La Liga que no le dejaron ganar a Marcos Alonso

El "pichón" fue la gran estrella del Atlético 80-81 en la temporada más extraña de la historia

Fue el curso de Alfonso Cabeza, de Schuster, de Helenio Herrera y, sobre todo, del secuestro de Quini

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Triunfó en el Atlético y en el Barcelona

Liga Marcos Alonso
Marcos, en una foto de la época
Tomeu Maura
  • Tomeu Maura
  • Redactor jefe de Deportes en OKBaleares, 40 años en la profesión cumplidos en 2023 tras más de media vida en El Mundo

Una vez fue campeón de Liga Marcos Alonso con el FC Barcelona. Sin embargo le faltó otro título en su palmarés. Otro que ya era suyo, de su Atleti, pero que se les escurrió de entre las manos de la forma más ignominiosa posible, víctimas de una conspiración arbitral que deja la polémica actual en pañales. Todo aquello sucedió hace ya 42 años, en la más extraña de las Ligas jamás disputadas en España. Fue la temporada 80-81, la de Alfonso Cabeza, la de la llegada de Schuster a España, la del secuestro de Quini, la del primer título de la Real Sociedad y la del encumbramiento de Marcos Alonso. Ni uno solo de los aficionados rojiblancos que vivieron esa Liga podrá olvidarla jamás. Y no les faltan motivos.

En el verano de 1980 el Atlético de Madrid era un club arruinado. Vicente Calderón había dimitido tras 16 años en el cargo, nadie quería tomar el relevo y la plantilla, sensiblemente mermada, apenas parecía tener valor tras haber terminado la temporada anterior en decimotercera posición. Jugadores que habían sido santo y seña como el portero Miguel Reina, los defensas Pereira y Capón, el centrocampista Marcial y el delantero argentino Ratón Ayala, que habían llevado al equipo a ser campeón de Liga en 1977, habían abandonado el vestuario y por no haber no había ni entrenador. Luis Aragonés había sido cesado en la jornada 25 y la temporada la había acabado el francés Marcel Domingo, antiguo portero y entrenador del Atlético. En una época en la que los únicos ingresos procedían de las taquillas y de las aportaciones particulares de los directivos, el futuro que se cernía sobre el estadio Vicente Calderón era sombrío.

Convocadas elecciones para sustituir al que parecía insustituible, sólo una candidatura reunió los suficientes avales, la del médico forense de 40 años Alfonso Cabeza, un aragonés que estaba al frente de La Paz y que unía a su destreza profesional un verbo libre que iba a convertirse en el azote de los dos principales organismos que regían la Liga, la Federación Española de Fútbol, dirigida por Pablo Porta, y sobre todo el Comité Nacional de Árbitros, a cuyo frente se encontraba José Plaza. Acostumbrados al carácter afable y conciliador de Vicente Calderón, la aparición en escena de Cabeza supuso para Porta y Plaza un dolor de cabeza insoportable.

Sin dinero y sin recursos para conseguirlo, el Atlético diseñó una plantilla low cost cuya gestión encomendó a otro aragonés, José Luis García Traid, sin experiencia en equipos grandes y que procedía del Burgos tras haber entrenado antes a Zaragoza, Salamanca y Betis. El objetivo era muy simple: evitar los problemas deportivos de la anterior temporada, en la que se había coqueteado con el descenso, y transitar por una zona cómoda de la clasificación. Así lo pusieron de manifiesto los modestos fichajes llevados a cabo en verano, el joven central del Salamanca Balbino García, por el que se pagó un pequeño traspaso, y el delantero argentino de 24 años Luis Mario Cabrera, que venía de jugar en Segunda con el Castellón.

Contrastando con la dificultad económica del Atlético, el verano había sido prolijo en fichajes. El Barcelona, en especial, había tirado la casa por la ventana pagando 600.000 euros de 1980 (100 millones de pesetas) para arrebatarle al Athletic de Bilbao al central titular de la selección española, José Ramón Alexanco, pero pese a su coste el defensa vasco no acaparó todos los titulares, que aglutinó sin reservas Ladislao Kubala en su regreso al Camp Nou tras haber dirigido durante 11 años a la selección española absoluta. Y aún quedó tiempo para dar un nuevo golpe de efecto consiguiendo el fichaje de Enrique Castro Quini, a quien el Sporting de Gijón dejó marchar a sus 31 años para agradecerle los servicios prestados. Era la única forma en una época en la que no había cláusulas de rescisión y los clubes renovaban unilateralmente a sus grandes estrellas aumentándoles un pequeño porcentaje la ficha. Por eso jugadores como Arkonada, Zamora, Satrústegui, Ferrero, Joaquín o Dani nunca pudieron dar el salto que su calidad reclamaba.

