HP por una relación secreta con una consultora de mercadotécnia a la que, al parecer, encargó más estudios de los necesarios, o Christopher Kubasik, directivo al que no elevaron a CEO de Lockheed Martin en 2012 por su «relación personal con una subordinada».

La sanción de la SEC por enamoramiento a EY

La Securities and Exchange Commission (SEC) –nuestro equivalente sería la CNMV– multó con 10 millones de dólares a la compañía consultora EY después de que se descubriera que dos auditores de la firma habían tenido líos de faldas con sus clientes.

La SEC calificó entonces de «impropias» las relaciones de estos dos auditores –fueron inmediatamente despedidos– con directivos de empresas auditadas porque, decía, «ponen en peligro la independencia de los auditores». Fue la primera vez en la historia que la institución reguladora de los mercados americanos impuso una sanción de esta naturaleza, aunque, desde luego, fue un aviso a navegantes y endureció las normas internas.

Hoy en día, el código ético de firmas auditoras, como es el caso de las ‘Big Four’, así como de los grandes despachos de abogados tienen absolutamente prohibidas las relaciones amorosas o de sexo entre sus empleados o con sus clientes. Sin embargo, complicado es poner puertas al campo.

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