Lo comes todas las semanas pero éste pescado es el más venenoso del mundo: tiene 70 parásitos
Un pescado cada vez más de moda, que se utiliza para todo tipo de recetas, pero que puede ser bastante peligroso
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El salmón se ha ganado un hueco en la nevera de muchas casas. Es un pescado rápido de preparar, queda bien en cualquier plato y tiene fama de ser uno de los pescados más saludables. Pero detrás de ese color rosado tan atractivo hay una historia que pocos conocen. Este pez, tan habitual en los menús y en los restaurantes de comida sana, puede llegar a contener más de setenta tipos de parásitos. Y no solo eso: también acumula restos de productos químicos procedentes del entorno en el que se cría, por lo que comienza a ser nombrado también como el pescado más venenoso del mercado.
Durante años lo hemos visto como una fuente segura de proteínas y de Omega 3, pero la realidad es más compleja. El problema no está solo en el salmón, sino en todo lo que lo rodea: cómo vive, qué come, cómo se limpia el agua donde crece y, sobre todo, qué se le añade para mantenerlo perfecto hasta el momento en que llega al supermercado. Muchos de esos procesos pasan inadvertidos para el consumidor, que rara vez se pregunta de dónde sale el salmón que compra y consume. Lo curioso es que, aunque se sabe desde hace tiempo, sigue siendo uno de los pescados más vendidos del mundo. Lo comen niños, deportistas, personas mayores, todos convencidos de estar cuidando su salud. Pero cada vez más voces advierten que no todo el salmón es igual y que conviene diferenciar el salvaje del que procede de piscifactoría para de este modo saber cuándo se trata de un pescado que puede ser bastante venenoso.
El pescado más venenoso del mundo
Los expertos llevan tiempo advirtiéndolo. El salmón puede alojar decenas de parásitos, sobre todo cuando vive cerca de las costas. En esas zonas marinas abundan mamíferos como focas y leones marinos, que actúan como transmisores naturales. Así, los parásitos pasan de un animal a otro, y al final, al ser humano. Es algo que siempre se ha dado, pero hoy preocupa más que nunca porque el consumo de este pescado se ha disparado.
La mayoría de los parásitos mueren con el calor o la congelación, pero el riesgo aparece cuando se come crudo o poco cocinado, como ocurre en el sushi, los pokes o el tartar. En esos casos pueden causar molestias digestivas o incluso infecciones. Por eso los expertos insisten en algo tan simple como eficaz: congelar el pescado antes de consumirlo crudo. No es una medida exagerada, es pura prevención.
Piscifactorías: una fábrica de peces, pero también de químicos
El gran problema está en las piscifactorías. Allí el salmón no vive en libertad ni se alimenta de lo que encuentra en el mar. Lo hace en espacios reducidos, con piensos procesados, harinas de pescado y aditivos que buscan mantener su color y su rápido crecimiento. Para evitar enfermedades, se usan antibióticos y pesticidas, y con el tiempo, parte de esas sustancias termina acumulándose en la piel del pez.
Los propios trabajadores deben llevar monos, guantes y mascarillas, porque los productos que se usan para limpiar los tanques son tóxicos. Suena duro, pero es así. El ambiente de esos lugares dista mucho de la imagen natural que solemos asociar al salmón del Atlántico. A todo eso se suma el hacinamiento: miles de peces en espacios cerrados, con poco movimiento y niveles de estrés altos. Un pez estresado enferma más, y cuanto más enferma, más químicos se utilizan. Es un círculo que se retroalimenta.
El resultado: un producto visualmente impecable, rosado y brillante, pero muy diferente al que nada libre en aguas frías y que no deja de ser un pescado que podríamos considerar como venenoso.
Salmón salvaje vs. salmón de cultivo: las diferencias reales
A simple vista es difícil distinguirlos, pero nutricionalmente son dos mundos. El salvaje tiene menos grasa, menos contaminantes y muchas más proteínas limpias. El de piscifactoría, en cambio, puede contener casi el doble de calorías y una proporción más alta de grasas saturadas. Por cada 100 gramos, el primero ronda las 115 calorías; el segundo, más de 210.
La diferencia no es solo calórica. En el de cultivo se han detectado residuos de dioxinas y metales pesados (en niveles bajos, sí, pero ahí están), además de un equilibrio menos favorable entre los ácidos grasos Omega 3 y Omega 6. Aun así, muchos consumidores siguen eligiéndolo por su sabor y por la creencia de que todo el salmón es bueno, aunque en realidad no sea así.
Cuando el salmón sí merece la pena
No todo es negativo. El salmón salvaje sigue siendo uno de los pescados más completos que existen. Aporta vitamina D, selenio, fósforo y una buena dosis de Omega 3, clave para el corazón y el cerebro. También contiene antioxidantes y minerales que ayudan a mantener la piel, los huesos y las defensas en buen estado.
Eso sí, los expertos recomiendan no abusar. Una o dos raciones por semana son suficientes, y siempre que se pueda, optar por el salvaje o por pescados azules pequeños como la caballa o las sardinas, que aportan los mismos beneficios con menor riesgo de contaminación.