Apenas hubo movimiento en cambio en el Real Madrid, que perdió aquel verano a Pirri y a Sol, a los que reemplazó por cuatro jugadores del Castilla: el portero Agustín, el defensa García Cortés, el centrocampista Ricardo Gallego y el delantero Pineda. La fortaleza blanca residía en el pasillo de seguridad que formaban García Remón, Camacho, Stielike, Del Bosque, Juanito y Santillana. Con Vujadin Boskov cumpliendo su segunda temporada en el banquillo parecía suficiente para pelear por revalidar el título ganado in extremis la pasada temporada a la Real Sociedad, que perdió en la penúltima jornada una imbatibilidad de 36 partidos.

El Atlético de García Traid, en el que la temporada anterior había debutado un joven extremo santanderino de 20 años llamado Marcos Alonso, procedente del Racing, arrancó la temporada goleando 5-2 al Valladolid con tres tantos de Cabrera en un partido de sangre fresca en el que tomaron la alternativa jugadores de la cantera que ya habían debutado el año anterior, pero que ahora se veían con el peso de la titularidad sobre sus espaldas, como el lateral Julio Alberto, el centrocampista Quique Ramos o el extremo Rubio. Había muy pocos veteranos en aquella plantilla, pero quedaban algunos de enjundia, como Rubén Cano, el meta Aguinaga o el fantástico centrocampista brasileño Dirceu, que fue el último legado de Vicente Calderón antes de marcharse, y que constituía la innegable nota de calidad suprema en el equipo.

El 5-2 dio alas y confianza a un equipo que en la cuarta jornada arrancó un sorprendente empate a dos de Atocha ante la Real Sociedad, que tuvo que remontar además un 0-2 adverso. A la semana siguiente caería el Athletic en el Calderón y más tarde el Betis en el Villamarín y el Sevilla de nuevo en Madrid. Al paso por la novena jornada el Atlético era el sorprendente líder del Campeonato, con tres puntos sobre el Valencia de Kempes, seis sobre el Real Madrid y nada menos que ocho sobre el Barcelona. Cabrera se había caído de la titularidad en beneficio de Rubén Cano, pero los extremos eran inamovibles: Marcos Alonso y Juanjo Rubio empezaban a llamar tanto la atención que la prensa no dejaba de preguntar al seleccionador José Emilio Santamaría a qué esperaba para convocarlos.

Mientras, en Barcelona el caos era absoluto con el equipo hundido tras haber sufrido cuatro derrotas en las ocho primeras jornadas. Ni siquiera su condición de leyenda azulgrana evitó que Kubala fuera cesado y sustituido por el argentino Helenio Herrera, que tenía ya 70 años cumplido cuando Núñez fue a buscarlo. Pero con eso no era suficiente. Había que reforzar la plantilla y la solución se presentó en Alemania, donde jugaba un joven centrocampista de 21 años que había deslumbrado en la pasada Eurocopa. 700.000 euros (125 millones) se pagaron al Colonia por Bernd Schuster, aunque esa no había sido la primera opción. El elegido era Diego Armando Maradona, pero no pudo salir del país. Llegaría al Barça en el verano de 1982.

El Atlético sufrió su primera derrota en el Camp Nou en la décima jornada, en el día de la presentación ante su afición de Helenio Herrera y Schuster. Por primera vez el equipo mostró síntomas de debilidad cediendo su primer empate en casa ante el Sporting, pero se reactivó de inmediato y tras derrotar consecutivamente a Valencia y Real Madrid en el Vicente Calderón acabó la primera vuelta como campeón de invierno con 27 puntos, tres más que el Valencia y seis más que el Barcelona. En una Liga en la que aún no se había implantado la fórmula de tres puntos por victoria parecía una distancia sólida.

Todo parecía estar bajo control, pero entonces surgió la figura de Alfonso Cabeza, que asumió un protagonismo que nadie le había pedido y empezó un incesante desfile por los programas deportivos radiofónicos nocturnos. Primero su objetivo fue Helenio Herrera, al que acusaba de haber hecho un corte de mangas al banquillo rojiblanco en el Camp Nou. Dijo de él que tenía «demencia senil», que el Barcelona debía «ponerle un profesor de educación» y que «los magos -el apodo con el que se le conocía- no tienen hecha la fimosis». Eufórico por la trayectoria del equipo, el forense fue elevando cada vez más su tono y empezó a mirar de reojo tanto a la Federación como a los árbitros. Gravísimo error.

