Celsa: lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible
La famosa frase que se atribuye al torero Rafael Guerra -lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible- se puede aplicar perfectamente a la situación de la siderúrgica Celsa, propiedad, al menos de momento, de la histórica familia catalana Rubiralta. Ellos pretenden reestructurar su inasumible deuda y a la vez mantener el control de la empresa… lo cual no puede ser y, además, no es imposible. Pero se han empecinado en ello, y encima con chulería, con lo que es probable que se queden sin nada.
Se trata de un caso parecido a los de Abengoa o Pescanova (aunque sin fraude, al menos que se sepa): empresas rentables y con negocios sólidos que se embarcan en proyectos que requieren un endeudamiento enorme al que luego no pueden hacer frente porque no se cumplen sus fantásticas proyecciones de ingresos. Luego llegó el covid y, cuando parecía que volvían los buenos tiempos, llegó el subidón de la luz -su negocio es electrointensivo- y la hundió del todo.
Después de la burbuja inmobiliaria, los bancos han aprendido la lección y huyen despavoridos de las empresas que saben que no tienen salvación. Ocurrió en las citadas Abengoa y Pescanova, y ha sucedido en Celsa, donde vendieron el grueso de la deuda -unos 2.300 millones- a una serie de fondos de inversión, los más importantes de Deutsche Bank y Goldman Sachs. Estos fondos compran la deuda con mucho descuento y ganan dinero si logran recuperar algo de esa deuda. Esta actividad se llama distressed y estos son los famosos «fondos buitre» porque sacan tajada de empresas quebradas.
Quedarse con la empresa
La cuestión es que estos fondos están dispuestos a hacerle una importante quita a los Rubiralta, pero a cambio de quedarse con la compañía. Que es a lo que la familia se niega en redondo porque es «su» empresa. Esto es muy habitual en las empresas familiares españolas, pero, como le pasa a la familia Roy en la serie Succession, llega un momento en que hay que tirar la toalla. O quebrar o perder la empresa. No se puede evitar el concurso y a la vez mantener el control. Lo que no se puede, no se puede, y además es imposible.
Lo normal en estos casos es que los fondos dejen un pequeño porcentaje del capital, incluso hasta el 10%, a los fundadores y les mantengan al frente de la gestión. Al fin y al cabo, un fondo se dedica a invertir y no tiene ni idea de siderurgia, así que es mucho más probable que la empresa funcione si la maneja alguien que sí sabe. Y nadie la conoce mejor que quien la ha creado. Incluso es habitual que les den una opción para ir aumentando el porcentaje con el tiempo si van cumpliendo objetivos de beneficios.
Pero, a diferencia de los Roy, los Rubiralta se niegan a aceptar la realidad, jaleados de forma sorprendente por algún importante medio nacional de origen económico y dizque liberal, que ahora carga contra los malvados hedge funds. Y no sólo eso, sino que se han puesto chulos con los fondos y los bancos (que mantienen 525 millones de deuda con ellos para circulante), a través de su abogado, Luis Cortés.
Ponerse chulos
Y claro, ponerte chulo con la gente a la que debes miles de millones no suele sentarles muy bien. La respuesta de los fondos, capitaneados por Deutsche Bank, fue presentar un plan de reestructuración sin instar el concurso de acreedores al minuto siguiente de que entrara en vigor la nueva Ley Concursal, a las 0:01 horas del 26 de septiembre pasado.
Desde entonces, el juzgado ha estado examinando la situación y, como la cosa se eterniza, los fondos han pedido directamente que el juez ejecute a los Rubiralta y que ellos se queden con el 100% de Celsa, según informa El Confidencial. Se acabaron las medias tintas, nada de porcentajes ni de gestión. Ya encontrarán ellos alguien que pueda dirigir la compañía.
La solución del entuerto llegará en las próximas semanas, y no es descartable que, al final, puestos entre la espada y la pared, los Rubiralta se avengan a una solución que les deje dentro de Celsa. Pero la cosa tiene muy mala pinta para ellos. Pedir imposibles, o mejor dicho, exigirlos, no suele acabar bien.