El 28 de febrero de 1981, finalizada la jornada 26, el Atlético seguía líder con 37 puntos, pero a muy poca distancia del Barcelona que, con 35 amenazaba seriamente la posición de privilegio de los rojiblancos, que se defendían como gato panza arriba pero empezaban a acusar la escasa profundidad de una plantilla que no estaba hecha para luchar por semejante objetivo. En el horizonte aparecía una fecha llamada a ser definitiva en la lucha por el título, el Atlético-Barcelona de la jornada siguiente.

En plena forma tras golear 6-0 al Hércules en una exhibición de Quini, Schuster y el pequeño danés Alan Simonsen, el Barcelona parecía imparable y posiblemente así hubiera resultado ser, pero algo totalmente inesperado se cruzó en su camino y cambió para siempre el destino de aquella temporada. El uno de marzo Quini fue secuestrado tras salir de un entrenamiento por tres delincuentes ocasionales que lo retuvieron en un zulo de Zaragoza durante 25 días, provocando una situación de pánico e impotencia insólita en el fútbol español.

Conmocionado por lo sucedido, el país entero se volcó en la búsqueda de Quini. Se dio por hecho que la Liga se interrumpiría en un año, además, en el que no había competición de selecciones en verano, pero sorprendentemente la Federación Española decidió que la jornada tenía que jugarse. Totalmente roto, el Barcelona se presentó en el Calderón sin el dorsal número 9 de Quini y con Ramírez luciendo el 14 en su sustitución. Ganó el Atlético con un gol de Marcos Alonso a los 20 minutos y reforzó un liderato que parecía inamovible. A falta de sólo siete jornadas para el final, con apenas 14 puntos en juego, tenía cuatro de ventaja sobre el Barça, seis sobre el Valencia y la Real Sociedad y ocho sobre el Real Madrid.

Fue en ese momento, cuando la parte más fácil del camino se había completado, cuando las turbulencias derribaron la frágil nave rojiblanca. Cabeza, que había sido sancionado por sus declaraciones contra los árbitros y la Federación, pagó con sangre su verborrea. Primero con un arbitraje demencial en Almería pero, sobre todo, con la actuación de Álvarez Margüenda en el Vicente Calderón el 5 de abril ante el Zaragoza que ha pasado por derecho propio al museo de los horrores rojiblancos catalogada como la mayor afrenta arbitral sufrida jamás por el equipo.

«Ganábamos 1-0 al Zaragoza con comodidad hasta que Álvarez Margüenda intervino.  Primero expulsó a Marcos porque le dio la gana, luego anuló un gol a Ruiz que era el 2-0, más tarde nos pitó un penalti inexistente que fue el 1-1 y culminó su hazaña inhibiéndose de dos caídas muy claras en el área del Zaragoza y expulsando a Robi. Años más tarde nos lo encontramos mi mujer y yo en Sevilla y nos pidió perdón», relata el propio Alfonso Cabeza cuando recuerda un partido que nunca podrán olvidar los aficionados rojiblancos que tuvieron la desgracia de vivirlo. Las imágenes hablan por sí solas.

La derrota 1-2 ante el Zaragoza a tres jornadas del final no apartó al Atlético del liderato, pero le dejó a merced de los caballos, con dos visitas consecutivas a Mestalla y al Bernabéu en el horizonte y con el equipo totalmente roto. Empató en Valencia, pero perdió en Madrid ante el Real en el partido de la tortilla -Cabeza dijo que no iría al Bernabéu y invitó a todos sus aficionados a seguir el choque desde el Calderón comiendo tortilla-. Al final el campeón fue la Real Sociedad gracias al gol de Zamora en El Molinón y el Atlético acabó tercero.

Marcos Alonso fue el mejor jugador del Atlético esa temporada. Aún seguiría en el club un año más antes de ser traspasado junto a Julio Alberto al Barcelona. Suya debió ser aquella extraña Liga y seguro que ahí arriba ha tenido ocasión de recordarla. Cabeza, por cierto, no se detuvo hasta que los árbitros, reunidos en Asamblea, acordaron que o se le expedientaba o iban a la huelga. La Federación le sancionó por 16 meses y dejó el club, que recogió de nuevo Vicente Calderón hasta que, en 1987, entró la familia Gil. Y hasta ahora.

 

 

 

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